Sarchí: color y manos diestras
Por Julia Henríquez
Fotos: Demian Colman
Una calle principal, una iglesia y una plaza colorida como salida de un cuento de hadas. Esto es Sarchí a primera vista. Hasta aquí llegamos en búsqueda de las carretas, símbolo nacional de Costa Rica desde 1986, y de la historia que hay detrás de esta tradición que ha marcado la cultura tica por más de cien años.
En la plaza, los árboles (debidamente marcados con nombre común y científico) acompañan un jardín florido decorado con sillas de madera, que se van llenando poco a poco de adolescentes enamorados y niños juguetones.
En el medio, una carreta que me supera, por mucho, en altura, es la reina del pueblo y la exhiben con tradicional orgullo para resaltar la importancia de los artesanos. Allí, una placa nos informa que fue construida por la fábrica Eloy Alfaro y sabemos enseguida a dónde dirigirnos.
La fábrica funciona en una casita de madera color aguamarina que parece a punto de caer en cualquier momento; sin embargo, cien años y unos cuantos temblores no le han hecho ni cosquillas. La construcción fue declarada de interés cultural por Costa Rica y la UNESCO, lo cual la protege de las, a veces, necias manos del hombre.
Allí nos recibe Uriel, hijo menor de don Eloy, quien sale de entre las máquinas y con ojos melancólicos nos relata su historia.
Viajo de inmediato a mi infancia, pues me siento en el taller del científico loco padre de Bella. Parece fantasía, pero es tan cierto que lo puedo tocar. Estoy, de hecho, en la casa de un visionario que decidió dedicar su vida a esta hermosa artesanía y levantar a su familia alrededor de ella.
Dentro del taller todo funciona tal y como lo hizo don Eloy hace tantos años: un molino de agua que recibe una pequeña cascada natural hace temblar la casa; cuerdas y poleas echan a andar máquinas cortadoras, pulidoras y taladros. Pareciera que la casa se viene abajo, pero es solo la magia y el poder de la invención.
Uriel nos lleva de estación en estación mientras evoca cómo cada uno de sus hermanos se especializó en una parte del proceso. Lo suyo son las ruedas y los tornillos. Cuenta que el segundo piso fue construido años después y que allí un par de máquinas generadoras de energía hoy hacen una pequeña trampa. Todo lo demás es movido por el molino, esta máquina del tiempo.
Uriel también nació aquí, al igual que sus seis hermanos, y todos aprendieron el oficio de su padre. Las ruedas, la caja, la pintura: todo hecho por ellos desde lo más profundo de su esencia. Artesanos de la vida criados para las carretas. Uriel es el único de sus hermanos que todavía camina en estas dimensiones y cuando habla de su familia y de los miles de recuerdos guardados en estas paredes, sus ojos se llenan de lágrimas.
Estamos ahora de pie junto a la casa. Hace unos años el terreno pertenece a alguien más que ha hecho de ella una tienda de artesanías y un restaurante. En frente, los artistas pintan al aire libre inspirados en el colorido de los pájaros y elogiados por los turistas que pasan curiosos a conocer su trabajo.
Uriel nos cuenta cómo su padre le inculcó la lectura, el día que su sobrino le contó que se casaba, cuando conoció “al francés ese que hace películas y tiene una gran nariz” [Gérard Depardieu], cuando conoció al presidente y Nobel de la paz óscar Arias y los grises días en los que enterró a su padre y, uno a uno, a todos sus hermanos.
“La carreta, el boyero y la yunta fueron los que pusieron a caminar este país”, nos dice recordando las palabras de su padre cuando le preguntamos sobre el inicio de esta tradición. “Antes de que sonaran los carros, y las carreteras atravesaran el paisaje, las carretas eran medio de transporte, ayuda para recoger los sembrados y hasta ambulancias. En ese entonces se trataba solo de una caja con dos ruedas y bueyes. Lo de la pintura llegó después, nadie sabe muy bien cómo, pero existen varios mitos que cuentan cómo los colores empezaron a pintarse en el paisaje costarricense”.
“En 1904, cuando mi padre tenía siete años, vio a un señor de apellido Césped hacer los primeros trazos”, cuenta Uriel. En esos tiempos que había “carretas pa’quí carretas pa’llá”, era difícil conseguir pintura. Pero un niño alguna vez le hizo unas rayas, y el boyero dijo: “No se ve mal”, y añadió un circulo: “¡Caramba, eso se ve bonito! Y como para imitar somos especiales, uno le hizo más y otro más y así, hasta que se llenó todita. En el camino pasaron ¡cien años!”.
Paso revista lentamente al lugar y los colores y las formas van tomando un nuevo significado. Ahora son más brillantes, más impactantes. Aquí el pintor es protagonista y sus manos hacen el trabajo que viajará kilómetros representando a este tradicional país.
La fábrica tiene cinco pintores y seis carpinteros. Juan, uno de los pintores, nunca ha salido del país, pero mediante sus cuadros, su esencia le ha dado la vuelta al mundo: “Hay una parte de mí en cada parte del mundo, yo viajo con mis cuadros”, me confiesa.
En la fábrica Eloy Alfaro todos parecen trabajar con el corazón, es algo que se respira. Los artesanos y pintores reciben a los turistas y les cuentan todo lo que hay que saber acerca de su trabajo. Si lo deseas hasta puedes sentarte en su lugar y simular pintar una obra de arte para la foto.
Hoy, a sus setenta y tantos, Uriel sigue haciendo los mismos tornillos que lo vieron crecer. Es el último Alfaro que trabaja en la fábrica y, aunque tiene un aprendiz, no abandonará su lugar hasta dejar este mundo. “Solo quedo yo, llegué de último y de último me voy. Eso no me lo quita nadie”.
Es un ser adorable que abre las puertas de su casa, de su historia y de su corazón a todo el que se tome el tiempo de preguntar. él es feliz. Un artesano de corazón que vio convertirse en símbolo de su país la que fuera la obra de su padre. Una fábrica hecha a pulmón que sobrevive a pesar de los años y en donde, como último heredero, transita con pasos melancólicos.
“Allá hacen las carretas”, nos dijeron, pero nunca nos imaginamos cómo se quedaría en nosotros este pedacito de mundo y su historia escondida.
Datos curiosos
Las carretas son hechas, en su mayoría, con madera de caoba.
Cuando fue creada la fábrica, en los años 20 del siglo pasado, no había corriente eléctrica, por lo que don Eloy aprovecha la acequia que todavía hoy da la energía necesaria.
Desde1986 la carreta es el símbolo nacional de Costa Rica.
La fábrica fue declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 2005.
Sobre el Monumento a la Carreta
El Instituto de Turismo lo pidió en 2006.
Tardaron nueve semanas en hacerla y cuatro pintores la decoraron durante cinco semanas y media.
En 2014 tuvieron que hacerle algunos cambios debido al deterioro producido por el clima, y la instalaron en un nuevo lugar con el techo y las rejas que hoy la protegen.