
Volcán Barú: Entendiendo Panamá desde su techo
El istmo de Panamá puede entenderse de muchas maneras (ya lo sé yo, que escribo de él cada mes). Sin embargo, la esencia de lo que es Panamá cobra un sentido absoluto en la cima del punto más alto del país. Ver los dos océanos con solo girar la cabeza resume lo que es el turismo local: cercanía, abundancia y “mucha cosa junta”. Si le agregamos llegar arriba subiendo por el sendero de Los Llanos, que inicia en el pueblo de Volcán, la experiencia se vuelve surreal. Venga con nosotros al Parque Nacional Volcán Barú, por el lado menos transitado y recientemente mejorado.
Por: Alexa Carolina Chacón
Fotos: Paul Castillero

Panamá es un país de caminos cortos e intensos. En pocas horas se puede pasar del mar a la montaña, del Caribe al Pacífico, de una capital bulliciosa al silencio del bosque, pero también es un país que está aprendiendo a ver en sus tesoros naturales más icónicos e intensos la respuesta a muchas preguntas sobre el turismo. Prueba de ello es la inversión en la señalización y el acondicionamiento de senderos importantes a lo largo del país. Esta caminata tenía un objetivo claro: ver de primera mano, junto a Adrián Benedetti, director de la Asociación Nacional para la Conservación de la Naturaleza (ANCON), cuáles han sido las mejoras implementadas en la ruta del volcán Barú subiendo por el lado de Los Llanos, en el pueblo de Volcán.
Hicimos el recorrido con David Miranda, guía certificado y fundador de We Love Boquete; Joseph Stanley, guardaparques del área, y Sara Borrero, encargada del Centro de Visitantes de Boquete.
Las mejoras gestionadas por el Ministerio de Ambiente no son pocas. Se han incorporado tres zonas de descanso con estructuras seguras (incluyendo un nuevo mirador de madera), cientos de escalones con barandales que estabilizan el sendero, señalización interpretativa sobre ecología y geología del parque nacional, y plataformas para acampar tanto en el cráter del volcán como en el área de Los Fogones. Subir por Los Llanos hoy es una experiencia exigente, sí, pero mucho más segura, educativa y sostenible.

La ruta del Norte

La gran mayoría de las personas que suben al Barú lo hacen por Boquete, ya que es el pueblo con mayor oferta hotelera y el de más fácil acceso. Sin embargo, los verdaderos aventureros reconocen en el trillo que inicia en Volcán la belleza absoluta de lo que son las Tierras Altas chiricanas. A diferencia de la calle de tierra y grandes rocas cubierta de árboles que conecta Boquete con la cima, el camino por Los Llanos es un sendero más técnico y exigente, donde se atraviesan al menos cinco tipos de ecosistemas. Tiene además la mejor vista: desde que uno empieza hasta que llega a la cumbre, el entorno es nada menos que mágico.
El recorrido lo hicimos con David Miranda, guía certificado y fundador de We Love Boquete; Joseph Stanley, jefe del Parque Nacional Volcán Barú, y Sara Borrero, administradora del Centro de Visitantes de Boquete. Un equipo que no solo conoce el sendero, sino que lo cuida y lo interpreta con sensibilidad.
De Boquete a volcán: La noche previa
Aunque quienes suben al Barú suelen hacerlo de madrugada, nosotros optamos por caminar de día. Salimos la noche anterior desde Boquete hacia Volcán, donde dormimos unas horas para arrancar frescos al amanecer. El frío del invierno chiricano se sentía desde la madrugada. A las 6:00 a. m. ya estábamos en el puesto de control del parque nacional en Los Llanos, tomando café caliente que nos ofrecieron los guardaparques antes de comenzar. A las 6:15 en punto, cruzamos la verja de entrada y empezamos el ascenso. Es indispensable registrarse aquí antes de empezar y, por normativa del parque, hacer el recorrido acompañado de un guía certificado.
Después del reto de la subida de La 45 lo espera un recién estrenado mirador donde la selva abraza.

Un camino que se sube en capas
La ruta por Volcán no es larga en kilómetros, apenas llega a siete, pero lo compensa en pendiente, altitud y diversidad ecológica. Cada tramo tiene un carácter propio. El camino empieza en Los Llanos, una sabana natural donde crece el maguey silvestre, cuyas flores alcanzan hasta diez metros antes de morir. Era mi primera vez subiendo el volcán. Comencé con las expectativas altas y un nudo en la garganta. Lo que seguía era un reto para todos los del grupo. Como su nombre lo dice, esta parte del camino les da tregua a las pantorrillas, con grandes rocas, pero sin todavía retar demasiado el cuerpo.

Después de pasar Los Llanos, llegamos a la parte favorita de muchos: el Bosque de las Brujas, un bosque húmedo con robles, cedros y guarumos, hogar de quetzales y bambúes susurrantes. Es el mundo de Alicia en el País de las Maravillas. El paso es estrecho, por lo que uno no puede evitar sentirse uno con el musgo. Aquí dan muchas ganas de conversar con sus compañeros de camino. Lleva buen rato andando, pero los pulmones se sienten en casa. Me atrevo a decir, sin temor a equivocarme, que las mejores fotos del trayecto salieron aquí. Es de buen augurio estar de buen humor en esta parte, porque lo que sigue es el verdadero Volcán.

