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El Chaltén, un tesoro de la Patagonia

Texto y fotos  : Ana Paula Prestes y Margarita Navas

Durante nuestra estadía en Argentina, cada vez que comenzábamos a planificar un nuevo viaje, era común que el nombre “El Chaltén” apareciera entre las posibilidades. Cada vez que veíamos fotos o investigábamos sobre la región, queríamos abordar el primer avión y disfrutar de todo lo que el pequeño pueblo tenía para ofrecernos. Un día, por fin, sin resistirnos más a la idea, sacamos las mochilas de los armarios y nos embarcamos en una experiencia que resultó ser de las más hermosas en nuestro largo kilometraje como trotamundos.

El Chaltén —que significa “montaña humeante” en aonekko, la lengua tehuelche— fue el nombre original del ahora conocido monte Fitz Roy. La comunidad lo había apodado así, pues se creía que era un volcán activo. Con los años el pequeño pueblo fundado en la falda de la montaña se apropió del nombre y la montaña se bautizó como Fitz Roy en honor al capitán del célebre HMS Beagle, el barco que realizó las más importantes expediciones por el fin del mundo y que llevaba a bordo a Charles Darwin.

Con el equipaje lleno de sopas instantáneas, ropa de calor y frío y equipo de campamento, nuestra idea era hacer exactamente lo que el lugar inspira: una inmersión total en esa mezcla de lagos, montañas, glaciares, silencio, calma y energía. Llegamos en autobús desde el aeropuerto de El Calafate por la ruta 23. A medida que nos acercábamos al Parque Nacional Los Glaciares, provincia de Santa Cruz, la vista de las montañas reconfirmaba que nuestra elección había sido acertada. Desde el camino, el paisaje te quita el aliento. En el centro de información, a la entrada, nos familiarizamos con las mejores posibilidades para explorar la región. Hay senderos de fácil acceso para quienes se quedarán corto tiempo y otros que requieren un poco más de preparación, tanto cronológica como física. Como queríamos ver la mayor cantidad de escenarios posibles, optamos por permanecer en un campamento central que nos permitía la posibilidad de hacer los senderos más populares.

Comenzamos a caminar hacia la laguna Capri, donde instalaríamos nuestra tienda de campaña, a unos cuatro kilómetros de la base de la ciudad. Aunque en los primeros pasos del camino ya estábamos por completo encantadas, sobre todo con la amplia vista que nos ofrecía el mirador del Río de las Vueltas, la llegada al campamento nos dejó extasiadas con su paisaje surrealista: el cerro Fitz Roy en frente, reflejado en una laguna cristalina. No había más que hacer que observarlo y eso fue lo que hicimos el resto del día mientras compartíamos con aventureros de varias regiones del mundo.

Al abrir nuestra tienda al día siguiente solo deseamos que pudiéramos despertarnos de esa manera muchas veces. Beber café y admirar esa imponente montaña es una escena de ensueño. Hacía calor, por increíble que parezca, porque el clima en la Patagonia argentina suele ser frío, nublado, en extremo variable, hostil y con mucha nieve en sus cerros; solo algunos días del año aparece el sol. ¿Podríamos llamar “suerte” al buen tiempo? En todo caso era solo el comienzo de un día perfecto.

El plan del día era recorrer un sendero de cinco kilómetros que, trazado hacia el corazón de las montañas, lleva a la Laguna de los Tres. El último tramo nos costó, pues es bastante empinado, y requiere mucha concentración y aliento; pero el paisaje dramático, contrastante y definitivamente cinematográfico que nos esperaba se nos ofreció como una recompensa. El cansancio dio paso a una alegría muy intensa, una satisfacción incomparable, y nuestros ojos se llenaron de brillo. La adrenalina fluía a raudales. El nevado Fitz Roy lucía con un hermoso y vívido lago azul a sus pies.

Con los pies en la laguna, tomamos nuestra merienda y luego seguimos la sugerencia de otro grupo de bordear la laguna hasta su desembocadura, donde nace otro sendero ascendente. En solo diez minutos obtuvimos otra impresionante vista: la Laguna Sucia y sus increíbles glaciares colgantes; otro regalo de la naturaleza. Absorbimos toda la energía de aquel mágico lugar hasta el momento de regresar al campamento, pero aún el día nos deparaba otra sorpresa: el escenario se había teñido con la luz violeta y naranja del atardecer.

El tercer día decidimos emprender el camino hacia el mirador de Piedras Blancas, dos horas de caminata a través de fantásticos y tranquilos bosques. A la llegada el paisaje es arrollador: el impresionante glaciar Piedras Blancas, sus interminables cascadas de seracs (bloques de hielo fragmentado), y los montes Fitz Roy, Madsen y Eléctrico. En verano, con un poco de suerte, es posible presenciar alguno de los desprendimientos glaciares. Aunque hay un sendero que permite acercarse, optamos por la vista de gran angular: el glaciar en todo su esplendor y la laguna, de un azul fuerte que contrasta con tanto blanco. Esperamos la puesta del sol al borde de la laguna Capri con un par de copas de vino y al anochecer nos deleitamos con las estrellas fugaces, la Vía Láctea y la Luna, que se reflejaban en el agua.

