
Un viaje a Las Perlas en temporada de ballenas
¿Se queda en Panamá unos días gracias al programa Stopover? No se pierda la oportunidad de hacer un tour al archipiélago de Las Perlas y, desde un cómodo catamarán, observar a las gigantes del mar que están de visita por esta época.
Por Julia Henríquez
Fotos: Demian Colman y Luis Zamora
Eran las 5:30 de la mañana cuando sonó el despertador, pero enseguida, mientras los motores de mi cabeza terminaban de encenderse, la conciencia dijo: “Hoy sí que vale la pena madrugar”.
A las 7:30 debíamos abordar el ferri rumbo a Isla Bolaños, una de las casi cuarenta islas del archipiélago de Las Perlas, en la bahía de Panamá. Puntuales, llegamos a la marina de Isla Flamenco: expectantes, emocionados y con las cámaras listas. No solo nos ilusionaba visitar una isla paradisíaca, la verdadera razón del viaje y la emoción era el encuentro con las ballenas jorobadas.
En cuanto llegó la hora de abordar, una nube negra empezó a amenazar nuestro camino. Zarpamos hacia la tormenta, pero resguardados en la parte interna del ferri. En el camino, Javier, nuestro guía de Sea Las Perlas, nos habló sobre el paso de las ballenas jorobadas por Panamá.

Panamá es uno de los pocos lugares del mundo adonde llegan ballenas del norte y del sur en busca de aguas cálidas para aparearse, dar a luz y cuidar a sus crías.

Mientras la lluvia golpeaba con fuerza, Javier nos contaba que cerca de dos mil ballenas del sur del continente nos visitan cada año entre julio y octubre, siendo agosto el mes con más avistamientos. Javier nos explica también que Panamá tiene algo muy especial: es uno de los pocos lugares del mundo adonde llegan ballenas del norte y del sur en busca de aguas cálidas para aparearse, dar a luz y cuidar a sus crías hasta que estén listas para emprender el viaje de regreso. Las del norte llegan de enero a marzo y no son más que un puñado. Las del sur, en cambio, llegan en grandes grupos y permanecen en la zona por varios meses. Las que se embarazaron en la temporada pasada vienen a dar a luz y a cuidar a sus neonatos en nuestras aguas tibias y tranquilas. Aquí amamantarán a las crías y les enseñarán los primeros aleteos. Las que no llegan embarazadas, vienen en busca de pareja. Es aquí, en estas aguas tropicales, donde se dan los bailes de cortejo, se dedican las canciones de temporada y finalmente se cruzan en un revoltijo de aguas y aletas para partir luego de una larga luna de miel de nuevo hacia el sur, su zona de alimentación, donde comenzarán el próximo año con un nuevo ciclo.
Javier nos habla también del estado del tiempo en Panamá. Estamos en temporada de lluvias, algo fácil de comprobar con el chubasco que castiga el bote mientras nosotros escampamos en la cabina. En Panamá, las lluvias están presentes la mayor parte del año, y aunque a veces puedan parecer desalentadoras, es en esta época cuando los bosques y su fauna están más vivos que nunca. Además, el viejo dicho panameño no puede ser más cierto: no llueve todos los días ni llueve todo el día. De mayo a diciembre los chubascos son fuertes, pero la mayor parte del tiempo son cortos.


Mientras el oleaje sacudía el ferri sin piedad; adentro llevábamos los ojos bien abiertos, fijos en el horizonte, pues no queríamos perdernos un solo instante en caso de que aparecieran las ballenas. De pronto el capitán dio la alerta y los valientes que viajaban bajo la lluvia gritaron: “¡Ballenas a las 12!”.
No hay forma de describir la emoción: pura magia, energía concentrada y felicidad compartida. En ese instante, la lluvia dejó de importar. Corrimos hacia la proa, todo quedó en silencio y, de repente: ¡pum! Una enorme aleta emergió de las profundidades y golpeó el agua con fuerza. Tras el estruendo, solo se escucharon expresiones de asombro y admiración. Una, dos, tres ballenas: todas batiendo sus aletas sin parar.
Nuestro guía nos explicó que eran hembras que viajaban juntas para proteger a la madre con su cría. Los machos, mientras tanto, ya habían partido en busca de más aventuras. Nos quedamos quince minutos, pues las reglas de conservación establecen que este es máximo de tiempo que nos podemos quedar acompañando a las ballenas si van con sus ballenatos.
Para garantizar su bienestar, Panamá ha creado leyes y protocolos que protegen a las jorobadas y a más de veinte especies de cetáceos que migran por nuestras costas.


