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Chiriquí, coffee heaven

Chiriquí, Coffee Heaven

Las últimas décadas han visto a la provincia de Chiriquí, en el occidente panameño, convertirse en meca para los devotos del café del mundo entero. Pero las cordilleras chiricanas ofrecen mucho más, e iniciativas privadas y públicas trabajan para exponer al visitante todos los atractivos que la región puede mostrar.

Por Gaspar Victoria

Fotos: Luis Zamora (@Luis_zamorav)

La historia del café en la región montañosa al norte de la provincia panameña de Chiriquí no es nueva. Aunque el fruto entró al país en 1742, fue a finales del siglo XIX cuando comenzaron a cultivarlo con éxito en sus cordilleras occidentales. Sus productores han enfrentado altibajos propios de cualquier cultivo, pero varios eventos coincidieron, a finales del siglo XX, para llevar al café chiricano al sitial actual, cuando la región comenzó a ser conocida como el Valle de Napa del café.

La llegada de la roya del café, en los años 70, y la crisis de los precios en los 90, obligaron a los cultivadores a innovar con variedades resistentes y de especialidad. En 1996 fue fundada la Asociación de Café Especial de Panamá (SCAP – scap-panama.com), para educar y motivar a los caficultores en la búsqueda continua de la mejor calidad en taza. Poco después, el famoso escándalo de Kona ayudó a Panamá, y a Chiriquí específicamente, a sobresalir en el mapa mundial del café.

Catar café… y mucho más

Mucho ha pasado desde entonces, y el café panameño se cotiza entre los mejores del mundo. Muchas fincas han abierto espacios para catar y comprar sus productos, generando una oferta turística que involucra a toda la comunidad. Panorama de las Américas vuelve, una vez más, a las Tierras Altas del occidente panameño para conocer cómo ha crecido dicha oferta, que no solo habla de café, sino de gente, historia, cultura y naturaleza, mezclados en un atractivo coctel. Aquí algunos ejemplos de lo que puede esperar si decide ir a la región:

Aunque se dedica al cultivo de café y otros productos, la gran atracción son los animales de montura (caballos, ponis y búfalos), que hacen las delicias de chicos y grandes. También hay espacio para picnics, con vista sobre todo del volcán Barú.

Los Janson producen aquí café desde 1990, aunque la finca ha existido desde 1926. El beneficio está junto a una simpática cafetería, donde se hacen las catas y se consume el café rodeado de un paisaje que quita el aliento. También allí puede comprar el café en atractivas
y variadas presentaciones.

Finca Ceriana (Volcán)

Luigi González de la Lastra ofrece una experiencia agroturística autososteni- ble centrada en criar corderos, cuyos productos se pueden consumir allí o llevarlos. Los turistas también recorren la finca y sus áreas protegidas, conocien- do su histórica y funcionamiento. Hay espacio para picnics.

Se encuentra en Renacimiento, zona que sigue ganando fama entre las zonas productoras de café. La familia Yangüez la trabaja desde 1968. Ofrecen catas con métodos tradicionales y también modernos, que complementan con alojamiento, gastronomía local y recorridos por las zonas protegidas. También tiene una oferta científica asociada a los felinos salvajes, de los que existen todas las especies en las cercanías (Proyecto Ecografe Panamá).

La familia Saldaña lleva tres generaciones produciendo leche grado A y sus derivados (el yogur griego es sensacional), también tienen cafetales y senderos para avistamiento de aves y fauna. En la tarde se puede ir en familia a disfrutar de una pequeña cafetería, visitar su capilla o comprar artesanías en una cooperativa de mujeres ngöbes.

Es una finca pequeña, pero hermosa, donde los cafetos se mezclan con huertos de cítricos. Enith Flores de Gómez la bautizó en honor a su suegra. Hay senderos, un mirador panorámico y (para mí, lo mejor) un pinar bajo el que se puede tener un almuerzo familiar o descansar en hamacas.

Esta finca ofrece variedades de cafés y giras por sus cafetales, con la particularidad de que tanto su fundador, Arnulfo Arias Madrid, como su viuda y actual dueña, Mireya Moscoso, fueron presidentes de la República, por lo que el recorrido tiene un regusto adicional a historia política panameña.

Fue bautizada, en 1918, por el nombre de la esposa del fundador, Elida Lamastus. Su descendiente, Wilford Lamastus, lleva la propiedad y fue uno de los responsables del protagonismo actual del café de la zona. En Elida se prueban algunos de los cafés más cotizados y se recorren los plantíos, mientras se conocen los desafíos del cultivo.

Eugene Altieri, inmigrante ítalo-estadounidense, adquirió las fincas a finales del siglo pasado, y ahora sus descendientes construyen sobre su legado. Actualmente, Altieri tiene restaurante, una cafetería donde se hacen catas y recorridos por sus cafetales. También venden un delicioso helado de café, popular en toda la provincia.

Se cuenta entre las fincas más antiguas en funcionamiento. Tiene un bello hotelito con un excelente restaurante, ofrece giras por los cafetos y el beneficio, además de giras por senderos naturales en los que es posible ver quetzales durante temporada, por no hablar de las legiones de colibríes que se acercan al hotel al atardecer y amanecer.

Ideado por Ricardo Koyner, aquí se combina el buen café con alta adrenalina, pues hay recorridos por canopy, puentes colgantes, senderos naturales y avistamiento de aves. También tienen catas de té y rones de solera, en alianza con la ronera local Carta Vieja.

Haras Cerro Punta y Cerro Punta S. A.

Otras actividades imperdibles son la de admirar hermosos caballos en Haras Cerro Punta y cosechar fresas en Cerro Punta S. A.

La fórmula del café perfecto

Varios aspectos geográficos coinciden para hacer de estas tierras excepcionales para cultivar café. Como lo resume la doctora María Ruiz, integrante de SCAP y codueña de la reconocida finca Café Ruiz: “Las erupciones volcánicas modelaron la región, dotando también al suelo de una excepcional riqueza nutricional. Esto, unido a la fresca altitud, la humedad tropical y los vientos alisios que, desde el mar Caribe, empujan las nubes gentilmente sobre la cordillera, bajando en forma de un fino y persistente rocío (llamado aquí bajareque), son elementos primordiales para la germinación y maduración del café”. Además, gran parte de las fincas limitan con zonas protegidas como el Parque Volcán Barú y el Parque Internacional La Amistad. La biodiversidad circundante es vital para el cafeto, al punto que las parcelas son relativamente pequeñas, para que puedan sentir sus efectos.

Pero lo más importante, según Ruiz, es la gente. “La población original, los doraces, más sofisticados que sus vecinos, se mestizaron con los españoles. Luego, los primeros caficultores locales plantaron parcelas a mediados del siglo XIX, siendo acompañados luego por colonos europeos y norteamericanos, que llegaron durante la construcción del canal interoceánico”.

Gente como ella misma, o como Francisco Serracín, proveedor de café para la casa imperial del Japón, cuyo padre redescubrió la olvidada variedad Geisha, protagonista del auge actual, y trabaja en su laboratorio para producir licores y rones con notas del café local. También Luis Rovira, quien, desde su Vintage Café,  mantiene una exhibición sobre la historia del café y apoya a mujeres pequeñas caficultoras a colocar sus lotes. Terminamos con Camilo Sánchez y Jossellene Chire, baristas ngöbes, ejemplo de cómo este pueblo, que se ha encargado por generaciones de cosechar el cafeto, escala y progresa gracias a la fama de sus frutos.

No contamos más. Vaya a descubrir usted mismo, estimado lector, las maravillas que un sencillo y pequeño fruto rojo provoca en Panamá.

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