El inicio de nuestro cuarto día nos encontró fuera de la tienda, esperando ver el Fitz Roy al amanecer. Como cuando vas a una premier, buscamos las mejores sillas y esperamos con gran expectativa a que el show comenzara. Lo que vino no era lo que habíamos imaginado tantas veces, fue mucho mejor. A medida que el sol nacía tras nosotras, un pincel invisible iba pintando lentamente las montañas con un tono de naranja intenso. El primero en vestirse de color fue el pico nevado; luego, el color fue descendiendo poco a poco hasta dar la sensación de que todo ardía. Y, como si fuera poco, la escena se repetía en la laguna, como en un espejo, manteniendo el color del fuego y mezclándose con el azul del agua. La imagen bien podría ser un lienzo pintado con toda precisión. Por un momento nos atrevimos a cerrar los ojos para comprobar al abrirlos que todo seguía ahí.

Para complementar la singularidad de esa mañana, escuchamos un gran estruendo y vimos un gran bloque de nieve deslizarse por uno de los puntos del Fitz Roy, casi como una pequeña avalancha, hasta que finalmente cayó al agua, causando un gran choque, tal vez tratando de despertarnos del trance en el que nos encontrábamos. Y así, aún anestesiadas por tanta belleza, empacamos nuestras cosas, nos despedimos de los nuevos amigos del campamento y volvimos a la ciudad.

Con el fin de asimilar todo lo que habíamos visto y descansar, decidimos pasar el resto del día fotografiando las encantadoras casas de El Chaltén. Cerramos nuestro último día con un buen plato típico argentino acompañado de cerveza. Estábamos completamente renovadas, llenas de felicidad y muy agradecidas. El Chaltén es el tipo de viaje que se guarda para siempre y se repite tantas veces sea posible.

Otro sendero

Cerro Torre es una montaña de 3.133 metros sobre el nivel del mar, la segunda mayor altura del grupo de picos de la zona de El Chaltén, solo superada por el monte Fitz Roy. Su silueta inconfundible lo hace un ícono reconocido en el ámbito mundial por aventureros y escaladores, ya que por mucho tiempo fue considerada la montaña más difícil de escalar del mundo. Hasta allí llegamos  nuestro último día en la ciudad, con una temperatura no tan alta pero aún agradable. El sendero tiene nueve kilómetros, con pendiente suave. La primera parada es el Mirador Margarita, desde donde se aprecia una vista panorámica de la cascada que lleva su nombre y los cerros Solo, cordón Adela, cerro Torre y el cerro Chaltén.

El camino continúa adentrándose en el bosque nativo, y una hora y media después alcanza el premio mayor: la laguna del cerro Torre y con ella una vista espectacular de las impresionantes agujas de granito que le son características. La niebla del día nos permitió apreciar otra paleta de colores fríos y profundos, con tonos más pálidos y neutros. Los pequeños icebergs que flotaban en el agua completaban el escenario, con un telón de fondo decorado por un cielo dramático, el viento helado y una atmósfera cinematográfica que parecía sacada de una escena de El señor de los anillos. Una tarde ideal para celebrar todo lo que este maravilloso lugar había despertado en nosotras.

Para tener en cuenta

El clima de la Patagonia durante el verano austral es seco, ventoso y muy variable. La temperatura mínima promedio durante el invierno es de -2 ºC y durante el verano es de 16 ºC.

Es necesario tener buena indumentaria, buen calzado (de preferencia botas de trekking) y abrigarse con el método de capas de cebolla, con mínimo tres capas. Es indispensable la chaqueta rompevientos impermeable, para repentinos cambios de clima.

Programe un mínimo de tres días para su visita.

Si va a contratar servicio de guía debe reservarlo con algunos días de anticipación.

Antes de programar la jornada, es importante consultar la duración total (ida y vuelta) para cada sendero del recorrido.

Transite solo por los senderos permitidos, nunca se aparte del camino señalizado, ni intente acortar camino.

Lleve siempre una mochila pequeña con merienda y agua suficiente.

Use anteojos con filtro UV y protector solar incluso cuando esté nublado.

Mantenga el mínimo contacto con la fauna silvestre. No alimente a los animales.

No es permitido hacer fogatas en ningún lugar bajo ningún motivo. Si el plan es acampar, es necesaria una estufa de gas. En la ciudad las alquilan, pero en verano pueden escasear. No faltan los viajeros amables dispuestos a compartir su estufa.

Es obligatorio regresar los residuos a El Chaltén.

Lleve el dinero presupuestado en efectivo. No hay muchos cajeros automáticos (ATM) en El Chaltén y los que hay suelen quedarse sin dinero en temporada alta y no todos los comercios reciben tarjetas de crédito.

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