Caminando por la Patagonia
La experiencia de caminar la alta montaña con los expertos del Fjällräven Classic brinda la oportunidad de conocer parajes imposibles. aprender a utilizar un mapa, hacer una mochila de forma adecuada y disfrutar lo que significa enfrentarse a la naturaleza llevando todo lo esencial a la espalda. Mi primera experiencia fue en Chile, tras las idílicas Torres del Paine.
Por Javier A Pinzón
Fotos: Javier A Pinzón
El año pasado tuve el privilegio de participar en el piloto del Fjällräven Classic Chile. Pero ¿de qué se trata este evento? En esencia, la idea es sumergirse en la naturaleza llevando todo lo esencial en la espalda. Mientras tanto, Fjällräven se encarga de la logística, que incluye desde alimentos liofilizados y transporte hasta la planificación de rutas y detalles adicionales. Así que, tras recibir la invitación, organicé mi equipaje y me embarqué en un vuelo hacia la majestuosa Patagonia chilena para emprender una caminata de 95 kilómetros en cinco días través de las imponentes montañas.
Mi primera parada fue en Puerto Natales, a casi tres mil kilómetros al sur de Santiago, en el acogedor Remota Patagonia Lodge. Allí, los representantes de Fjällräven nos recibieron con calidez y nos condujeron a Volkanica Store, donde recibimos una detallada charla sobre cómo empacar de manera eficiente y qué artículos incluir en nuestras mochilas, además de proveernos con los alimentos esenciales para los dos primeros días de caminata. En la tarde, contemplé desde la ventana de mi habitación las montañas que me esperaban. Mi emoción era incontenible, pues mi recorrido hacia las míticas Torres del Paine estaba por comenzar.
Bienvenida mojada
El amanecer del primer día nos recibió en el Mirador Grey, a orillas del río Serrano. El viento soplaba con fuerza, y la vista al lago era espectacular. En la línea de partida, el equipo de Fjällräven aguardaba; era el momento de registrar nuestros nombres, confirmar la descarga del mapa de la ruta y pesar nuestras mochilas. La mía marcó catorce kilos, dentro del promedio esperado. La jornada comienza por un sinuoso sendero entre pequeñas montañas. Los primeros 21,3 kilómetros de caminata transcurrieron en relativa calma; cada excursionista seguía su ritmo. Sin embargo, la impredecible naturaleza patagónica decidió desplegar su magia: en la cima de la montaña, el viento arremetió con fuerza y comenzó a la llover. A pesar de nuestra indumentaria impermeable, el agua logró traspasar nuestras defensas y calar hasta los huesos. Fue un auténtico bautismo de la Patagonia, un recordatorio de su poder indomable. Al llegar al primer campamento, en el bosque de Serrano, nos recibieron con una reconfortante bebida caliente y risas, pero hubo una pizca de frustración ante el gélido clima.
Primera panorámica de los Cuernos
El segundo día se presentó un momento crucial, ya que nuestra ropa seguía empapada, así que optamos por hacer una breve pausa en un refugio. Después partimos en automóvil al punto de embarque del catamarán que nos conduciría al segundo campamento en Paine Grande, ya ubicado dentro del Parque Nacional. Un par de guanacos nos dieron la despedida.
Las panorámicas desde el catamarán hacia las majestuosas montañas del parque, que abarca una extensión de 227.298 hectáreas, resultaron idílicas: allí en frente teníamos los míticos Cuernos. Al llegar al campamento, nos asignaron los lugares para las carpas, nos apresuramos a armar el campamento, preparamos la cámara y ajustamos los bastones de caminata para iniciar el recorrido que nos llevaría al Mirador Grey, el cual forma parte del circuito W que exploraríamos en los días siguientes. La caminata nos condujo a través de bosques de lengas, siguiendo el curso del río Grey y bordeando el lago homónimo.
Este coloso de hielo, el glaciar más extenso del parque (seis kilómetros de ancho por 19 de longitud), se nos presentó a lo lejos, conscientes de que cada año se despide lentamente en un adiós gradual. A nuestra llegada al campamento, aún disponíamos de tiempo para disfrutar de unas cervezas con los compañeros de viaje y celebrar las recién forjadas amistades.
Al Mirador Francés
El tercer día nos recibió con cielo nublado; no presagiaba nada bueno. A pesar de ello, era imperativo prepararnos, empacar y comenzar nuestra caminata. Junto con dos compañeros emprendimos la travesía hacia al campamento francés, 20,7 kilómetros adelante.
Al llegar al primer punto de referencia, la visión del lago Pehoé nos cautivó con su tonalidad azul verdosa. Nuestra ruta serpenteante por pequeñas montañas nos permitía tener siempre a la vista las imponentes cumbres nevadas, destino final de la expedición. A mitad del recorrido, se presentaba una encrucijada: continuar hacia el campamento Francés o ascender al Mirador Francés (cinco kilómetros) o al Mirador Británico (once kilómetros). Con el comienzo de la lluvia decidimos alcanzar al menos el Mirador Francés. El sendero ascendente, entre bosques y riachuelos, era empinado. Al principio, todo iba bien, pero un desliz me causó un ligero dolor en la rodilla que siguió acompañándome el resto del viaje. A pesar del malestar, ascendí con determinación hasta llegar al mirador.
