Por los dulces caminos de la caña
Por Juan Abelardo Carles Rosas
Fotos: Carlos Gómez, Victor Soriano
Tres tonos de verde cubren la mayor parte de las tierras que el hombre trabaja en los llanos que se arquean alrededor del Golfo de Panamá: está el verde moteado, sucio y siempre impreciso de los potreros dedicados a la ganadería; aquel claro, pastel y aterciopelado que revela la presencia de los arrozales; y por último, el oscuro, sedoso y viridio (dios de la mitología celta, cuyo nombre significa “hombre verde”), presente allí donde se cultiva la caña. Es este último tono el que impera en los campos de Pesé, distrito de la provincia de Herrera.
Aquí el hombre, e incluso la Naturaleza en algunos casos, pulsan su vida al ritmo de este dulce cultivo. El ciclo comienza con la zafra, a principios de enero. Las primeras en celebrarlo son las garzas y otras aves zancudas que, misteriosamente, se congregan cerca de los cañaverales días antes de la cosecha, acechando a la miríada de reptiles, anfibios e insectos que quedarán desamparados cuando los fibrosos tallos sean segados.
La caña entró a Panamá por el Mar Caribe, en lo que hoy es Kuna Yala, durante la primera mitad del siglo XVI, pero fue en las pandas, cálidas y secas planicies frente al Océano Pacífico donde medró. A los trapiches artesanales de madera pronto se les unieron otros de hierro, que exprimían mejor el jugo de la caña. A pesar de la industrialización, aún es posible ver algunos de los más antiguos y tradicionales. Visitamos uno en el Chumajal de Guararé, en la vecina provincia de Los Santos, perteneciente a Genis Berrios, santeño de pura cepa. Se lo regaló Víctor Soriano, su yerno. “Este trapiche ha estado en la familia cerca de doscientos años. Antes perteneció a mi bisabuelo y luego a mi abuelo”, explica Soriano.
Aunque el azúcar de mesa sirve las necesidades de endulzar bebidas y comidas, estos trapiches artesanales son los responsables de suplir a los panameños de raspadura (conocida en otras latitudes como piloncillo o panela), indispensable para muchos postres tradicionales, y de miel de caña, de la cual se ha revelado, en estos últimos años, que es una fuente inmejorable de calcio, especialmente para quienes no toleran la lactosa.
El jugo de caña también puede fermentarse para convertirse en guarapo, una bebida que es la base para destilar el ron —espirituoso común a todas las naciones que comparten el Mar Caribe— y para el seco, consumido principalmente por panameños. Aquí hay que recordar un poco de historia: aunque la separación de Panamá de Colombia, en 1903, no alteró inmediatamente muchos de los usos, costumbres y otros hechos culturales compartidos a ambos lados de la nueva frontera, sí lo hizo a largo plazo. Antiguamente, el aguardiente de caña se ofrecía “anisado” o “seco”, pero luego del suceso político, el primero, perfumado con semillas estrelladas, siguió ofreciéndose en Colombia y el segundo se volvió popular en Panamá, tanto así que el aguardiente seco pasó a llamarse simplemente “seco”. De hecho, Pesé es un lugar interesante para dar un vistazo al cultivo y procesamiento de la caña de azúcar. Aquí, hace poco más de un siglo, asentó sus reales una de las empresas licoreras más importantes del país: Varela Hermanos.
El distrito de Pesé, bautizado así en honor al hijo del cacique Parita, quien se contó entre los más fieros adversarios de los conquistadores españoles, tuvo mejores días como capital provincial de Herrera, condición que cedió al pujante puerto de Chitré, a principios del siglo XX. Quien descienda a su valle en la actualidad se topará con casas de portales anchos, jardines tupidos, una iglesia tan blanca como los lirios que coronan la vara de San José —patrón titular del templo— y los interminables cañaverales que circundan todo el paisaje.
Más allá del cementerio del pueblo, un camino flanqueado de tecales conduce a la Hacienda San Isidro, destilería principal de Varela Hermanos, S.A. Los cañaverales crecen velozmente entre junio y diciembre, para devolver sus jugos, concentrados, entre enero y mayo, tiempo para zafra. Aquí aún es posible ver carretas de bueyes transportado cañas segadas. Aunque la cosecha es casi tecnificada, la empresa reservó esta estampa viva de la zafra tradicional, aunque nada de ello puede rememorar las cosechas de antaño, cuando centenares de estos carretones traqueteaban a lo largo de caminos por todo Pesé, día y noche. A los bueyes se les adorna la testuz con coloridos tejidos.
