Capitán Anel Wong, Historia de determinación y trabajo
Por Juan Abelardo Carles
Fotos David Mesa
El capitán Anel Wong no puede precisar cuándo decidió ser piloto, pero sabe que era muy pequeño y que fue naciendo al ver volar sobre su pueblo los aviones de combate de los Estados Unidos de América que patrullaban alrededor de la zona del Canal de Panamá. “Recuerdo una amiguita que yo tenía a los siete u ocho años, éramos compañeritos de escuela y estábamos haciendo tarea y ella me dijo: “Cuando yo sea doctora y tú piloto, vas a pasar volando sobre el pueblo y yo te voy a ver”. El pueblo era Portobelo, antaño gran puerto colonial, que había devenido en un somnoliento caserío costero, al que llegaba un barco de posta cada quince días.
Tal claridad de metas a una edad tan temprana fue vital, pues el sueño que acariciaba no sería fácil de lograr, más aún para alguien nacido en un pueblo tan apartado de las oportunidades que solo las grandes ciudades parecen brindar. “A los once años salí de Portobelo para seguir estudios secundarios, primero en el Instituto Richard Newman y luego en el Instituto Nacional de Panamá.
Incluso antes de graduarse de la secundaria, Wong salía de la escuela y se iba al Aeropuerto Marcos Gelabert, entonces ubicado en el barrio capitalino de Paitilla, pero las cosas no pintaban fáciles. “Las horas de vuelo para aprendizaje costaban doce dólares en una época en que el salario promedio no pasaba de noventa dólares al mes. Fui a una embajada, pero me dijeron que para qué me iban a becar para piloto en un país donde no había aviación. Yo necesitaba hacer algo; una tía mía, viceministra, me consiguió cupo en un curso para ser maestro, pero me salí de inmediato. Eso no era para mí”.
Por fortuna, se enteró de que se iba a dictar un curso teórico para piloto comercial. “Costaba el equivalente a un sueldo promedio mensual y tenía quince días para pagarlo. Me fui donde mi familia y amigos, surgieron cinco dólares por aquí, dos y medio por allá, reuní el dinero, me matriculé en el curso y obtuve el diploma de curso de tierra para piloto comercial”. Después, rindió el examen escrito para piloto comercial de los Estados Unidos en una oficina que la Administración Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés) mantenía en la antigua Zona del Canal de Panamá.
“Un mes después, me llegó la carta de la FAA en la que me notificaban que había aprobado el examen. Aunque, en teoría, era piloto, jamás me había montado en un avión”. La Providencia intervino en la figura de Irving Bennet, dueño y gerente de la Escuela de Aviación Aviones de Panamá. “El señor Bennet me vio y me propuso trabajar como mensajero y aseador; además, si atendía la oficina los domingos, él me pagaría con una hora de vuelo. Llevaba la mensajería en moto, limpiaba los baños y, los domingos, atendía la contabilidad y lavaba los aviones para que estuvieran listos los lunes. Así, acumulé mis primeras diez horas de vuelo”.
Aun así, para sacar la licencia necesitaba doscientos domingos; es decir, más de cuatro años. “Al jefe de mantenimiento de la escuela, llamado Humberto Goldoni, que sabía de mi predicamento, se le ocurrió mandarme a probar los aviones, cada vez que les cambiaba los frenos o alguna reparación menor, con vuelos cortos de prueba. Así, de una vuelta de siete minutos a otra, logré acumular todas mis horas de vuelo. Yo digo que siempre he tenido suerte en la vida y que, aunque creo en el libre albedrío, pienso que a veces Dios se olvida de eso y te pone algo en el camino para facilitarte las cosas”.