En este punto, la lluvia había cesado, dando paso a la nieve. Pequeños copos caían por entre la niebla; el ambiente era melancólico. Al final del día, compartimos un bien merecido vino mientras disfrutábamos de un hermoso atardecer.
El cuarto día, entre las estaciones
La mañana se presentó con un clima otoñal, recargamos energías con un sustancioso desayuno, preparamos nuestras mochilas y nos dirigimos hacia la siguiente parada: el campamento en Las Torres Central. Mientras aún ajustábamos los últimos detalles, pequeños copos de nieve comenzaron a caer con suavidad. Antes incluso de iniciar la caminata, parecía que el invierno se había instalado. El paisaje se transformó por completo; el blanco manto que cubría los árboles contrastaba con el azul de los lagos.
Después de recorrer varios kilómetros, la nieve cedió paso a un sol tímido que nos obligó a quitarnos las chaquetas. A lo largo de la travesía, tuvimos a la vista el lago Nordenskjöld, hasta que, en determinado punto, llegamos a su orilla. Este fue nuestro punto de parada para un breve descanso, jugar con las rocas y maravillarnos con la grandeza del lago. Con pesar, continuamos nuestra travesía.
El sol se intensificaba, dando la sensación de verano, y nos vimos obligados a seguir sacándonos capas de ropa y refrescarnos. Ya cerca de los picos, una majestuosa ave sobrevoló estos paisajes idílicos: era un cóndor de los Andes. A pocos kilómetros de la meta, cuando el dolor en la rodilla ya era intenso, el paisaje alimentaba mi espíritu y me impulsaba a darlo todo. Por fin llegué a nuestra zona de campamento, donde los abrazos entre compañeros no se hicieron esperar. Habíamos alcanzado nuestra última morada en el Parque Torres del Paine. La tarde noche en el campamento Central transcurrió explorando un poco de la fascinante cultura gaucha.
El quinto día, la soledad
En la quietud de la mañana, desperté antes de que el sol asomara. Temiendo que la rodilla me fallara, decidí comenzar en solitario la caminata hacia la Base de las Torres del Paine. Durante las primeras horas de esta travesía introspectiva de 17,4 kilómetros (ida y vuelta) me alumbraron la Luna y las estrellas.
Al alcanzar la primera cima, giré para contemplar impávido el amanecer en la vastedad de la Patagonia chilena. Sentí una mezcla de sensaciones, entre el frío y el calor, y fui consciente de mi pequeñez en medio de territorio tan inmenso. Al otro lado de la montaña, el paisaje se transformó con la nieve aún fresca. Las montañas distantes recibieron los primeros rayos de sol, creando un contraste con la sombra de este lado de la montaña.
Los kilómetros transcurrieron despacio mientras me dirigía al último ascenso; las Torres del Paine se vislumbraban en el horizonte. Aunque parecía estar a un paso, el camino continuaba sobre la nieve. Al final, con un último esfuerzo, las imponentes torres emergieron en medio de un lago congelado. Me senté en una piedra, entregándome a la contemplación. El regreso transcurrió bajo un sol radiante; solo la sombra de los bosques ofrecía un respiro. El paisaje se transformó, alejándose de la atmósfera matutina.
Al llegar al campamento, la alegría llenó el ambiente; la meta se había alcanzado. Solo quedaba sentarse y disfrutar de un mate junto a los compañeros de aventura. La tarde noche prometía una festividad de despedida; entre copas de vino y un asado de cordero magallánico, concluía esta emotiva odisea por tierras chilenas.
En resumen, fueron numerosos los kilómetros transitados llevando mi equipaje, erigiendo mi tienda, preparando mi comida y avanzando a mi ritmo, en compañía de personas de todo el mundo que tuve el placer de conocer.
Fjällräven Classic Chile
Inspirado en los impresionantes paisajes de las montañas suecas, Åke Nordin creó el Fjällräven Classic, hace unos veinte años. La idea era fomentar la exploración de estas áreas utilizando el icónico sendero Kungsleden. En su primer evento, 2005, tuvo 152 participantes, y en 2015 ya tenía 2.136 participantes. En 2024, los caminantes organizarán jornadas de esta naturaleza en Suecia (del 9 al 16 de agosto), Dinamarca (3 al 6 de julio), Alemania (25 al 27 de septiembre), Estados Unidos (24 al 26 de julio), Corea (16 al 19 de octubre), Reino Unido (12 al 14 de septiembre) y, por primera vez, Chile, cuyas reservas estarán abiertas del 4 al 11 de marzo. A pesar de su evolución, el concepto fundamental persiste: no se trata de una competencia sino de una oportunidad para socializar y disfrutar de la experiencia de caminar en la naturaleza. El clima, las distancias considerables y las subidas verticales son desafiantes, pero factibles con la preparación adecuada y una mentalidad positiva.
Para obtener más información, visite classic.fjallraven.com
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