El Biomuseo: Diez años de un sueño
Texto y Fotos: Javier A. Pinzón
Científicos, arquitectos y líderes cívicos se unieron hace cerca de 25 años para sacar adelante un sueño: narrar en el gran Biomuseo cómo el surgimiento del istmo de Panamá creó un puente terrestre que unió dos continentes, cambió las corrientes marinas y transformó para siempre la vida en la Tierra.
Con mucha frecuencia, desde que mi hija comenzó a tomar consciencia, el Biomuseo ha sido nuestro refugio de fin de semana. Adquirimos la membresía familiar y juntos hemos recorrido, una y otra vez, cada rincón del museo, absorbiendo su fascinante narrativa. Sus exposiciones nos transportan a una historia asombrosa desde que el istmo de Panamá comenzó a emerger del mar, hace millones de años, hasta que creó un puente terrestre que unió dos continentes, cambió las corrientes marinas y transformó para siempre la vida en la Tierra. El libro Martina y el puente en el tiempo, de Aaron O’Dea, y el Biomuseo, han llenado su cabecita infantil de curiosidad y asombro. “Todo comenzó”, repite ella, “cuando Panamá era solo un océano profundo lleno de vida”.
Sin embargo, el Biomuseo de hoy no se entiende sin la historia de los científicos que exploraron Panamá mucho antes de su construcción. Los descubrimientos que hoy se exhiben en el museo comenzaron a develarse en 1910, cuando el Instituto Smithsonian —emplazado en Washington, D. C.— inició sus primeros estudios en suelo panameño. En aquel entonces, el propósito era estudiar el impacto ambiental en los bosques por la construcción del Canal de Panamá. Esta fue una de las primeras grandes iniciativas para explorar la biodiversidad tropical.
En la década de los 70, los científicos comenzaron a descubrir otra faceta fascinante de Panamá: su historia geológica. Comprendieron que esta delgada franja de tierra había surgido del océano millones de años después que el resto de América, desencadenando una serie de eventos que tuvieron implicaciones globales; sus efectos en la historia de la Tierra son tan profundos que aún continúan fascinando a investigadores de todo el mundo.
El surgimiento del istmo de Panamá no solo conectó dos continentes, sino que, de forma indirecta, también impulsó la evolución de nuestra especie.
Puente terrestre, división de los mares
Cuando Panamá terminó de emerger del fondo del mar, hace tres millones de años, conectó definitivamente a América del Norte y América del Sur, generando así grandes migraciones y un intercambio de especies que sentó las bases de la enorme biodiversidad de la región.
Además, la división de los océanos Atlántico y Pacífico separó poblaciones de peces, moluscos y otros organismos marinos, llevándolos a evolucionar de manera independiente y formando ecosistemas únicos. Pero, sobre todo, el surgimiento del istmo de Panamá alteró las corrientes oceánicas, afectando el clima en lugares tan distantes como Europa, Groenlandia y el este de África. Este fenómeno es considerado por la comunidad científica como uno de los eventos geológicos más significativos de los últimos sesenta millones de años.
El impacto climático en África transformó los ecosistemas y el entorno de nuestros antepasados. Las praderas se expandieron, obligando a los primeros homínidos, como el Australopithecus, a adaptarse a un ambiente más abierto, lo que influyó en el desarrollo de sus habilidades para caminar y usar sus manos. Esta adaptación también impulsó un aumento en la capacidad cerebral, marcando un paso crucial en la evolución del género Homo. Así, el surgimiento del istmo de Panamá no solo conectó dos continentes, sino que, de forma indirecta, también impulsó la evolución de nuestra especie.
Los descubrimientos exhibidos en el museo comenzaron a develarse en 1910, cuando el Instituto Smithsonian inició sus primeros estudios en suelo panameño.
