La odisea intelectual de Jennifer Doudna
Por: Ángela Posada-Swafford*
Fotos: LatinStock, Shutterstock, EFE
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¿Editar genes con tal facilidad como cortar con unas tijeras? Esto fue lo que logró, hace ya siete años, Jennifer Doudna con la colaboración de otros colegas. Ahora, laboratorios de todo el planeta están comenzando a editar los genes de los organismos vivos tan fácilmente como los ingenieros de sistemas modifican códigos o el editor de una revista manipula palabras en un texto. La bioquímica y profesora de la Universidad de Berkeley, en California, ha descendido de su torre de marfil para encarar las tremendas implicaciones, buenas y malas, que salieron disparadas cuando destapó esta caja de Pandora.
Me la encontré hace un año en Oslo (Noruega), durante su recibimiento de los premios Kavli, que son vistos por muchos como el umbral del Nobel. Antes he descrito a Doudna como una gran garza blanca. Alta, delgada, de mirada intensa y modales pausados, habla con franqueza y calor humano. Nuestra charla estuvo orientada hacia su odisea intelectual y el proceso científico de su avance tecnológico: cómo llegó a donde llegó y qué consecuencias tuvo cada una de esas decisiones para la humanidad. Porque no hay duda de que los descubrimientos de Jennifer Doudna junto con su colega Emmanuelle Charpentier, en Francia, cambiarán para siempre nuestro destino.
“Crecí en una pequeña isla en medio del Pacífico, Hawái, y me fascinó el proceso químico de la vida y la evolución de los magníficos organismos que veía a mi alrededor. Quería entender cómo llegaron allí. Mi papá era profesor de literatura, y mi mamá, de historia”.
“A los doce años me regalaron una copia del libro La doble hélice, de James Watson, pero realmente fue una profesora de secundaria en el colegio la que me fascinó con sus lecciones de cómo la ciencia se trata del proceso de descubrimiento. Y me atrajo mucho la idea de entender el funcionamiento de las moléculas en el cuerpo humano”.
Siguiendo esa pasión, Doudna se graduó en Bioquímica, y luego fue a la Facultad de Medicina de Harvard, donde obtuvo un doctorado en Química biológica y farmacología molecular. “Recuerdo una clase increíble sobre cómo las bacterias producen toxinas para envenenar a otras bacterias”, dijo maravillada. “Entre otras cosas, lo que aprendí en Harvard fue a identificar un problema, partiendo de las grandes preguntas que tenemos sobre la ciencia, y a enfocarlo con la pregunta correcta para poder estudiar ese gran tema. Mi primer empleo fue en la Universidad de Yale, donde están algunos de los expertos más importantes del mundo en mi campo; ocho años después decidí irme a la Universidad de California, en Berkeley, porque vi una oportunidad de investigaciones muy interesantes y además me encantaba el clima de California”, añade riendo.
En Berkeley, Doudna descubrió cómo trozos pequeños de ARN (ácido ribonucleico) dentro del núcleo de cada célula son capaces de controlar la forma en que se fabrican ciertas proteínas. “Y eso fue genial, porque un día me llamó una profesora de Ciencias planetarias y me dijo que en su trabajo había visto cómo las bacterias, desde hace millones de años, han estado usando el ARN para podar el material genético de los virus que invaden sus células, como si fueran jardineros”, recuerda Doudna. “Entonces me metí de lleno a estudiar ese proceso en las bacterias, llamado CRISPR (por su complicado nombre en inglés). Pero, ¿qué me iba yo a imaginar que una geóloga planetaria me diera semejante dato tan interesante? Eso me demostró de forma dramática que la ciencia es en verdad interdisciplinaria”.
Poco después, durante una conferencia en Puerto Rico, Doudna conoció a la genetista y bioquímica Emmanuelle Charpentier, del Instituto Max Planck, en Berlín, quien también estaba trabajando en ese mismo tema de cómo las bacterias repelen a sus virus.
“Y nos pusimos a estudiar una proteína en particular involucrada en ese proceso, que se llama Cas-9, que nadie entendía bien”, dice Doudna con los ojos brillantes. “Pues la cosa fue que descubrimos cómo esta Cas-9 es capaz de identificar y hallar la ubicación de un segmento cualquiera en la hebra de la molécula del ADN del virus y cortarlo, literalmente, como unas tijeras cortan en dos una cuerda; una tijera que además tiene su propio GPS para saber a dónde tiene que ir”.
Pero la revolución consistió en que, mientras trabajaban con las bacterias y sus virus, las investigadoras se dieron cuenta de que esas “tijeras” de Cas-9 se podrían usar para cortar el ADN de cualquier organismo viviente, no solo de las bacterias. “Era posible reprogramarlo en el laboratorio para, por ejemplo, cortar selectivamente las secuencias de un gen defectuoso culpable de producir una enfermedad hereditaria, como la anemia falciforme. Recuerdo bien ese día. Estaba en mi laboratorio con un asistente y se me erizó el pelo de la nuca”.
Es una tecnología muy poderosa que es ampliamente aplicable en toda la biología. Se adoptó con mucha rapidez en laboratorios en todo el mundo, dice la investigadora. “La razón es que es muy fácil de usar. Tenemos estudiantes que apenas acaban de llegar a nuestro laboratorio y en unas pocas semanas ya están editando células humanas. ¡Es increíble! Es abrir la puerta de la oportunidad para la ciencia. Las aplicaciones se están multiplicando y la ciencia avanza a pasos de gigante gracias a esta herramienta”.
Pero el CRISPR-Cas-9 también tiene implicaciones éticas, políticas y hasta de seguridad nacional. “Ha sido una evolución profunda para mí durante los últimos años, reconociendo que este proyecto, que comenzó como querer entender la ciencia fundamental, dio a luz una tecnología no solo revolucionaria, sino llena de implicaciones.
Entonces tuve que tomar una decisión acerca de cómo iba a manejar este tema. Al principio me sentía muy incómoda con la idea de hablar en público acerca de todo esto, porque, como muchos científicos, sentía que no estaba entrenada profesional y bioéticamente para hablar de las implicaciones; y porque tengo un trabajo a tiempo completo en un laboratorio y dictando cátedra en la universidad. Pero entendí que tenía que afrontar esta responsabilidad porque, después de todo, fui la cocreadora de este sistema de edición de genes”.
Eventualmente, los políticos, abogados y bioéticos van a tener que entender bien la ciencia detrás de la edición de genes, porque diseñarán las leyes que regulen la forma en que la sociedad utilizará este nuevo conocimiento.
“Esta herramienta que tenemos es una herramienta de democratización, lo cual es al mismo tiempo una bendición y una maldición”, concluye la científica.