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CulturaArquitectura de neón

Arquitectura de neón

Sin título (a Christina y Bruno). 1966-1971. Luz fluorescente diurna. 243,8 x 243,8 x 12,7 cm. Dia Art Foundation. Sin título (a Barbara y Joost). 1966-1971. Luz fluorescente amarilla., 243,8 x 243,8 x 12,7 cm. Dia Art Foundation.
Por:  Sol Astrid Giraldo E. 
Fotos: Cortesía Museo de Arte Moderno de Medellín

 

Hasta mediados del siglo XX, las personas solo entraban a un museo o a una galería a buscar pinturas colgadas en las paredes o esculturas que reposaran sobre el piso. El contacto con el arte era pasivo, vertical y visual. El espectador se limitaba a consumir con los ojos, en silencio y quietud, bellos artefactos realizados con exquisitos materiales y refinadas técnicas. Sin embargo, a finales de la explosiva década del 60, al neoyorquino Dan Flavin (1933-1996) le bastaron unos frágiles y baratos tubos de neón para desestabilizar siglos de historia. 

No fue una batalla de ejércitos armados, sino una sutil estrategia de despojamiento: menos es más, rezaba el credo minimalista que compartía con su generación. Entonces lo sólido se desvaneció en el aire y el museo se vació. No importaron ya las obras, sino ese intangible que quedaba entre ellas: el espacio. Un limbo neutro y transparente, invisible a pesar de ser el soporte de todo. Y Flavin, de repente, lo iluminó. Esta acción quizá podría tener un lejano antecedente en aquellas catedrales góticas que le habían hecho, centurias atrás, un homenaje a la luz, filtrándola a través de vitrales, para abrazarla, esculpirla y adorarla dentro de sus muros de piedra. 

Sin título (a ti, Heiner, con admiración y afecto). 1973. Luz fluorescente y soportes de metal. 121,9 x 121,9 x 7,6 cm cada una de las 58. Dia Art Foundation; donación de Louise y Leonard Riggio, 2005.

 

Flavin, sacerdote contemporáneo de nuevos cultos, abrió esta vez el grifo de la luz al interior de esas catedrales profanas que son los museos de nuestra época. Hijo de su tiempo, animal urbano, agente de la cadena de consumo, usuario de la tecnología, no persiguió la universal y trascendental luz divina medieval, sino la del siglo XX: precaria, barata, industrial, emitida por tubos de neón fabricados en serie. Con ella cambió toda la ecuación plástica y el arte se convirtió bajo sus términos en una experiencia activa y envolvente. No solo los ojos eran interpelados, sino todo el cuerpo y sus sentidos. Ya no se trataba de reduplicar el mundo exterior con el óleo o el mármol, sino de crear uno interior, más allá de las imágenes y las formas.

No había que construir más símbolos ni descifrarlos, sino navegar en libertad a través del mar de las percepciones, sensaciones y emociones. La luz podía producir nuevas dimensiones espaciales, expandirlas, volverlas infinitas y lúdicas. Con esta subversiva propuesta, Flavin se convirtió en un clásico contemporáneo y en uno de los precursores de los ambientes e instalaciones que a partir de entonces harían carrera en el mundo. 

Sin título. 1969. Luz fluorescente amarilla y rosada. 243,8 x 10,2 x 25,4 cm. Dia Art Foundation; donación de Louise y Leonard Riggio, 2005.

 

Su obra, desde hace casi sesenta años, no ha dejado de circular en la escena internacional, que le debe buena parte de sus rebeldías y transgresiones. En este periplo, sus icónicas lámparas arriban ahora al Museo de Arte Moderno de Medellín en la exposición “Espacio y Luz” (abierta hasta octubre). 

Pocos invitados podían ser tan bien acogidos en un recinto como este, antes un taller de fundición, cuya riqueza principal es el espacio. Debido a su origen fabril, el MAMM ofrece en la actualidad justo la que quizá sea la estructura museística con más centímetros cúbicos del país.

Hoy, el cuidadoso montaje de una de las famosas “barreras” del artista, realizada en 1973, invade su vientre de fósil industrial. Muy en el espíritu minimalista que alimentó su obra, se compone de una extensa y modular serie de lámparas, que atraviesan su sala central. Al hacerlo, el espacio es marcado y visibilizado por luces que lo ponen en un primer plano y lo hacen más profundo y complejo. Todo ello bajo el imponente techo, teñido ahora por difusos tonos violeta, como arreboles de un cielo urbano. En el interior también se encuentran otras de sus emblemáticas instalaciones: las “Parejas europeas”, estructuras realizadas entre 1966-1971. 

El tres nominal (a Guillermo de Ockham). 1963. Luz fluorescente y soportes de metal. 243.8 x 10.2 x 12.7 cm; 243.8 x 20.3 x 12.7 cm; 243.8 x 30.5 x 12.7 cm . Dia Art Foundation; Donación parcial, Lannan Foundation, 2013.

 

Cada una de ellas se compone de tubos fluorescentes dispuestos en sentido vertical y horizontal, en forma de cuadro. Algunas de sus luces están de frente al espectador, mientras otras se difuminan sobre la pared, ablandando los ángulos de las esquinas y deshaciendo la dureza del edificio. Estos bordes, sin embargo, no enmarcan pinturas, sino precisamente el espacio: un minuto de silencio, un cuadro de vacío, para sobrellevar la contaminación visual y auditiva y la hiperexcitación de la vida moderna.

Las obras de Flavin toman la forma del lugar adonde llegan, se adecuan a sus restricciones, hacen fluir su rigidez, cuestionan sus líneas y perspectivas. Así, la arquitectura deja de ser un telón de fondo para volverse ella misma lo que hay que mirar, disfrutar y recorrer. Por eso, esta exposición en la edificación del MAMM, sobre todo, nos ha regalado una nueva conciencia sobre ella, en un culto despojado, profano y urbano, oficiado magistralmente por el gran sacerdote contemporáneo de la luz. 

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