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PersonajesEl talentoso señor Darín

El talentoso señor Darín

Por: Roberto Quintero
Fotos: Carlos Eduardo Gómez

Ricardo Darín entra a escena y el mundo se derrite a sus pies. Ni bien sale del ascensor, reparte besos y abrazos y posa para las fotos que le piden sus fans, mientras nos dirigimos a la terraza del American Trade Hotel, donde realizaremos la entrevista. Su presencia en el Festival Internacional de Cine de Panamá tiene a todo el mundo loco de contento (incluso yo), y nadie se priva de intentar conocerlo aunque sea solo por un segundo. Y no es para menos, pues este actor argentino bien podría ser una de las estrellas más importantes del cine iberoamericano actual. Observo la escena y pienso irremediablemente en todos esos famosos que el periodismo me ha permitido conocer, que con menos fama, talento y carrera no resisten que la gente se le acerque; pero él, genuinamente amable y encantador, no pierde ni por un segundo ese aire de buen tipo relajado al que no lo perturba nada, ni la sonrisa afable que nos ha regalado una y mil veces desde la pantalla grande.

El nombre de este intérprete porteño de 57 años de edad y cuarenta de carrera artística, está asociado a tres de los filmes más relevantes del cine argentino, que figuran además dentro de las joyas del séptimo arte latinoamericano. Protagonizó Nueve reinas (2000), del director Fabián Bielinsky, thriller policial que catapultó su carrera a escala mundial y se convirtió en toda una revolución del nuevo cine latinoamericano. Luego vinieron El hijo de la novia (2001) y El secreto de sus ojos (2009), ambas de Juan José Campanella, la primera de las cuales resultó nominada al Oscar en la categoría Mejor película extranjera y la segunda corrió con mejor suerte, llevándose la presea y convirtiéndose en el segundo film argentino en ganar la gran estatuilla de la industria estadounidense.

Al preguntarle por la buena fortuna de haber participado en obras tan emblemáticas, él sostiene que todo se trata de un mero golpe de suerte. Una respuesta que puede resultar increíble para un fan como yo, viniendo de uno de los actores más venerados y respetados del momento; pero muy propia del tipo escéptico que él asegura ser, el mismo que con sinceridad afirma que ha decidido no poner demasiada atención a los títulos que lo ensalzan para evitar “creerse el cuento”. En esta amable conversación que sostuvimos, Ricardo Darín contó en exclusiva algunos pormenores interesantes de sus películas y los directores que han definido su filmografía.

Eres un referente del cine Iberoamericano. ¿Qué se siente cargar ese peso tan grande, cuando eres un actor que sigue bregando y tiene mucho por hacer aún?

No pienso en eso, esas cosas tienden a dejarte medio inmóvil. En nuestro trabajo las caras visibles tienden a ser endiosadas por los medios y la industria, por distintos motivos. Eso es una cosa y en cierta medida se puede lidiar con eso; lo que no puede ocurrir es que te la creas. Si tú te crees eso de que eres un fenómeno, ahí estamos en problemas. Yo creo que lo que ha operado a mi favor es que nací de un matrimonio de luchadores del escenario. Siempre me ha costado mucho creer tanto el éxito como el fracaso. Es difícil que cuando conoces bien la cocina de las cosas, te dejes deslumbrar por las vidrieras.

Igual has estado en películas medulares para el cine latinoamericano. Hablemos de Nueve reinas, que fue un boom en tu carrera, dirigida por Fabián Bielinsky, que tuvo una filmografía increíble y se nos fue muy rápido.

Con Fabián nos conocimos casi que accidentalmente, porque él no tenía planeado convocarme a mí para Nueve reinas. Ni a mí ni a Gastón Pauls. En realidad tenía otros dos actores en primer lugar que maravillosa, mágica e inexplicablemente no sé cómo fue que leyeron el guión y le dijeron que no les gustaba.

¡No te puedo creer!