En Panamá, las jorobadas están en su hábitat natural. Nos visitan porque saben que aquí encuentran un refugio seguro: no hay amenazas de pesca, tanques, ni espectáculos forzados. Todo es tan simple y complejo como la naturaleza misma. Uno nunca se sabe si verá ballenas o delfines, ni cuántos serán, pues la naturaleza manda. Lo que sí es seguro es que el encuentro será inolvidable.
Para garantizar su bienestar, Panamá ha creado leyes y protocolos que protegen a las jorobadas y a más de veinte especies de cetáceos que migran por nuestras costas. Se regulan el tiempo de permanencia, el número de botes permitidos, la velocidad máxima en zonas de paso y la distancia desde la que se pueden observar.
Llegó el momento de dejar a ese grupo. Nadie quería irse, pero sabíamos que necesitaban tranquilidad y privacidad en este período crucial de sus vidas. Mientras nos alejábamos, ellas parecieron despedirse con sus aletas. En el bote nadie se movía: era como si el tiempo se hubiera detenido y no quisiéramos que terminara.
Pero la melancolía de quien parte de un encuentro tan esperado no alcanzó a sentirse, cuando ya teníamos a otro grupo frente a nosotros. La lluvia nos dio tregua, como dándonos permiso de disfrutar este momento. Javier aprovechó para contarnos que los ballenatos aprenden a nadar en estas aguas y que su “examen final” consiste en poder saltar solos. Por eso se ven madre e hijo batiendo la cola sin descanso: cuando el pequeño logre impulsarse y saltar con fuerza estará listo para iniciar su gran viaje.

El camino a Isla Bolaños dura dos horas, pero nos tomamos algo más de tres con las paradas para ver a las ballenas. Hallamos cinco grupos: las vimos respirar, aletear, saludar con la cola y dar saltos espectaculares. Fue un viaje inolvidable.
En la isla nos recibieron los anfitriones del Eco Resort Sonny Island, que además de las cabañas para pasar la noche ofrece cómodos quioscos para el pasa día, donde sirven un delicioso almuerzo típico. La lluvia volvió a caer, pero el arroz con coco, el pollo al curry y el pescado frito eran tan sabrosos, que el tiempo transcurrió entre risas y conversaciones con nuestros compañeros de travesía, ya convertidos en amigos de aventura.


El agua frente a la isla es totalmente transparente y, aunque la tormenta seguía azotando, el color turquesa del paisaje reflejaba los rayos de sol que alcanzaban a colarse. Como para despedirnos ¿o invitarnos a nadar?, una enorme raya dio saltos acrobáticos muy cerca a la orilla. Luego de la sorpresa, llegó la hora de volver al ferri. Dejamos Sonny Island con la promesa de volver para poder recorrer sus dos playas y disfrutar del agua cristalina en un día soleado.
En el regreso, nadie bajó la guardia. Ahora, los asientos más codiciados eran los exteriores, desde donde todos buscábamos nuevas jorobadas para saludar. Y no nos defraudaron: otros dos grupos nos acompañaron de vuelta. Sus colas blancas nos regalaron la última despedida y, sin darnos cuenta, ya estábamos de nuevo en la Calzada de Amador, llenos de recuerdos, fotos, videos y, sobre todo, una historia maravillosa para contar.
Ver ballenas en Panamá
Recuerde:
- Para poder disfrutar de una experiencia como esta, respete siempre las regulaciones de conservación. Asegúrese que su embarcación esté siempre a un mínimo de 250 metros de las ballenas.
- Si es posible, use protector solar y repelente biodegradable.
- Tuvimos la oportunidad de hacer esta excursión gracias al apoyo de Sea Las Perlas y Gotuuri.com
Para ver vivir esta experiencia, reserve su tour en goturi.com

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