Tour fantasmal bogotano: Viaje al país sin sombra
Por: Iván Beltrán Castillo
Fotos: Lisa Palomino
Siempre nos atraen los cementerios: su osamenta gris y marcial, los ruidos que salen de sus laberintos de piedra y que a veces se nos antojan como la mismísima música de la melancolía, los cuervos, golondrinas y tórtolas que migran desde lejanas tierras y terminan por habitar en sus cúpulas, monumentos, techos y fosas abiertas. Por eso una inquieta fotógrafa y un periodista estaban ansiosos en las puertas del Cementerio Central de Bogotá el sábado 5 de abril de 2014, fascinados ante la idea de realizar un enviado especial a la nación más populosa y fascinante de cuantas han existido: la nación de la muerte, para algunos sombría, para otros neblinosa, para Shakespeare el camino sin retorno y para la mayoría un interrogante y un hundimiento en la negrura.
La cosa es que ahora los cementerios se han vuelto de buen ver, después de pasar durante décadas como sitios impropios para cualquier actividad distinta a los aciagos ritos funerarios. Entonces en algunos de ellos, ubicados en urbes vanguardistas, se hacen exhibiciones de arte, homenajes a cineastas o escultores desaparecidos, conmemoraciones, actos ideológicos y mítines políticos, ceremonias paganas y hasta fiestas lúgubres de militantes de la superchería gótica.
En el Cementerio Central de Bogotá, hará apenas unos pocos meses, un director de cine exhibió un filme con la asistencia de más de doscientas personas. Aquello se tornó un aquelarre bohemio. Sobra decir que el camposanto quedó con las mismas fracturas y el mismo caos que cualquier recinto después de ser asolado por una horda dionisíaca, y que esto produjo estupor en quienes poseen mausoleos y panteones donde duermen sus parientes.
“La concepción turística ha cambiado con el correr de los años, haciendo imperioso contacto con los efluvios y potencias de la cultura. Nosotros, por ejemplo, nos esforzamos en que Bogotá reconstruya su pasado, brindando con eso una inédita forma de placer a los viajeros. Por eso tenemos, además de este tour fantasmal, recorridos galantes por barrios como La Candelaria, sabrosos y sapientes desayunos cachacos y hasta bodas a la usanza tradicional de la capital colombiana. Sin embargo, con ninguno de esos adorables divertimentos turísticos tenemos más suerte y más acogida que con éste. Los camposantos ya no sirven únicamente para hacer entierros”, dijo Ana B, una de las diligentes guías y trabajadoras de la agencia Bogotá Travel Guide, encargada de estos paseos de ultratumba.
La neblina de la historia
“Se trata de reconstruir la grandeza, infamias, dudas, pasiones y amores de quienes están aquí enterrados, pues cada uno de ellos vivió a su modo el sueño de la historia”, nos dijo con mucha convicción otra de las organizadoras mientras nos internaba en el laberinto de piedra tomado por la noche, con benévolos reflejos de luna que suavizaban su rigor dramático.
Entonces una historia ficticia fue surgiendo en la imaginación mientras personajes quietos, idos, invisibles y que solo viven en la memoria renacían a medida que hacíamos nuestro recorrido. Nos los fueron indicando lentamente, según un diestro libreto dramático. Los intérpretes lograban algo que es exclusividad del arte, haciéndonos saltar de un siglo al otro, de una fecha tan remota como la fundación de Bogotá a una más reciente como el final de los años 80. íbamos galopando por los años de una manera liviana y encantadora y, aquí y allá, nos topábamos con las historias capitales que crearon nuestra identidad. A veces las anécdotas referidas eran galantes, en muchas ocasiones deformadas por la leyenda y el mito, y en otras ocasiones parecían más bien una balada, una ranchera o un vallenato.
Vimos la tumba de Luis Carlos Galán y al propio jerarca liberal parado encima de ella dándonos instrucciones para encontrar la senda de la dignidad perdida; vimos al ex presidente Eduardo Santos y a su mujer, Lorencita Villegas, guardando con amorosa melancolía la pequeña tumba de su hija tempranamente caída; vimos la tumba de militares que dieron su vida por el orden institucional y de otros que, en cambio, perpetraron asonadas, motines y el único golpe de estado que tuvo Colombia durante el siglo XX; vimos la tumba imperial de Alfonso López Pumarejo, el colombiano que cambió el perfil de la nación con su “revolución en marcha”…
Vimos poetas como León de Greiff, caricaturistas como Ricardo Rendón y pintores clásicos y revolucionarios. Y entre todos esos jirones de memoria, lo que apareció frente a nosotros fue la extraña y nunca terminada de contar historia de Colombia y de Latinoamérica. Y también bandoleros, estafadores, crueles lugartenientes de la violencia de los campos y hasta algunos homicidas. Aquí las viejas rencillas, las distancias, los matices y las escaramuzas partidistas parecen haberse perdido en el olvido.