Sí, cosa que les agradezco profundamente [risas]. Por eso te digo que fue accidental. él tenía muchas prevenciones con respecto a mí para ese trabajo, por eso no me había convocado en principio. él no quería que yo le imprimiera al personaje, por cuestiones personales, una simpatía que a su juicio no necesitaba. él no quería que fuera querido por la audiencia. Entonces nos dedicamos especialmente a ir en contra de lo que él creía era una exagerada simpatía personal. Fue muy gracioso porque estábamos muy atentos a que no hubiera ni gestos ni modismos que a la gente le gustaran. él quería que desagradara el personaje. Tanta fuerza le pusimos a eso que no lo conseguimos [risas]. Porque los malos, cuando son recargados, dicen y hacen cosas que no podemos creer, y en el fondo nos terminan cayendo simpáticos. Eso fue muy divertido.

Nueve reinas fue una de las tres o cuatro películas que han sido más generosas conmigo, han viajado por el mundo y nos han hecho conocer lugares rarísimos. Lo que demuestra que cuando cuentas un cuentito bien contado, la cuestión es universal. Caiga donde caiga la historia, todo el mundo sabe de qué se trata. Por otro lado, Fabián y yo nos hicimos muy amigos, muy compinches, que dentro de la profesión es una cosa rara. Pero muy muy amigos, fue fabuloso, nos reíamos mucho; él era un personaje increíble.

Luego trabajaron juntos en El aura (2005), una película muy distinta a Nueve reinas, más de autor, muy cerebral y oscura.

El proceso creativo de El aura fue lo que definitivamente nos afianzó como amigos, porque nos encerrábamos a planear qué cosas debían ocurrir. Fabián quería sumergirse en el mundo oculto de una obsesión; pero no solo eso: a él le encantaba buscar las máximas dificultades. Por eso se planteó el seguimiento de un personaje que sufre de epilepsia, que innegablemente te coloca en una situación en la que hay un corte eléctrico cerebral sin aviso. Nos repartimos un poco el trabajo. él se encargó de la historia y la estructura narrativa, y a mí me dejó la labor de ocuparme del personaje, investigar qué pasaba en la cabeza y en la vida de este tipo. Era muy gracioso porque yo nunca había hecho una cosa así y creo que él tampoco, pero nos alimentaba esa alegría que nos daba trabajar juntos. Nos juntábamos casi todos los días durante muchas semanas, como quien planea un asalto. Pegábamos corchitos en la pared y carteles con anotaciones. Un día uno venía y decía: “Esta música, esta música”, porque escuchando música tratábamos de imaginar cómo sería la vida de este pobre muchacho Espinosa.

La pasamos muy bien, fue fantástico. Fue durísimo porque tiramos miles y miles de metros de celuloide. Creo que hicimos, si no me equivoco, algo así como 110.000 o 115.000 metros de celuloide. Con lo cual, podríamos haber hecho como tres películas.

Realmente es una película maravillosa…

Sí, es una película distinta, muy rara… él tampoco quería ser condescendiente con la audiencia, no quería que tuviera un final feliz. él no era amigo de los finales felices porque decía que la vida no es así. Fue una experiencia muy buena que nos afianzó mucho más todavía. Discutimos también mucho más, como debe ser. Y cuando estábamos a punto de abordar un tercer proyecto, él tuvo que viajar a São Paulo; se fue a hacer un casting para no sé qué cosa. Una noche hablamos por teléfono y me dijo textualmente: “Tengo entre manos una historia que te va a gustar a ti mucho más que a mí”. Porque yo le estaba diciendo que debíamos pasar a la comedia, que después de El aura teníamos que volver a unas aguas un poco más relajadas. Y me dijo: “Tengo una historia que te va a encantar. Ahora cuando llego el jueves almorzamos y te la cuento”. Y esa noche murió. Desde entonces estoy tratando de averiguar de qué se trataba. Con su mujer revisamos su computadora y algunas anotaciones, con mucha prudencia y cariño nos fuimos acercando a ver y no logramos averiguar qué era. Se ve que lo tenía en la cabeza, no lo había bajado al papel todavía.

Otro director importante en tu carrera es Juan José Campanella, con quien has hecho cuatro películas, siendo una de ellas El secreto de sus ojos, ganadora del Oscar a la Mejor película extranjera. Supongo que es muy distinto trabajar con él.