El sueño de construir un museo
Aunque este año se celebra el décimo aniversario del Biomuseo como edificio, la idea de contar todo este maravilloso relato en un museo surgió hace 25 años, con la finalización del proceso de reversión de las tierras del canal. En ese momento crucial, la Dra. Hana Ayala propuso para algunos de estos territorios un modelo económico revolucionario basado en turismo, conservación e investigación (TCI). Su visión proponía un círculo virtuoso donde la conservación de los patrimonios naturales y culturales de Panamá, junto con la investigación y el turismo basado en el conocimiento, se alimentaran mutuamente. La idea era clara: preservar, investigar y compartir el conocimiento del rico ecosistema panameño con el mundo.
Motivados por la idea, varios arquitectos de renombre llegaron a Panamá para discutir el futuro del país en términos de conservación y desarrollo. Nicolás Barletta, quien dirigía en ese momento la Autoridad de la Región Interoceánica (ARI), sugirió celebrar la entrega del Fuerte Sherman a Panamá con un ícono arquitectónico de gran simbolismo y se extendió una invitación al reconocido arquitecto Frank Gehry, ganador del Premio Pritzker y esposo de la panameña Berta Isabel Aguilera, oriunda de Antón. Gehry aceptó, pero solicitó un plan maestro.
El plan, realizado por los arquitectos Patrick Dillon, Kurt Dillon y Álvaro Uribe, incluía la construcción de tres estructuras: en Sherman, Colón y la Calzada de Amador. Era un plan demasiado ambicioso, que no se pudo materializar. Entonces, la Fundación Amador organizó un encuentro entre Frank Gehry y el científico Tony Coates, paleontólogo y exsubdirector del Smithsonian. El encuentro fue crucial: Coates le contó a Gehry la historia del surgimiento del istmo de Panamá, y cómo conectó y transformó el mundo. Gehry quedó fascinado, y se comprometió a contar esa historia a través de la arquitectura de un museo de biodiversidad.
El museo relata de manera extraordinaria la historia geológica de la zona y el origen de la biodiversidad de Panamá.
Así fue como Amador, un área que en su momento albergó una base militar estadounidense, se transformó en la sede de una nueva instalación educativa. El museo, con su llamativo diseño, es una obra arquitectónica sin igual. Gehry abandonó su característico estilo monocromático para reflejar la exuberancia del trópico, inspirándose en la fauna y flora de Panamá. Los colores vibrantes simbolizan la rica biodiversidad del país. Las paredes fueron pintadas con una pintura resistente al sol y a la lluvia, diseñada para mantener su brillo por años. Los techos —pintados con tecnología automotriz— son tan grandes, que sus láminas cubrirían una cancha de fútbol completa si se alinearan.
Diez salas y una sola historia
Desde que se accede al atrio central, una estructura elevada y al aire libre, cubierta por techos irregulares y sostenida por columnas y vigas de acero, el visitante sabe que está en un lugar especial. Desde allí se pueden observar el océano y la ciudad, por un lado, y el Canal de Panamá y el bosque tropical, por el otro. El atrio simboliza el papel de Panamá como puente entre el norte y el sur de América y nos recuerda que el verdadero mundo está allá afuera, esperándonos para ser explorado.
A pesar de que hemos recorrido el museo en muchas ocasiones, siempre queremos regresar. Para mi hija, el Biomuseo es su patio de juegos, un lugar donde puede imaginar mil aventuras al estilo de Martina, mientras aprende que la biodiversidad que define a Panamá es también parte esencial de nuestra identidad.
El museo relata de manera extraordinaria toda esta historia geológica y el origen de la biodiversidad de Panamá. Científicos como Tony Coates, Ira Rubinoff y Christian Samper colaboraron con la Universidad de Panamá para definir la narrativa que el Biomuseo debía contar. El diseñador canadiense Bruce Mau conceptualizó cómo debía presentarse el contenido teórico en las exhibiciones permanentes. Y así se diseñaron sus salas: Vitrina de la Biodiversidad, Panamarama, El Puente Surge, El Gran Intercambio, La Huella Humana, Océanos Divididos, La Red Viviente, Panamá es el Museo y Aves sin Fronteras.
Ubicación: a quince minutos del centro de la ciudad, 9 kms por Avenida de los Mártires.
Horario: de martes a domingo de
10 a. m. a 3 p. m.
Tarifas: residentes: desde US$10. No residentes:
desde US$20
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