La Antártica: cuando pusimos pie en nuestro séptimo continente
Explorar el territorio antártico es un desafío al que no más que un puñado de almas se han visto enfrentadas. Un lugar inhóspito, con condiciones climáticas cambiantes e implacables.
Por Camila Rikli
Fotos: Tere Pérez
@forasterastravel
La bienvenida
Bastó dar el primer paso en esta tierra austral para darnos cuenta de que este sería un viaje diferente. La sinfonía que llegaba hasta nuestros oídos, compuesta por el crujir del hielo y el canto de las aves, sumada a los grandes icebergs, flotando tranquilos en las frías aguas del océano Antártico, nos hizo conscientes de la magnitud y la belleza que tendría esta aventura. La sobrecarga sensorial nos envolvió desde el primer momento. Nuestros ojos no podían creer la vastedad del paisaje, nuestros oídos se adormecían con el sonido hipnótico de las olas chocando contra las masas de hielo, y cada poro de nuestros cuerpos percibía cómo la Antártica se nos iba colando de a poco, hasta que el final de nuestra aventura llegó marcarse a fuego en nuestra piel para siempre.
Nunca pudimos afirmar con certeza qué era esa fuerza que nos atraía a esta tierra salvaje, pero sí teníamos claro que sería una aventura única en la vida. Después de planificar minuciosamente cada detalle durante tres años, logramos embarcarnos en esta expedición. Y cuando al fin pusimos pie en esta tierra, último rincón de nuestro planeta, nos dimos cuenta de que este era un lugar donde al hombre no lo queda más alternativa que rendirse ante la majestuosidad del hielo, que se impone como auténtico soberano.
Los tonos de blancos y azules se expresan con intensidad, el viento ruge con fuerza, rompiendo el silencio y llenando el ambiente de ecos, y la vida ebulle en sus aguas. El frío penetrante nos envolvió con su brisa fresca y salada, a la que se sumó la promesa de nuevas experiencias. Las montañas de hielo se alzaron como guardianas, y decenas de pingüinos de las especies Adelie, Gentoo y Chinstraps aparecieron para recibirnos, emergiendo del agua con su encantadora torpeza. Observamos maravilladas cómo se deslizaban sobre el hielo, desafiando las leyes de la gravedad, con su elegancia natural.
El desarrollo de la vida en este frío rincón
La vida en la Antártica es escasa en tierra, con algunas especies de plantas, musgos y líquenes adaptados a las duras condiciones climáticas. Sin embargo, en sus aguas abunda una diversidad que ha sido capaz de sobrevivir a condiciones extremas, formando parte de un ecosistema delicado y equilibrado.
En el agua reinan las ballenas, que hicieron su poderosa aparición desde las profundidades. Sus enormes cuerpos se deslizaban sobre las olas y cada una de sus respiraciones actuaba como recordatorio de la magnificencia de la vida marina.
La palabra “Antártica” proviene del griego Antarktikos, que significa “opuesto al Ártico”. Es el continente más austral y se caracteriza por ser una región fría, seca y ventosa. Explorar el territorio antártico es un desafío al que no más que un puñado de almas se han visto enfrentadas. Un lugar inhóspito, con condiciones climáticas cambiantes e implacables, donde el viento puede alcanzar velocidades de hasta 100 km/h y las temperaturas descienden a -30 ºC e incluso a -70 ºC en el interior del continente, en invierno.
Viajar a la Antártica es explorar un territorio cubierto en su mayoría por hielo, con un tamaño de catorce millones de km2. Además, constituye la mayor reserva de agua dulce de nuestro planeta, almacenándola en forma de hielo. Para protegerla, existe el Tratado Antártico, donde doce países se comprometieron a realizar lo necesario para el cuidado del séptimo continente.
Aventureros de ayer y hoy
A lo largo de la historia, valientes excursionistas se han aventurado a explorar estas tierras, debiendo enfrentar condiciones extremas. El resultado ha sido abrir rutas que hasta el día de hoy debemos agradecer con humildad. El noruego Roald Amundsen y el inglés Robert Falcon Scott fueron los primeros en llegar al Polo Sur, en 1911. También Ernest Shackleton, cuya expedición, a bordo de la nave Endurance, quedó atrapada en el hielo, debiendo sobrevivir dos años antes de ser rescatados. Cada una de estas historias inspiraron a las futuras generaciones a enfrentar los desafíos que el continente antártico presenta.