Como pequeños espectros ululantes, los actores del grupo encargado de escenificar la vida y la muerte de los difuntos habían acondicionado sus bártulos junto a algunas criptas y ensayaban los matices de la voz ronroneando como pájaros extraños, y practicaban la flexibilidad con pequeños y aplicados ejercicios dignos de un sapiente yogui. Aquello era una suerte de visión: si los turistas que seguíamos el rito éramos casi idénticos a los protagonistas de un cuento de Cortázar, los histriones guardaban una gran semejanza con los penitentes de los cuadros del Bosco.
He realizado varias de las tragedias de Shakespeare y desde entonces entiendo la cercanía, los vasos comunicantes existentes entre el teatro y la muerte, el teatro y el arte, el teatro y los interrogantes mayúsculos de la existencia, dijo Sebastián, un actor estudiado en la drástica Rusia de Stanislavski y Chéjov, quien cambia de papel en cada una de las representaciones anuales. De esta manera, por ejemplo, a poca distancia están jefes liberales de tendencia librepensadora y vanguardista, como Alfonso López Pumarejo o Eduardo Santos, y sus adversarios feroces como el líder conservador Laureano Gómez o el dictador Gustavo Rojas Pinilla.
“Los entierros muestran a cabalidad cómo vivió un bogotano y, si creemos en la otra vida tan fomentada por las escrituras, también señalan el sitio a donde irá ahora que partió”, dijo el cachaco linajudo que nos pidió expresamente no ser identificado y quien acude con regularidad al Cementerio Central para vigilar la honra de los finados ilustres.
Un final con espanto
Ya había terminado la gran descarga de turismo metafísico que la agencia Bogotá Travel Guide organizara en abril, cuando actores y peregrinos empezaron a abandonar el camposanto. Nos llamó la atención cómo aquellos que habían fungido como héroes, suicidas, ex presidentes, escritores, generales o ministros remotos, regresaban a la identidad de ciudadanos comunes y corrientes, después de haberse dedicado más de dos horas a recoger los pasos de las ánimas brillantes.
Nos despedimos de nuestros compañeros de expedición, pero la inquieta fotógrafa Lisa Palomino quiso seguir capturando imágenes para su reportaje gráfico. Yo, acostumbrado como estoy a quedarme horas viéndola trabajar y conversando, empecé a seguirla por el laberinto empedrado. Así pasarían unos veinte o treinta minutos; era la hora de salir y regresar a casa.
Cuando llegamos a la salida, la gran puerta estaba ya cerrada con sus enormes candados cobrizos y sus rejas de presidio infernal. Los turistas y actores se habían esfumado y los guardianes no daban señales de vida, por más de que se aplaudiera y gritara con tonos de naufragio. Sí, estábamos encerrados. Así empezó a pasar el tiempo y nosotros casi conformes nos dimos a recorrer nuevamente el cementerio. Ahí fue cuando nos encontramos con la actriz que hacía de ánima Sola.
Estaba metida entre un intrincado sendero de piedra mustia y se desmaquillaba. Parecía exhausta, dueña de un cansancio increíble. Nos dijo que si aplaudíamos al tiempo durante más de seis minutos, aparecerían los porteros. Era un truco infalible para llamar su díscola atención. Así lo hicimos y con bastante suerte. Después de los seis minutos de aplaudir, apareció uno de los hombres con aspecto somnoliento y sereno. Nos dijo que a veces se han quedado turistas y dolientes encerrados toda una noche y que en la mañana, cuando los encuentran, parecen distintos, como trabajados por una extraña lucidez.
Cuando salimos empezó a poner de nuevo los candados, pero nosotros le advertimos que adentro quedaba una actriz: precisamente la que representaba al ánima Sola.
Eso no es posible… yo mismo despedí al último de los actores y me cercioré de que no quedara ninguno… Uno no puede creer en todo lo que ve allá adentro.