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Negros en América

Por: Ana Teresa Benjamín
Fotos:: Javier Pinzón, David Mesa y Ana Teresa Benjamín

Pobreza, desamparo estatal, menor acceso a la salud y a la educación y mayores tasas de desempleo forman parte de la realidad que enfrenta hoy la población afrodescendiente de América Latina, producto de un racismo estructural heredado desde la Colonia.

Se trata, según la CEPAL, de una situación que afecta a cerca del 22% de la población de Latinoamérica: unos 130 millones de personas, descendientes de los más de doce millones de africanos que fueron traídos a América entre 1500 y 1867 para ser esclavizados, que todavía enfrentan carencias y dificultades que no sufre la población “blanca”, y que se agrava “con la invisibilidad y negación de su existencia” en algunos países de la región.

Pero frente a este panorama desalentador, la CEPAL también resalta los avances: la resistencia histórica, por ejemplo, que ha hecho posible no solo la conservación de la cultura y la formación de conciencia, sino también la estructuración de grupos y organizaciones de afrodescendientes que trabajan para impulsar el reconocimiento, el diseño de políticas públicas específicas y la incorporación de la variable identitaria en los censos, entre otros temas. 

Como se lee en el informe “Situación de las personas afrodescendientes en América Latina y desafíos de políticas para la garantía de sus derechos”, en las últimas décadas “los países han avanzado, aunque en distintos grados, en la creación de marcos normativos e institucionales para el combate de la discriminación racial, así como en la realización de acciones afirmativas y la aplicación de políticas de inclusión”, y se espera que el Decenio Internacional para los Afrodescendientes 2015-2024 contribuya a darles mayor visibilidad tanto en los temas de autoidentificación como en la efectiva consecución de derechos.

¿Dónde están?

Si bien los hay en todos los países —o, al menos, eso sugiere la historia y varias prácticas culturales— hay algunos en donde su presencia es evidente —en Brasil o en Cuba, por ejemplo, donde representan el 50% y el 36% de la población, respectivamente—, mientras que en otros apenas empiezan a manifestarse de forma visible como grupo étnico o tribal. 

Está México, por ejemplo, país al que se vincula de forma cotidiana con su población indígena, pero en el que existe también una importante población negra en el sector de Costa Chica, en el estado de Guerrero. O Chile donde, según el dirigente Cristian Báez, de la Organización Lumbanga, la población afrochilena fue víctima de “un proceso de ‘chilenización’ o ‘blanqueamiento’” que los mantuvo invisibilizados durante mucho tiempo.

Pero también se reconoce la presencia de afrodescendientes en Colombia, Costa Rica, Ecuador y Panamá, países en los que representan del 7% al 10% de la población; y en Perú, donde rondan el medio millón de personas. 

Su dispersión geográfica, por otro lado, está vinculada con procesos históricos y presiones migratorias. En Colombia, por ejemplo, los territorios ancestrales están en la costa del Pacífico y el Caribe, así como en el Valle del Cauca, si bien el conflicto armado ha obligado a muchos a emigrar a ciudades como Medellín o la propia Bogotá. En Nicaragua hay población negra garífuna en la zona atlántica, así como en Belice y Honduras, provenientes de las islas de Jamaica, San Vicente y Las Granadinas, donde sus antepasados fueron mano de obra esclava en las plantaciones de cacao, azúcar y banano. En Honduras también viven negros angloparlantes o antillanos en la costa Atlántica, tal como ocurre en Costa Rica (la zona de Limón) y en las provincias de Bocas del Toro y Colón, en Panamá.

En Chile están concentrados en el norte del país, en la región de Arica y Parinacota, limítrofes con Perú y Bolivia, porque esas zonas fueron punto estratégico para el comercio de la plata que se extraía en las minas de Potosí (Bolivia), durante la Colonia. Tal como explica Báez, de Lumbanga, la presencia africana en Chile es centenaria, pero solo el 7 de marzo pasado fue aprobada la Ley de Reconocimiento del Pueblo Tribal Afrodescendiente, luego de que, en el año 2000, empezaran “un proceso de incidencia, junto con la ayuda de organizaciones afrodescendientes de Perú, Bolivia, Uruguay y Argentina, para lograr dos objetivos grandes: una ley de reconocimiento y la inclusión dentro de las estadísticas, en los censos”. 

La inclusión en los censos es un objetivo compartido. No se trata solamente de autoidentificarse —ya de por sí, importante—, sino que esa autoidentificación sirva para desagregar datos que, a su vez, se pueden utilizar de base para exigir y desarrollar políticas públicas que atiendan las necesidades específicas de la población afro. “Los datos estadísticos diferenciados son importantes porque con ellos se buscan acciones en beneficio de nuestras comunidades”, comentó Yimene Calderón, directora ejecutiva de la Organización de Desarrollo Étnico Comunitario (ODECO) de Honduras. 

Y, como puntualizó John Jairo Blandón Mena, del Proceso de Comunidades Negras de Colombia (PCN), los datos estadísticos hacen posible la visibilización y la conquista de espacios negados en lo histórico, social, político y cultural. 

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