Hoy, quienes desean visitarla deben hacerlo con alguna de las compañías que desarrollan el turismo de manera responsable en esta región. La nave Magellan Explorer, de la compañía Antarctica21, se transformó en nuestro hogar durante el tiempo que duró nuestro viaje. Un barco elegante y moderno, donde se nos proporcionó orientación sobre cómo interactuar de manera respetuosa con nuestro medio, para minimizar el impacto en la vida silvestre y preservar su pureza.
Los expertos guías de Antarctica21, con experiencia en diversas áreas como biología marina, glaciología y fotografía, nos hicieron vivir una experiencia única haciéndonos participar de programas educativos a bordo. Una vez terminada la travesía, nos convertimos en verdaderos embajadores antárticos, siendo capaces de contribuir en algo a difundir la preservación de este territorio.
La travesía
El punto de partida de nuestra aventura fue la ciudad de Punta Arenas (Chile), desde donde volamos hacia el continente antártico. Siempre supimos que debíamos mantener una mente abierta respecto a nuestro itinerario, ya que este dependería de las condiciones climáticas. Los vientos catabáticos, tan comunes en la Antártica, decidieron tomarse un descanso, dando paso al sol y a la navegación a través de calmadas aguas polares.
El aterrizaje se realizó en las volcánicas islas Shetland del Sur. Desembarcamos en la isla King George, exploramos la estación de investigación chilena Frei y observamos de cerca a las colonias de pingüinos que llaman hogar a estas tierras.
Aquí nos embarcamos y avanzamos hacia el sur, llegando a la península Antártica. Esta es la parte más accesible del séptimo continente. Repleta de montañas cubiertas de hielo, glaciares y una abundante vida marina, visitamos lugares emblemáticos como Paradise Bay, donde nos impresionó la presencia de los restos de una antigua base ballenera abandonada. Mientras explorábamos sus ruinas, imaginamos la dura vida de los balleneros y cómo esta actividad ha dejado su huella en el ecosistema antártico. Afortunadamente, hoy funciona la Base Brown, a cargo del Gobierno argentino, cuya misión es desarrollar la investigación científica.
En el Lemaire Channel, contemplamos la belleza de esta estrecha franja de agua rodeada de montañas y glaciares. Este paso es conocido como Kodak Channel, por ser uno de los lugares más estéticos de la Antártica. La tranquila presencia de los icebergs, tallados por la fuerza implacable del tiempo y el clima, reflejaban la luz del sol, creando destellos brillantes y dando al paisaje un resplandor surreal.
Nuestra travesía también incluyó la visita a Deception Island y Brown Bluff, una de las calderas volcánicas más grandes del mundo, transportándonos al mundo jurásico. Sus paredes de roca y sus suelos de piedra albergan a miles de pingüinos, que conviven en caótica armonía. La lucha por la sobrevivencia y el cuidado de los polluelos fue un espectáculo del que estaremos eternamente agradecidas.
El paso del tiempo se volvió relativo mientras duró nuestra travesía, ya que la luz solar nos acompañaba durante las 24 horas del día. Exploramos glaciares, caminamos sobre tierra virgen, nos permitimos perdernos en la inmensidad del océano e incluso nos atrevimos a realizar el mítico polar plunge, poniendo a prueba nuestras capacidades físicas y mentales al lanzarnos a las heladas aguas polares.
Todo llega a su fin
Nuestro viaje llegaba a su fin, pero las experiencias y los recuerdos permanecerán grabados en lo más profundo de nuestro ser. La Antártica nos deja un legado de asombro y admiración, así como una responsabilidad de proteger este tesoro natural para las generaciones futuras.
Y así, regresamos a casa con el corazón lleno de gratitud y el deseo de compartir nuestro viaje con aquellos que sueñan con explorar lo desconocido. La Antártica es un lugar que debe ser experimentado en primera persona, para ser verdaderamente comprendido.
Nuestra conexión con la naturaleza fue tan profunda y transformadora, que sabemos que ya no somos las mismas. A medida que nos despedíamos, una mezcla de gratitud y conciencia nos acompañaba. La experiencia de haber estado en este continente nos hizo recordar lo privilegiadas que somos y la gran tarea que tenemos como Forasteras de compartir nuestra historia con el mundo.
Forasteras
Escritora y fotógrafa de viaje
Tere Pérez y Camila Rikli, creadoras de Forasteras, agencia de travel writing y fotografía de viaje enfocada en descubrir culturas locales y apoyar el turismo responsable.
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