Avenida de Mayo: la historia argentina en fachadas
Por Julia Henríquez
Fotos: Demián Colman
¿Que si los edificios hablan? Hablan, relatan, testimonian, gritan, recuerdan y, a veces, son la historia en sí mismos. Y nada mejor para comprobar esta premisa que una caminata lenta y atenta por la principal arteria de Buenos Aires: la Avenida de Mayo. Con la orientación adecuada, puede ser también un viaje en el tiempo y una hermosa clase de historia de la arquitectura.
Las dos últimas décadas del siglo XIX fueron una época de bonanza económica en Argentina, nación considerada entonces el granero del mundo y destino favorito para inmigrantes de todo el orbe. Cuando inauguraron esta avenida, 1894, dos de cada tres habitantes de la ciudad eran extranjeros.
La nueva oligarquía compuesta por criollos adinerados casados con europeos‚Äï, deseaba traer las bellezas del extranjero y contrató en Europa albañiles, artistas, arquitectos e ingenieros, y trajo incluso materiales como mármol y piedra. El resultado es una mezcla de muchos estilos, que dio origen al neoclasicismo ecléctico tan característico de Buenos Aires.
El recorrido habitual por la Avenida de Mayo comienza en la sede del poder Ejecutivo: la Casa Rosada, donde las ventanas italianas, los techos parisinos con sus mansardas y los balcones romanos son una clara muestra del mejor estilo porteño. El circuito se cierra al otro extremo de la Avenida, diez cuadras hacia el oeste, donde se halla la segunda pieza fundamental del neoclasicismo bonaerense: el Palacio del Congreso, coronado por la cúpula más grande de la ciudad. Posee una réplica en bronce de El pensador (1907), realizada a partir del molde original y firmada por su creador: el escultor francés Auguste Rodin.
Durante el siglo XIX la arquitectura de la ciudad se inspiraba en París, pero allí la estricta regulación, que ordenaba hacer construcciones estándar y simétricas, terminó aburriendo a sus ciudadanos, al punto que modificaron las normas en 1882. En la Avenida de Mayo, en cambio, no hubo tiempo para el aburrimiento. Como la propiedad se hallaba en manos de particulares y arquitectos que aplicaban reglas más flexibles, la arteria se convirtió en un mosaico de estilos donde proliferaban casos muy singulares que, sin embargo, lograron un conjunto coherente.
Cuando fue inaugurada la Avenida de Mayo (9 de julio de 1894), quedaba muy poco del estilo colonial. Hoy se argumenta que en Argentina no había materiales perdurables y todo se había echado a perder. Quizás a esto se deba el aspecto tan particular de la Catedral, cuya construcción comenzó en 1752, pero fue modificada e intervenida en muy diversas ocasiones a lo largo de todo un siglo, hasta que por fin fue terminada en 1852.
No obstante, ciertos vestigios coloniales sí perduraron. Por ejemplo el de trazar las esquinas en “ochavas” peculiar forma de las esquinas porteñas, cortadas a tajo que puede resultar imperceptible al ojo desprevenido, pero sin embargo, cuando se repara en ellas no es posible dejar de detallar cada una. Se dice que, a principios de la época colonial, las esquinas de Buenos Aires tenían el tradicional corte de noventa grados, pero cuando los transeúntes llegaban al vértice se sorprendían y muchas veces chocaban por la falta de visibilidad. Así que, muy al estilo de Barcelona, los argentinos decidieron cortarlas, abriendo así la posibilidad de una nueva fachada.
El estilo ecléctico se evidencia en la acera norte del primer tramo de la avenida, donde se levanta el Palacio de Gobierno, construido de 1891 a 1902, de impronta itálica y mansarda afrancesada; el suntuoso edificio que ocupaba el diario La Prensa, de estilo neobarroco, hoy Casa de la Cultura, y lo que fue la sucursal de la tienda Gath y Chaves, cuya cúpula obedece al academicismo, aunque el resto de su fachada no lo sea.
