La familia invisible de Jorge Franco
Por Iván Beltrán Castillo
Fotos: Julieta Solincée
En 1999, el escritor colombiano Germán Santamaría andaba con una novela que un joven le había solicitado presentar en algún evento o feria literaria. Al principio pensó que sería otro de esos compromisos con los autores novatos que suelen tener más piedad que entusiasmo estético; pero después de leerla, supo que había hecho un gran hallazgo. Hablaba elogiosamente de ella, de su ritmo nervioso y rápido, de su forma de afrontar la cruel relación de los hijos de una ciudad con sus avernos históricos y sociales, de sus personajes densos y desesperados, pero redimidos por un hálito de poesía y, sobre todo, de la protagonista ‚Äïvoluptuosa, adorable, homicida, temible‚Äï, de la que era muy fácil prendarse: Rosario Tijeras, la hija díscola, provocadora y famosa de Jorge Franco Ramos.
Poco después, el columnista Enrique Santos Calderón lo vindicó con palabras certeras en el diario El Tiempo, de Bogotá. Ese fue el origen de un prestigio literario que ha crecido, al que se le han ido sumando títulos sugestivos, visiones temblorosas de la realidad y, lo mejor de todo, una galería de hombres y mujeres de mentiras que, sin embargo, a veces resultan más conmovedores que quienes caminan por las aceras de la escena contemporánea: su familia invisible.
Desde entonces, el antioqueño Jorge Franco, antiguo estudiante de cine en Londres, intelectual lejano de histerias ideológicas, pero muy consciente del mundo que le tocó en suerte, solo aparece cada cinco o seis años, cuando tiene una “noticia ejemplar” que mostrar, un fragmento o unos jirones de recuerdo encapsulados en las líneas de unas páginas. Así aparecieron, después de Rosario Tijeras, Paraíso Travel, Melodrama, Santa Suerte y la recién galardonada El mundo de afuera.
Nacido en Medellín hace 42 años, el padre de Rosario Tijeras es un autor que logra seducir grandes públicos, tal vez porque sus piezas son un caleidoscopio donde está atrapada la realidad convulsa de nuestras últimas décadas o quizá porque sabe atrapar ese ritmo dramático, alucinado y perenne que acompaña al hombre como una segunda sombra.
¿Qué papel le otorgas a la imaginación y a la poesía como testigos y contrapartes de la tragedia humana?
Son la otra carga en la balanza. En la tragedia griega los personajes parecen decididos a aceptar la imposición de un destino, pero en algún momento deben confrontarlo, y una manera de enaltecer la fatalidad es por medio de la imaginación y, mejor aún, de la poesía. En eso podría emparentarme con esas cumbres estéticas del pasado. Para ponerlo en términos más prácticos, yo lo hago mediante el amor y el humor.
Tengo la sensación de que un erotismo fúnebre y bellamente sombrío acompaña a gran parte de tus personajes, y les enseña a vivir y a morir alternativamente.
Cargo siempre con una imagen al momento de narrar el amor: la del mito de Tristán e Isolda cuando duermen juntos con una espada en el medio. Ella es la advertencia y el precio de la consumación pasional. Creo que desde entonces, así los tiempos hayan cambiado, esa espada, como símbolo de lo prohibido, sigue representando el mayor aliciente.
La ciudad como tema y receptáculo de todas las pasiones y flaquezas está presente en diversos autores. Háblanos de tu filiación con la bella, ambigua y apasionante Medellín.
Es una relación de amor y de odio, contradictoria como la ciudad misma. Pero ese supuesto odio no es otra cosa que frustración, al ver que seguimos cayendo en los mismos errores y que no hemos aprendido las lecciones que nos dejó nuestra historia. En la esfera literaria, siento a Medellín como el centro de gravedad de mis historias: todos mis personajes se rigen por la fuerza de su influencia.
En tus trabajos, sobre todo los primeros, hay una devoción innegable por la narrativa cinematográfica. No en vano dos de tus obras se han convertido en películas muy recordadas. ¿Cómo ha sido tu amistad con el cine?
Desde niño me apasiona el cine, me parecía una forma mágica de contar historias. En el colegio nos pasaban películas cada semana. Creo que desde entonces quise contar historias, aunque lo curioso es que terminé haciéndolo con la escritura, por la misma época en que me fui a estudiar cine.
¿Qué les dices a quienes detestan los libros convertidos en filmes y consideran que la transmigración de lenguajes hace que pierdan tanto el cine como la literatura?
Les diría que las artes tienen vasos comunicantes que las relacionan entre sí. La prueba es que los artistas encontramos inspiración en otras formas de expresión. Y el cine siempre ha buscado esa relación con la literatura, que a veces funciona y a veces no, pero donde ambos comparten un idéntico impulso: contar historias.
Tus libros han ido sofisticándose lentamente, en un intrigante proceso. ¿Se trata de una maduración consciente o de un fluir natural?
Creo que la maduración en un escritor se da con gran liviandad, espontáneamente, con la práctica. Solo se aprende a escribir escribiendo y, bueno, leyendo siempre.
¿Quién era en la vida real Rosario Tijeras? ¿Es acaso una mixtura de varias mujeres que se cruzaron en tu camino?
Ella recoge aspectos de los diferentes roles que han desempeñado las mujeres en el narcotráfico. Por suerte ninguna se cruzó en mi camino. O bueno, tal vez aquellas que no me aceptaron y decidieron que yo fuera simplemente su amigo.
¿Te preocupa la visión que en el tercer mundo tenemos del desarrollo? ¿Cómo percibiste esa tensión en tu etapa londinense?
