El Chaltén, un tesoro de la Patagonia
El Chaltén, en el Parque Nacional Los Glaciares, en Argentina, ofrece una experiencia natural de lagos, montañas, glaciares, silencio, calma y energía.
Texto y fotos: Ana Paula Prestes y Margarita Navas
Durante nuestra estadía en Argentina, “El Chaltén” siempre estuvo en nuestra mira. Un día, al fin, sin resistirnos más a la idea, sacamos las mochilas de los armarios y nos embarcamos con el equipaje lleno de sopas instantáneas, ropa de calor y frío y equipo de campamento. Nuestra idea era hacer exactamente lo que el lugar inspira: una inmersión total en esa mezcla de lagos, montañas, glaciares, silencio, calma y energía. La experiencia resultó ser de las más hermosas en nuestro largo kilometraje como trotamundos.
Parque Nacional Los Glaciares
Llegamos en autobús desde el aeropuerto de El Calafate por la ruta 23. A medida que nos acercábamos al Parque Nacional Los Glaciares, provincia de Santa Cruz, la vista de las montañas reconfirmaba que nuestra elección había sido acertada. El paisaje te quita el aliento. En el centro de información nos familiarizamos con las mejores posibilidades para explorar la región. Hay senderos de fácil acceso para quienes se quedarán corto tiempo y otros que requieren más preparación, tanto cronológica como física. Como queríamos ver la mayor cantidad de escenarios posibles, optamos por permanecer en un campamento central que nos permitía la posibilidad de hacer los senderos más populares.
Primer campamento: Laguna Capri
Desde el mirador del Río de las Vueltas, ya estábamos extasiadas. Qué decir de la llegada al campamento, a cuatro kilómetros, con su paisaje surrealista: el cerro Fitz Roy en frente, reflejado en una laguna cristalina. Y ni siquiera describir el amanecer desde la carpa: beber café con la mirada puesta en esa imponente montaña es una escena de ensueño. Hacía calor, por increíble que parezca, porque el clima en la Patagonia argentina suele ser frío, nublado, en extremo variable, hostil y con mucha nieve en sus cerros; solo algunos días del año aparece el sol. ¿Podríamos llamar “suerte” al buen tiempo? En todo caso era solo el comienzo de un día perfecto.
Segunda meta: Laguna de los Tres
Aunque en general fácil, el último tramo de este sendero de cinco kilómetros, trazado hacia el corazón de las montañas, es bastante empinado y requiere de nuestro aliento. Sin embargo, el paisaje dramático, contrastante y definitivamente cinematográfico que nos esperaba se nos ofreció como una recompensa: el nevado Fitz Roy al frente con un hermoso y vívido lago azul a sus pies.
Hacia la Laguna Sucia
Tomamos nuestra merienda y bordeamos la laguna hasta su desembocadura donde nace otro sendero ascendente. En solo diez minutos obtuvimos otra impresionante vista: la Laguna Sucia y sus increíbles glaciares colgantes; otro regalo de la naturaleza. Absorbimos toda la energía de aquel mágico lugar hasta el momento de regresar al campamento, pero aún el día nos deparaba otra sorpresa: el atardecer tiñó el escenario con luces violetas y naranjas.
Mirador de Piedras Blancas
El día siguiente, tras dos horas a través del bosque, encontramos un paisaje arrollador: el glaciar Piedras Blancas, sus interminables cascadas de seracs (bloques de hielo fragmentado), y los montes Fitz Roy, Madsen y Eléctrico. Aunque hay un sendero que permite acercarse, optamos por la vista de gran angular: el glaciar en todo su esplendor y la laguna, de un azul fuerte que contrasta con tanto blanco. Volvimos a nuestro campamento donde esperamos la puesta del sol al borde de la laguna Capri con un par de copas de vino. En la noche nos deleitamos con las estrellas fugaces, la Vía Láctea y la Luna, que se reflejaban en el agua.
Esperando el amanecer
El inicio de nuestro cuarto día nos encontró fuera de la tienda, esperando ver el Fitz Roy al amanecer. Como cuando vas a una premier, buscamos las mejores sillas y esperamos con gran expectativa el show. Lo que vino no era lo que habíamos imaginado, fue mucho mejor. A medida que el sol nacía, un pincel invisible iba pintando lentamente las montañas con un tono de naranja intenso. El primero en vestirse de color fue el pico nevado; luego, el color fue descendiendo hasta dar la sensación de que todo ardía. La escena se repetía en la laguna, como en un espejo, manteniendo el color del fuego y mezclándose con el azul del agua. Por un momento nos atrevimos a cerrar los ojos para comprobar al abrirlos que todo seguía ahí.
Un regalo adicional: Cerro Torre
No quisimos abandonar El Chaltén sin visitar la segunda mayor altura en la zona. Su silueta es reconocida en el ámbito mundial por haber sido considerada en el pasado como la montaña más difícil de escalar del mundo. Después de nueve kilómetros, con pendiente suave, encontramos lo que buscábamos: una vista de sus impresionantes agujas de granito enmarcando la laguna. La niebla del día nos permitió apreciar otra paleta de colores fríos y profundos; los pequeños icebergs flotando sobre el agua, el cielo dramático como telón de fondo, y el viento helado completaron la atmósfera cinematográfica. Una tarde ideal para celebrar todo lo que este maravilloso lugar había despertado en nosotras.
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