Art nouveau
A principios del siglo XX, Argentina estaba abierta a los cambios culturales del mundo. El arte se enfoca en la naturaleza, rompe la simetría academicista e inserta materiales de la revolución industrial como el metal. Fue la llegada del art nouveau, cuya influencia se plasmó en los edificios y, sobre todo, en los portones y demás ornato de la ciudad. Buenos Aires comenzó a llenarse de figuras oníricas: curvas y ondulaciones, cuerpos desnudos, plantas, hojas, animales, sirenas, ángeles, flores, además de firuletes de hierro y de mampostería, se esparcieron por balcones, fachadas, portones, techos de pizarra y cúpulas suntuosas como en París, Barcelona o Madrid, mezclados con elementos de los estilos Luis XIII y Luis XV, y con la ornamentación de estilo italiano incluida por algunos arquitectos.
El nuevo estilo se aprecia en edificios como el de la Asociación Patriótica Española, la Sociedad Fotográfica, el Teatro de Mayo, el Hotel Frascati, el Gran Hotel España, The Windsor, el Imperial, el Metropole y el café Tortoni. Muchos de los cuales fueron concebidos por el arquitecto Alejandro Christophersen, uno de los más importantes representantes del art nouveau en la ciudad.
Palacio Barolo
El paseo arquitectónico continúa y de repente el caminante encuentra el distintivo Palacio Barolo, que fue el edificio más alto de Suramérica junto con su “hermano gemelo”: el Palacio Salvo ‚Äïobra del mismo arquitecto, en Montevideo.
El arquitecto italiano Mario Palanti construyó este palacio a pedido del empresario textil Luis Barolo, diseñando incluso los elementos de detalle como picaportes, lámparas y jaulas de los ascensores. En la cúspide posee un faro con 300.000 bujías. El edificio está lleno de referencias a La divina comedia, motivadas por la admiración que su creador profesaba por Dante Alighieri.
Art déco
Como evolución del art nouveau y las explosiones artísticas del modernismo, el art déco llegó, procedente de Francia, con su simetría y sus rayas inspiradas en las estructuras egipcias. La geometría se abrió paso, de manera que el constructivismo, mezclado con el cubismo y el futurismo, nos regaló joyas como el hotel Chile (de los pocos “puros” nouveau de la ciudad) y el edificio Kavanagh, inaugurado en 1936, que fue en su momento el edificio de hormigón armado más alto de Suramérica: 120 metros. Aunque no queda sobre la Avenida de Mayo, merece una mención especial porque la UNESCO lo declaró Patrimonio Mundial de la Arquitectura de la Modernidad en 1999.
Racionalismo
Cuando las guerras asolan al mundo, lo sencillo y funcional reina en el arte. Tras las deudas que dejó la posguerra, los ideales sociales de Perón contribuyeron a la difusión del racionalismo. Según establece dicha tendencia, los edificios deben cumplir una labor funcional; por ende, deben ser sencillos y baratos. Para lograrlo usaron mármol y granito, con paredes y ventanas cuadradas, distribuidas en perfecto orden para formar las nuevas oficinas gubernamentales. De esta manera, se cerró el ciclo.
Eclecticismo porteño
Desde el primer edificio que se levantó en la ciudad hasta los nuevos y modernos departamentos de Puerto Madero, toda edificación nos cuenta no solo la historia de la ciudad, sino del mundo en sí. Las guerras y sus consecuencias económicas, así como las migraciones y su repercusión en la cultura, fueron formando este pueblo en donde se habla español, se come pasta casera y se toma el té.
Por ello, se podría decir que el eclecticismo porteño se vive en toda clase de expresiones artísticas. Observar detenidamente cualquier muestra arquitectónica porteña en donde el modernismo se puede mezclar con el neoclasicismo es la confirmación de lo que aquí se vive.
Deja una respuesta