Parque Natural Metropolitano: pulmón verde de la Ciudad de Panamá
Por: Juan Abelardo Carles
Fotos / photos: Carlos Eduardo Gómez Velásquez
¡Qué bello es el otoño en Panamá! Cualquiera se reiría de mi ligero comentario, pues como en cualquier país dentro de la zona intertropical del planeta, en Panamá no existe una estacionalidad marcada, de hecho, solo se conocen dos períodos, algo difusos en duración e intensidad: la temporada lluviosa, de abril a diciembre, y la seca, de enero a marzo. ¿Pero entonces de dónde sale la mullida alfombra de matices cafés, rojos y naranjas sobre la que caminamos, que cruje con cada uno de nuestros pasos?
“El parque protege uno de los últimos ejemplos de bosque seco tropical del pacífico centroamericano que quedan en el país. Una de las características de este hábitat es que gran parte de sus árboles pierden las hojas durante la temporada seca”, nos explica Dionora Víquez, directora general del parque, al recibirnos. Así que, de alguna forma, no nos equivocamos al comparar el entorno con un paisaje otoñal, pero hasta ahí no más: el húmedo calor te recuerda que no estás en un lugar templado.
Así que, más que de similitudes, hablemos de singularidades mientras caminamos. Aunque alzamos la vista y vemos el verde fresco de los árboles regenerando sus hojas, persiste el lejano ruido de motores y bocinas que atraviesa la malla de hojas como voces fantasmales. De repente, un diablo rojo (transporte urbano característico de Panamá) logra, por su tamaño y color, asomarse entre la espesura, rápido, fugaz, como una alucinación.
El Parque Natural Metropolitano, de poco más de 232 hectáreas, está localizado justo veinte minutos al norte del centro de la capital panameña, en medio de la vaga frontera que una vez separó a la metrópoli de la antigua zona del Canal de Panamá, administrada por Estados Unidos de América hasta fines del siglo XX. Sus responsables dicen que es el único bosque tropical que sirve de parque de esparcimiento público a una zona metropolitana. Poco a poco, el abigarrado espacio natural va siendo envuelto por avenidas, urbanizaciones y centros comerciales, pero resiste bien la presión inmobiliaria gracias, en parte, a que sus creadores ‚Äïentre ellos Jorge Illueca, ex presidente del país fallecido en 2012‚Äï lo fortalecieron muy bien en el aspecto legal.
El comentario jurídico es solo un detalle para entender cuán importante resultó conservar este espacio, tanto para los panameños como para quienes visitan su capital. Junto a sus oficinas administrativas, el parque tiene salones multiusos para realizar convenciones, fiestas o talleres. Por supuesto, la gracia de organizar actividades en semejante entorno es darles un acento de convivio con la Naturaleza, y para ello el Metropolitano cuenta con varios senderos, cada uno con un atractivo particular y con diversos grados de desafío físico.
El más nuevo, bautizado Dorothy Williams, fue diseñado para personas con necesidades especiales. Es más pequeño que los otros senderos del recinto, pero tiene letreros escritos en braille y picos de pájaros tallados en madera, para que los no videntes puedan identificar a las aves según el tipo de alimentación en la que se especializaron, entre otras ayudas sensoriales. Isabella, una de las integrantes del grupo, cierra los ojos y repasa la talla del pico de un tucán, mientras los demás discutimos sobre qué otro camino tomar, y el canto de lo que parece ser un ejército de chorotecas (Turdus grayi) nos acompaña al fondo. Estas aves de un sucio plumaje marrón se caracterizan por tener un canto simplón y monotonal casi todo el año; pero al final de la temporada seca, cuando entran en apareamiento, cada uno de sus ejemplares parece ser poseído por el espíritu de un cantante lírico, desarrollando la fuerza y coloratura de una diva operática.
Decidimos tomar el Sendero Los Caobos, uno de los seis que tiene el parque, bautizado en honor a los ejemplares del majestuoso árbol tropical Swietenia macrophylla, que puede verse en el recorrido y que ha desaparecido en gran parte del país, debido a su fina madera. En este sendero es más bien fácil ver alguna de las 227 especies de aves reportadas dentro de sus límites. Cada uno varía en dificultad y tiempo, pero todos tienen su encanto. Empezamos nuestra escala por un camino de grava que nos introduce por el bosque tropical. Nuestra mente no asimila del todo que nos encontramos en un lugar con cierta mística, hasta que llegamos a un pequeño claro donde el sol iluminaba lo que parecía la entrada al bosque. Dos altos troncos paralelos se yerguen a cada lado del camino; parecieran ser guardianes que protegen el bosque, y no estamos seguros de si deberíamos pedir permiso para continuar. Una leve brisa, tan escasa y tan bienvenida durante la temporada seca, responde a nuestras dudas murmurándonos que sigamos adelante.