Es otra historia. Soy un tipo muy afortunado, porque tengo la suerte de ser convocado por distintos tipos de directores. A pesar de que tienen un dato en común muy fuerte: los dos son enfermos amantes del cine. Algo que muy poca gente sabe, por ejemplo, es que Campanella es un extraordinario editor. Si hay algo que le apasiona del oficio es cuando se puede tirar a montar su película. Además lo hace muy bien, tiene mucha idea de timing, de corte, es un estudioso.

¿Cómo se conocieron?

Con Juan la historia fue muy rara también. Nos conocimos en Nueva York caminando por la calle, cuando éramos muy jóvenes los dos. él estaba con Fernando Castex, quien ha sido coguionista en casi todas sus películas. Ellos eran estudiantes de cine en Nueva York, nos encontramos en la calle y nos saludamos. Yo ya era de alguna forma conocido en Argentina por las telenovelas y algunas películas livianas. Y nada, nos conocimos, tomamos algo en un barcito y ahí quedó. Corte. Diez años después me ubican en Buenos Aires, se presenta Juan y me dice: “No te vas a acordar de mí”, y yo sí me acordaba. Y me dice: “Bueno, Fernando y yo escribimos un guión para vos y queremos que lo leas”. Yo dije “Wow, qué momento”, porque muchas veces te pasa que te dicen: “Esto es para vos” y no te gusta y después no sabes cómo salir de esa situación. La cuestión es que lo que me dio a leer fue el guión de El mismo amor, la misma lluvia y literalmente me caí de culo.

Era para vos.

No solo era para mí, sino que nunca me habían ofrecido algo tan bueno y con tantas posibilidades. Y desde ese momento, desde el inicio, lo cual me colocó en una situación de máximo compromiso; pero me gustó muchísimo. Hemos hecho cuatro películas juntos y la verdad es que ya nos entendemos con la mirada. Por ejemplo, El secreto de sus ojos fue rodada a contra-reloj, porque tuvimos que filmar dentro del Palacio de Justicia y teníamos unas horas muy acotadas de trabajo. Y ahí nos dimos cuenta de que hay un entendimiento inmediato, nos entendíamos con la mirada. La verdad es que las experiencias con Juan siempre son muy acogedoras. Aparte de un gran editor y un gran guionista, es un director que disfruta mucho del contacto con los actores. Le gusta formar parte del proceso creativo con los actores y estar ahí, buscando, investigando. A pesar de tener todo muy claro, porque es un gran profesional y lleva todo su trabajo hecho al set, deja un espacio dentro de ese esquema para que haya un poco de juego.

Debes recibir una gran cantidad de guiones. ¿Qué tipo de historias te gusta actuar?

Me gustan las historias que me movilizan, no las historias de diseño, sino las que nos cuentan cosas que nos interesan. Y eso lo siento con las películas sencillas y profundas que nos cuentan qué le ocurre a los seres humanos.

Eso me recuerda Un cuento chino (2011), que es una película chiquita con un guión muy potente. Yo tuve la oportunidad de verla en los festivales de La Habana y Panamá y en ambas ciudades la reacción del público fue increíble.

Es eso, una historia chiquita, simple aparentemente, pero es universal. El gran tema cotidiano de la humanidad es la tolerancia o la intolerancia con el que es diferente. Navegamos en ese tema y creo que Un cuento chino de alguna forma coloca “cómicamente” en una situación límite a dos tipos con historias muy distintas, pero en un punto les está pasando más o menos lo mismo. Y esto es quizá lo más interesante del guión que escribió Sebastián Borensztein, lo cual genera esa identificación de la que hablas. Los seres humanos no somos tan distintos, pues aunque nuestra apariencia pueda ser diferente nos pasan más o menos las mismas cosas. Queremos vivir en paz, no ser discriminados, que nuestros hijos sean felices y tengan posibilidad de desarrollo. Yo sé que suena un tanto utópico, pero andamos más o menos detrás de los mismos ideales. Salvo algunos tipos que se dedican a otra cosa, pero esos no nos interesan.

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