Justo antes de arrancar después de un descanso le digo a Adrián que me siento muy bien para estar a mitad de camino. Con el carisma desbordante que lo caracteriza, me dice: “Me alegra, lo vas a necesitar”. La 45 es el tramo más empinado, que da paso al bosque de musgos y líquenes. Aquí la vegetación cambia radicalmente y aparecen plantas endémicas entre la niebla. Descansar aquí se siente menos reconfortante que en los tramos anteriores. Tiene sentido, pues estamos más arriba. La siguiente fase parece salida de una página de J. R. R. Tolkien. El Arenal, también llamado “Mordor”, es una zona de suelo arenoso y frágil donde la vegetación desaparece y la neblina es protagonista. Aquí las mejoras hacen la gran diferencia. En contraste con los espacios antes recorridos, en esta parte el suelo está suelto y con un paso hacia adelante uno se desliza un poco hacia atrás. Los escalones recién instalados ayudan al caminar y evitan la erosión.


La parte final del recorrido empieza con el cráter, una explanada rocosa, sin vegetación, expuesta al sol, el frío nocturno y los vientos fuertes. Aquí el Barú lo toma por sorpresa. Piensa que ya llegó, que es hora de descansar, pero la verdad es que la cima está a doscientos metros. Ese recorrido todavía necesita sus piernas y espíritu. Lo que viene es una pared, segura y bien señalizada, pero aquí el corazón rechina más que cualquier articulación. En el tope, unas escaleras de metal lo llevan a la cruz, símbolo absoluto de que llegó al punto más alto de Panamá. Justo al llegar a los 3.475 m s. n. m., empezó a llover con fuerza. No llovió en toda la caminata. El Barú nos esperó para que subiéramos secos y, una vez arriba, nos recordó quién manda.
Una noche arriba del país

A diferencia de la calle de tierra y grandes rocas cubierta de árboles que conecta Boquete con la cima, el camino por Los Llanos es un sendero más técnico y exigente, donde se atraviesan al menos cinco tipos de ecosistemas.
Acampamos en la cima del país. La noche fue fría, con temperaturas cercanas a los 5 °C, pero dormimos bien abrigados. David nos preparó un picnic desayuno mientras el cielo se aclaraba. Y sí: vimos ambos océanos desde una misma cima. El Caribe al norte, el Pacífico al sur. No todos lo logran. Ese amanecer fue el mejor resumen de Panamá: poderoso, compacto y glorioso. Más allá de la experiencia personal, este sendero tiene un valor especial para el turismo nacional y la conservación ambiental. “La experiencia de recorrer (sobrevivir) el sendero de Los Llanos a la cima del volcán Barú es algo sin igual, por la suma de todos los componentes que se mezclan en un solo recorrido de siete kilómetros: recorrer cinco mundos diferentes, las vistas, el clima frío, caminar (y acampar) en el cráter de un volcán, el reto físico del ascenso y, al final, ver ambos mares al amanecer. Eso hace que uno sienta un respeto inmenso por la naturaleza y gratitud de estar vivo. Nada agrupa tantas experiencias a la vez, pero así es Panamá, lo cambia a uno en siete kilómetros”, afirma Adrián.

Bajada por Boquete
Una vez tomamos todas las fotos posibles y celebramos la hazaña del día anterior, hicimos el descenso por el lado de Boquete, en un 4×4 modificado manejado con maestría por David. Ver ambos lados de la montaña permite comparar: Boquete es más transitado, más estructurado, pero también menos íntimo. Lo ideal es lo que hicimos: subir por Volcán, bajar por Boquete y entender el Barú desde todos sus ángulos.


Subir al volcán Barú es un acto físico, pero también espiritual. No es una cumbre con nieve ni una cima alpina; es otra cosa. Es una cima tropical, verde y ventosa, que se impone con humildad. Desde arriba, todo se ve más claro: los océanos, los valles, la selva… y, sobre todo, la pequeña dimensión de uno mismo frente a un país que todavía guarda secretos entre la neblina.
Ficha técnica
- Altura: 3.475 m. s. n. m.
- Distancia estimada (ida): 7,3 km.
- Tiempo de subida: siete horas (con descansos, paradas técnicas y de trabajo para tomar fotos).
- Dificultad: 9/10.
- Tipo de ruta: bosque nuboso, páramo y terreno volcánico.
- Guía y registro: obligatorio en el Puesto de Control Los Llanos.
Indispensables
- Ropa en capas y resistente al agua.
- Botas de montaña.
- Bastones.
- Linterna frontal.
- Agua (puede reabastecerse a mitad de camino).
- Gorro, guantes, bloqueador solar y saco de dormir, si planea pasar la noche.
- Snacks que aporten calorías.
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