Lo único que me preocupa es que la distancia social, cultural y económica, en lugar de acortarse, se agranda, y creo que la culpa de que esto suceda la han tenido la corrupción y la mentalidad cegatona de nuestros gobernantes.
García Márquez dijo que le gustaría cederte su antorcha. ¿Te compromete demasiado esa elogiosa frase?
Fue una frase para gozar y luego olvidar. Me llenó de confianza y seguridad para seguir adelante, pero no podía dejar que comprometiera mi trabajo, y ahora la considero como algo del pasado.
Los premios y la popularidad que ahora te acompañan, más allá de ser sugestivos, pueden ser peligrosos y equívocos. ¿Qué medidas has tomado para capotear el espejismo de la fama?
Hay una diferencia muy grande entre la fama y el éxito. En Colombia, un concursante de un reality puede llegar a ser mucho más famoso que un escritor. Y es la fama la que puede generar equívocos, mientras que el éxito afianza la seguridad. Con esto no quiero decir que yo sea un escritor exitoso; todavía queda mucho camino por recorrer.
¿Es Colombia una nación donde todos estamos inmersos en situaciones límite, como les pasa a tus criaturas, atrapadas en periplos amargos, negocios turbios, amistades peligrosas o angustiosos secuestros?
Duele decirlo, pero Colombia es un país en el que ni siquiera se puede hablar por teléfono celular en la calle; se corre un riesgo muy alto. Y ese es solo el comienzo de una cadena de miedo. Es un país fascinante, pero lo que les sucede a mis personajes es poco frente a lo que ocurre en la realidad.
Don Quijote en Medellín es un texto formidable que, curiosamente, no es el más recordado por tus lectores. ¿Qué grandes lecciones guarda la utopía cervantina para el mundo contemporáneo?
Tristemente, parece no haber espacio para las utopías en el mundo contemporáneo. Tal vez la única lección del Quijote que nos sirve hoy es la de recurrir a la imaginación, o a la locura, para sobrellevar la realidad.
¿Cuáles son esos autores que te interesaron siempre y fueron artífices de tu sendero literario?
La lista es larga y ha ido cambiando con el tiempo, pero hay un grupo que yo llamo “los de siempre”: Faulkner, Capote, Cormac McCarthy, Borges, Onetti, Juan Marsé, Rulfo, Shakespeare, Philip Roth…
¿Ya puedes darte el maravilloso lujo de vivir de la literatura?
Aún no.
¿Hay una doble lectura en el título de tu más reciente novela? Podría sospecharse que hablas del mundo de afuera en el sentido del secuestrado que escucha el rumor del mundo y en el más metafórico sentido del Yo, que parece alejarse del universo objetivo de las apariencias.
En realidad, no hay símbolos detrás del título. En la novela se narran dos mundos: el de adentro, la vida en el castillo y el mundo fantástico de Isolda, y ese mundo de afuera, del que su padre quiere protegerla. A ese mundo es al que hace referencia el título.
Aunque parezca temerario, me gustaría que sintetizaras lo que ha sido tu vida hasta este instante.
Ha sido la vida feliz de un inconforme.
¿El recuerdo es la simiente y el origen de toda literatura? ¿Cómo trabaja en ti la memoria?
Trabaja muy mal; la mala memoria es mi cruz. No recuerdo nada y todo se me olvida: olvido de qué tratan los libros que he leído, las películas que he visto, casi todo lo que me ha pasado en la vida… Si le busco el lado bueno a esta situación, puedo decir que por no recordar me he visto obligado a inventar.
¿Quiénes son los autores que más te conmueven e interesan de la literatura latinoamericana posterior al boom?
Roberto Bolaño, Fernando Vallejo, Tomás González, Ricardo Silva, Ricardo Piglia y muchos más.
Los títulos de tus obras son bellos y delatan una minuciosa dedicación. ¿Cómo llegas a un título?
Por lo general, siempre defino el título al terminar de escribir la novela y comenzar a corregir. Durante el proceso de escritura voy haciendo una lista de posibles títulos; algunos desaparecen y otros permanecen hasta el final. La misma historia me regala el título. De los que llegan a la final hago una pequeña encuesta entre las personas más allegadas, y en esta decisión también tengo en cuenta la opinión del editor. Una aclaración: “El Quijote en Medellín” en realidad se titula Donde se cuenta cómo me encontré con don Quijote de la Mancha en Medellín cuando la ciudad se llenó de gigantes inventados. Como es lógico ante un título tan largo, fue necesario modificarlo.
¿Crees que de verdad exista lo que llaman realismo?
Si existe “novela histórica”, ¿por qué no habría de existir el realismo? Es una manera de rotular una forma de narrar motivada por la realidad, pero lo cierto es que todo en una novela es mentira. Ahí radica la magia de este género: contar verdades a partir de las mentiras.
¿Por qué mientras la literatura y el arte latinoamericanos crecen y gozan de cabal salud, sus instituciones sociales y políticas parecen tan fallidas y lamentables?
Porque nos gobierna una clase política embrutecida, insensible y corrupta; así de sencillo y así de complejo.
¿Cómo es tu diálogo con ese necesario amante que se llama lector?
Es un diálogo imaginado que se da desde el momento de la escritura, cuando el escritor tiene que idealizar a su lector. Yo siempre imagino que le cuento al oído la historia que escribo. Y debe ser un diálogo motivado por el respeto al lector, lo cual implica no subestimarlo. Es una relación que comienza con una cita a ciegas y en la que, página a página, el autor debe ganarse a ese interlocutor silencioso que es el lector.