En el punto más alto del sendero nos detenemos para mirar hacia el centro de la capital panameña. La proximidad de la ciudad a una espesura natural tan agreste ha sido siempre uno de los mayores atractivos del Parque Natural Metropolitano. Desembocamos en el Sendero El Roble, que divide la parte natural propiamente dicha de uno de los dos viveros que están dentro de los límites del parque. Utilizado durante la administración norteamericana del Canal de Panamá como zona de entrenamiento militar, el parque tiene numerosas dependencias de la época, entre ellas una denominada “El Castillo”, donde se supone que probaron los primeros propulsores a chorro para aviones de combate. El patronato del parque puede restaurar y utilizar las instalaciones ya existentes para generar actividades que le reporten ingresos, pero no puede construir estructuras nuevas.
En el Sendero El Roble, llamado así porque hay un gigantesco ejemplar de la especie, divisamos un perezoso que duerme la siesta en la rama de un árbol, como hace gran parte de la fauna a semejantes horas del mediodía tropical. Para la contemplación de animales en el parque hay que ir al amanecer o al anochecer. El Sendero de los Momótides es especial para lograrlo, pues es corto y llano. Allí es posible admirar bellos ejemplares de momoto, ave común del bosque seco, que no le va a la zaga en vistosidad al quetzal resplandeciente que se ve en el oeste del país.
Los senderos mencionados hasta ahora son los relativamente fáciles de recorrer. Hay otros, más escarpados, que pueden ser más atractivos para el senderista aficionado. El Sendero de La Cienaguita, por ejemplo, fue el primero en establecerse dentro de los límites del parque, en 1987. Desde las oficinas administrativas del parque retomamos el Sendero Los Caobos hasta la garita de seguridad cercana a El Castillo y subimos hacia el noroeste por una inclinación de mediana intensidad, que nos conduce al mirador de Cerro Gordo. Avanzamos en silencio, escuchando los ruidos furtivos de los habitantes del sotobosque, ocultos y atentos a los transgresores que interrumpen su narcosis de sol, humedad y savia.
En el mirador de Cerro Gordo se aprecia parte de la Ciudad de Panamá, así como algunas instalaciones antiguas de las fuerzas armadas de Estados Unidos en el país. En medio de este verdor indomable y todopoderoso, las lejanas agujas de los rascacielos panameños lucen frágiles y quebradizas. Nos preguntamos cuánto durarían estos edificios espigados y orgullosos, el día que le faltasen los cuidados y empeños del ser humano, cuánto resistirían al abrazo asfixiante de las raíces, la estocada de las ramas y la cobertura de lianas y enredaderas.
Lo curioso es que, en este momento, más que amenazarla, el Parque Natural Metropolitano protege a la ciudad vecina. Estudios científicos de la Universidad de Panamá demuestran que este pulmón verde absorbe casi el 30% de los contaminantes aéreos producidos por las actividades humanas vecinas, además de que, durante la temporada lluviosa, sirve de colchón para las crecidas del río Curundú, las que, en vez de desbocarse hacia las regiones urbanizadas del sureste, se despliegan entre las planicies arboladas del parque.
Volviendo a nuestro recorrido, en el mirador de Cerro Gordo también converge otro de los senderos del parque: el del Mono Tití, que junto al de La Cienaguita, constituye el circuito más largo, intenso y lleno de oportunidades del parque. Casi a la mitad del camino se encuentra el mirador Los Trinos, cuya configuración natural nos deja ver los distintos “pisos” de ocupación en el bosque seco. Como su nombre lo indica, es uno de los puntos más recomendables para escuchar y ver parte de la gran población alada, nativa y migratoria del Parque Natural Metropolitano.
Vamos de bajada por el Sendero del Mono Tití cuando nuestra guía anuncia una última atracción del parque: la grúa de investigaciones. En efecto, en medio del bosque se levanta una grúa de construcciones, de esas que sirven para elevar materiales a los pisos más altos de cualquier estructura. No hay que alarmarse: ningún rascacielos transgresor ha logrado incursionar en este santuario verde. La grúa, más bien, sirve para protegerlo, ya que permite a investigadores científicos, sobre todo a los del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI), monitorear a los habitantes del bosque en las alturas.
Así termina nuestra exploración por los vericuetos del Parque Natural Metropolitano, llenos de alegría, pero también empapados de sudor. Y mientras que en otros parques naturales del país o del mundo el retorno a la civilización implicaría tomar un avión, un cayuco o un vehículo todo terreno al que le aguardan horas de tráfago en medio de un camino enlodado, aquí basta con subirnos a nuestro carro y manejar diez minutos. Para aquella que se sueña internándose en medio de la selva más cerrada, pero que huye despavorida frente a la primera rana que se le pegue a la pierna; para aquel que se imagina remontando los trillos más escarpados, pero no soporta dormir en una hamaca entre dos árboles, supongo que esta es una experiencia perfecta, muy recomendada para amantes y para profanos de la Naturaleza.
Para más información sobre tarifas, horarios y recomendaciones en el Parque Natural Metropolitano de Panamá, visite la página www.parquemetropolitano.org