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Cambio de estación en Mar de las Pampas

Por: Julia Henriquez
Fotos: Demian Colman

¿Qué pasa en ese espacio muerto donde ya la temperatura no alcanza para broncearse en la playa o darse un chapuzón en el mar, pero sigue siendo agradable para salir a caminar de noche sin morir de frío en el intento?, ¿Qué de ese momento cuando el sol ya se ha ocultado, pero el frío no acaba de llegar y los peques siguen de vacaciones? ¿Por qué no rescatar la costa, ya no con los afanes del verano y todas sus ofertas, dentro y fuera del agua, pero que, en silencio, guarda una joyita: tranquilidad?

Mar de las Pampas, abarrotado de turistas en temporada alta, pero silencioso destino de escapada perfecta para los días en donde el sol se ha tomado un descanso, es mi preferido para esta temporada entre los muchos que ofrece la costa Atlántica del sur del continente.

En la provincia de Buenos Aires, Argentina, a solo cuatrocientos kilómetros de la capital, espera pacífica, año a año, que la temporada de verano llene sus calles de turistas, buscando esa mezcla perfecta de bosque, arena y mar que solo en el sur se puede dar. Pero ahora los turistas se han ido, el cielo nos da un tono melancólico y el silencio recuerda los días en donde este lugar no era más que montañas de arena que bailaban con el viento.

Fue en 1957 cuando Jacobo Zelzman compró los primeros grandes terrenos, soñando con fundar el lugar perfecto para vacacionar en familia. Su mayor desafío: los grandes médanos que cubren la costa de la provincia. Altas y anchas montañas de arena que junto a los vientos cambian constantemente el paisaje, haciendo de este un terreno poco viable de establecer.

Sin embargo, a su alrededor Villa Gesell, Cariló y Pinamar habían logrado dominar el terreno con éxito y esto animó a Zelzman a seguir con su proyecto. Fue entonces que con paciencia interminable y un plan de forestación exhaustivo, junto a los ingenieros agrónomos Moretti y Takacs, logró hacer realidad este sueño. Les tomó 22 años, y en 1979, en Mar de las Pampas salieron a la venta parcelas para terminar el proyecto de urbanización, que hoy es uno de los destinos preferidos durante el verano por los capitalinos.

El aspecto misterioso de Mar de las Pampas cuando el verano llega a su final tiene un encanto único. Las cabañas de madera se asoman perdidas entre el paisaje pintado con tonos marrones por álamos y sauces, mientras el olor del mar se mezcla con el del pino y el eucalipto y cuando cae la noche se suma al coctel de aromas el olor de los asados, que sale abundante por las chimeneas de las bellas casonas de madera y piedra.

Las propuestas culinarias que se exhiben en la calle principal quizá no son tan abundantes como durante el verano, pero no faltan en estos tiempos, y aunque este núcleo comercial, que ofrece tours, alquiler de bicicletas, juegos recreativos y todo tipo de actividades en alta temporada, está ahora prácticamente vacío, nunca faltan los excelentes postres de La Pinocha, ni la muestra de chocolate artesanal que ofrecen en el local correspondiente.

Ya terminaron las transmisiones por los principales canales de la televisión que informan en vivo de las vacaciones y de las memorables fiestas que protagonizan aquí los más jóvenes. Ahora todo está calmado, pero no menos entretenido.

El día se aprovecha para recorrer las veinte cuadras del Sendero Botánico o para perderse entre el bosque de piso suave, en donde se esconden los duendes del fin del mundo; leyendas o realidades que dan vida a los mitos que rodean estos parajes y los de más al sur. Aquí de ellos son los caminos mientras que nosotros somos solo los visitantes.

Las playas kilométricas, escondidas detrás de los médanos, reposan en calma después de que los turistas emprenden su retirada. Ahora están allí para ser contempladas con un aspecto melancólico mientras se disfruta de un mate caliente.

Quizá los animados balnearios que hacen parte de la oferta del verano estén cerrados, pero el ambiente es tal que hasta las aves que nos rodean, grandes y chicas, parecen gozar del sosiego tras la temporada, mientras los niños no desaprovechan el espacio solitario para jugar en la arena. El agua, como recién llegada de un glaciar, está claramente fuera de alcance, pero sus poderes de sanación funcionan a la perfección solo con respirar la sal de las olas.

Pasar el día rodeado de paz escuchando a lo lejos las risas de los niños, abrazar un revitalizante árbol o encontrar un duende en el camino, para terminar con una velada frente a una chimenea y un chocolate caliente es, sin duda alguna, la mejor escapada para esta temporada que anuncia el final definitivo de las vacaciones y el comienzo de un esperanzador año.

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