Era 1969: Anel Wong había sacado su licencia comercial y trabajaba con aerolíneas cargueras, pilotando antiguos C-46 de la Segunda Guerra Mundial, modificados. “En aquel momento yo ni soñaba con entrar en Copa, pero, para mi sorpresa, su gerente general, el capitán Hermes Carrizo, me preguntó si quería volar en Copa. Empecé a volar como estudiante y luego como copiloto. Al inicio no me pagaban más que dos dólares y medio de viáticos por vuelo. En septiembre de 1969 firmé contrato como piloto, ganando el, entonces tremendo y envidiable, sueldo de 225 al mes. Aun así, el dinero no me importaba, pues yo era feliz montado en un avión”.
Los retos que enfrentaba un piloto de Copa en ese tiempo eran distintos a los de ahora. “En esos tiempos no teníamos tanta tecnología, los vuelos se realizaban mayormente sin información; por ejemplo, sobre las condiciones atmosféricas en la ruta ni en el aeropuerto de destino. La habilidad y experiencia eran muy importantes, pues la mayoría de los aviones no tenían radar y los pilotos teníamos que aprender a ‘leer’ las nubes y determinar dónde había menos turbulencia para atravesar tormentas”.
Las dinámicas interpersonales también eran distintas, al ser una empresa mucho más pequeña. “Éramos como una gran familia, en la que todos los problemas se arreglaban en la oficina del capitán Hermes Carrizo, gerente de Copa en 1969. Solo éramos catorce pilotos y todos eran mayores que yo. Hay que recordar que, en aquella época, la aviación no se movía tanto, era bastante estancada y sin crecimiento. Había copilotos que llevaban diez años sin subir”. Tras cuatro años en la compañía, Wong aceptó un pequeño trabajo de apoyo administrativo. “Comencé armando los manuales operativos, diseñando itinerarios, escribiendo notas para el gerente y por ahí fui subiendo. Más nunca dejé de tener alguna posición administrativa en la empresa. Tanto así, que tengo colegas contemporáneos que se jubilaron con casi 31.000 horas de vuelo y yo he llegado solo a las 22.000”.
Las cosas cambiaron a mediados de los años 80 del siglo pasado. “En ese momento, Copa, al igual que muchas aerolíneas de la región, luchaba por subsistir, pero aquí contamos con la fortuna de un cambio en la administración, que nos dio un norte hacia el cual navegar y estableció nuestra cultura actual de calidad. El éxito de Copa Airlines en este proceso se ha debido a una comunicación siempre efectiva entre una fuerza laboral dispuesta a dar ese último brinco y una administración con visión de empresa de primer mundo”.
Pero hubo dolores de crecimiento en este proceso y el capitán Wong, en su doble calidad de piloto y administrativo de la empresa, fue testigo y actor en muchas de estas circunstancias. “Somos una aerolínea atípica, que, por el tamaño y la extensión de sus operaciones, parece no corresponderse con el país de cuatro millones desde el que opera. Crecimos tan rápido, que nos quedamos sin personal técnico y hubo que mirar al extranjero para conseguirlo”. Esto, por supuesto, trajo algunos recelos por parte del personal local y Wong, entonces director de Operaciones, tuvo una ardua labor de diálogo para hacerles comprender que se necesitaba el personal calificado para crecer. Afortunadamente, el objetivo se logró y Copa Airlines cuenta hoy con un pujante componente de colaboradores de toda nacionalidad y origen, que apoyan el avance de la aerolínea, aunque la gran mayoría del personal sigue siendo panameño.
Ahora, como director sénior de Asuntos Regulatorios en Copa Airlines, Anel Wong se encarga de allanar y resolver los requisitos gubernamentales de los países a los que llega la aerolínea, pero nunca olvida el sueño que abrigó en su corazón desde niño y se congratula hoy al ver a tantos hombres y mujeres replicarlo. “A mí me da una especie de felicidad saber que ellos están donde yo quise estar desde el comienzo, que para ellos esto ha sido una realización y que los veo felices y contentos. Extraño no poder estar en la línea de vuelo regular, pero entiendo que llegan momentos y circunstancias que no permiten seguir. Sin embargo, siento que no he dejado de volar, solo que he cambiado de cielo, pues cada vez que veo un avión de Copa Airlines en el aire siento que voy en su cabina de mando”.