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EcologyLa mágica laguna de contrastes

La mágica laguna de contrastes

Por Fundación Azul-Verde-Azul
Fotos: Cristian Pinzón

 

A solo diez kilómetros de Riohacha, en el departamento de La Guajira (Colombia), bajo la sombra de la Sierra Nevada de Santa Marta se extiende una pequeña laguna que cada mañana brinda un maravilloso espectáculo. Rodeada por la arena naranja del desierto guajiro y enmarcada por el mar azul turquesa caribeño, su agua calma refleja los picos blancos de 5.700 metros de altura, mientras hospeda a los elegantes flamencos de largas piernas y plumas rosadas.

Unos pequeños camarones (Artemia salina), que abundan en esta agua, son los responsables del espectáculo, pues son el alimento de los innumerables flamencos rosados que a su vez atraen a espectadores curiosos… como nosotros. Los flamencos, que llegan a medir metro y medio, pernoctan en la Laguna Grande pero vienen a esta, la laguna Navío Quebrado, a pasar el día y a comer camarones mientras desfilan con gran elegancia de un lado a otro sobre el espejo de apenas treinta centímetros de profundidad.

Gracias al espectáculo natural que acontece aquí día tras día, este colorido lugar fue declarado Patrimonio Nacional y Cultural en 1992. En el complejo, que abarca más de siete mil hectáreas y consta de cuatro ciénagas (Manzanillo, Laguna Grande, Tocoromanes y Navío Quebrado) separadas del mar por barras de arena y rodeadas de bosque seco, habitan más de seis mil flamencos.

Los habitantes de la comunidad de Camarones, cuyas casas están cercadas por cactus, han sabido aprovechar este despliegue de belleza con responsabilidad, por medio del Grupo Asociativo de Trabajo Comunitario El Santuario. La comunidad, ubicada en la desembocadura del río Tapias, se ha organizado para brindar hospedaje en hamacas, sitios de camping y cabañas; ofrecer una deliciosa gastronomía, que mezcla sabores de la costa con los de la cultura wayúu, y llevar a los visitantes en pequeñas canoas de madera, al mejor estilo veneciano, a los rincones más especiales de esta laguna. Hoy hago parte de este grupo de personas que en silencio y con respeto nos dejamos conquistar por la magia del Santuario de Flora y Fauna Los Flamencos.

Nuestro guía, Carlos, usa un largo palo de madera para impulsar la canoa mientras nos comenta que los flamencos nacen de color blanco grisáceo pero se visten de rosado poco a poco, pues adquieren el color de los camarones de los que se alimentan. En agosto, estos enormes pájaros de patas largas emigran a otras lagunas de La Guajira norte; muchas prefieren esta laguna para poner sus huevos, los cuales reposan en nidos de lodo de unos sesenta centímetros de altura que parecen volcanes. Suelen poner un solo huevo por temporada; padre y madre se turnan para empollarlo y cuidar a su cría, la cual cuando cumpla seis años también procreará, para cumplir con el ciclo de vida. Su expectativa de vida es de cuarenta años.

Nos adentramos en la laguna, dejando la playa de arena blanca y olas revoltosas atrás. El aire fresco pareciera bajar directo de la Sierra Nevada, la cual se asoma borrosa más arriba de las nubes. El viento nos impulsa hacia una bandada de pelícanos que vuelan junto a más de doscientos patos cormoranes negros de pico amarillo y unas cuantas docenas de gaviotas blancas, guiándonos hacia lo más esperado: un grupo de más de cincuenta flamencos cuyo hermoso color rosado destaca en el paisaje. Hay juveniles blancos y machos sexis, muy rosados. Ellos marchan juntos, coordinados y al mismo ritmo, con acompasada elegancia. Pareciera haber un director de coreografía: hacia donde él se mueve se mueven todos. Levantan sus patas de manera sincronizada y miran todos curiosos para el mismo lado. Con el cuello formando un dos nos dan la bienvenida a su laguna, en donde conviven con otras 61 especies de aves de diversos colores y tamaños.

El grupo de flamencos se mueve de una isla a otra, como si se turnaran para el cambio de guardia con el grupo de la isla vecina, pero justo antes de llegar a su destino se les atraviesa un ibis, de impecables plumas blancas y brillante pico rojo, que rompe filas cual si fuera un general. Entonces observo una evidencia evolutiva, cuando nuestro grupo de flamencos abre sus largas alas de borde negro y utiliza la superficie del agua como pista de despegue. Es algo sublime ver a estas aves tan grandes levantar el vuelo y seguir tan sincronizadas como cuando marchaban levantando una pata a la vez.

El viento es fuerte y estamos lejos de la orilla, así que nuestro guía, Carlos, convierte su canoa veneciana en un pequeño velero y aprovecha la fuerza del viento para llevarnos a la playa de nuevo. Los únicos sonidos que nos acompañan son del agua y el viento. El negro, el blanco y el rosado de las aves son como chispas de color en una laguna color chocolate rodeada del verde espinoso de los cactus y el azul celeste del cielo con el blanco nevado de fondo. En la orilla del mar turquesa con olas revoltosas nos espera un sabroso guisado wayúu y descansamos del sol en una cómoda hamaca tan colorida como los pájaros de la laguna.

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