Como muchos quehaceres tradicionales, la confección de carretas y, sobre todo, de sus ruedas, amenaza con desaparecer. De las decenas de fabricantes que, durante la primera mitad del siglo XX, mantenían la flota de trabajo surtida y en forma, hoy solo queda un hombre: Galo Moreno, quien lleva 47 de sus 60 años fabricando ruedas de carreta. Y aunque hay ebanisterías industriales capaces de hacer las ruedas, nada supera al producto humano. A Moreno se le encuentra en su sencilla casa, en las afueras del pueblo, rodeado de tocones de madera de moro, apropiada para hacer las ruedas. “Para que la madera sea buena para trabajar, debo esperar cerca de tres años hasta que esté bien seca; de lo contrario se pudre”, explica. “Por lo general me demoro cerca de semana y media para hacer un par de ruedas. Si tuviera un torno eléctrico, me demoraría menos”, explica el artesano, todo músculo y fibra, al que no le queda un gramo de grasa superflua y que hace las piezas a punta de tornos manuales y formones.
Y es que esta industria tiene mucho de artesanal, ejemplo de ello son las bodegas tapiadas hasta el techo con barricas de roble blanco, especiales para añejar el Ron Abuelo, uno de los productos insignia de la empresa. El ron respira y logra intercambios naturales muy interesantes con la madera de roble. La empresa está trabajando para darle una dimensión turística a una operación que, en sí, tiene un gran atractivo folclórico y cultural. A las bodegas de añejamiento se le suma una sala de cata, donde turistas nacionales y extranjeros pueden probar los licores de la casa. Llegamos a tiempo para ver a un grupo de estudiantes universitarios de Ohio, escuchando la explicación de la encargada.
Sam Pudenz, de 22 años, forma parte del grupo. “No sabía que esto fuera tan grande y que la producción estuviera tan industrializada. Las facilidades son muy bonitas”, explica, mientras varios de sus compañeros compran botellas de Ron Abuelo como souvenir. Aunque parezca mentira, algunos vienen con pedidos expresos para llevar Seco Herrerano de vuelta, demostrando que la bebida se labra un pequeño círculo de consumidores allende las fronteras. Aún así, el fuerte de exportación sigue siendo el ron, y Abuelo es la marca insignia.
Aunque cualquier momento del año es bueno para hacer el recorrido por la zona, vale la pena aprovechar el primer semestre, cuando las catas pueden reforzarse con vistazos a la zafra y la molienda. Justo en marzo, Pesé honra al dulce producto que sostiene su economía al celebrar el Festival de la Caña de Azúcar. Este año, la fiesta comienza el 17 de marzo, con la tradicional representación del Barco y el Castillo, presidida por la reina del festival, continúa con presentaciones folclóricas y culturales, además de los desfiles con carros alegóricos, para culminar el domingo 20 con el esperado desfile de carretas. “El reglamento del festival especifica que las carretas solo pueden confeccionarse con caña de azúcar y sus derivados”, subraya Héctor Mencomo, del comité organizador, “las carretas provienen de barrios y comunidades en Pesé o alrededores, aunque también hay unas patrocinadas por instituciones públicas o empresas privadas. Cada una viene acompañada de murgas, conjuntos musicales y danzas folclóricas”.
Esta celebración, que coincide con las fiestas patronales de San José, data de 1948. Hoy participan unas 12.000 personas, cifra que casi triplica el número de habitantes del pueblo, por lo que el jolgorio trastoca su pacífica rutina. Pero es un precio que los pesenses están dispuestos a pagar en retribución a los beneficios que la caña les da. Cuando el viento ahuyente los sonidos de tambores y tonadas, así como el olor de los fuegos artificiales, solo quedarán las salomas de los cosechadores y el dulce aroma del guarapo que emana de los cañaverales, ahora segados. Pero pronto, en mayo, surgirán los brillantes retoños, y el verde viridio, oscuro y sedoso de los cañaverales volverá a reinar en el Valle de Pesé.
Cómo llegar
Desde Ciudad de Panamá tome la Carretera Panamericana rumbo Oeste, hasta el pueblo de Divisa, luego gire hacia el Sur por la carretera de la Península de Azuero. Poco antes de entrar a la capital provincial de Chitré encontrará un desvío a su derecha, claramente indicado como carretera hacia Pesé. Recorrer los 268 kilómetros toma casi cuatro horas desde la capital del país.
Para tener en cuenta
Además del Festival de la Caña, el pueblo de Pesé es reconocido por celebrar la Semana Santa en Vivo, siguiendo la misma tradición de otros pueblos de raíz hispana. Hay varios trapiches artesanales que puede visitar, tanto en la provincia de Herrera como en la vecina de Los Santos, pero ya que siguen en uso y no son exclusivamente para giras turísticas, vale la pena coordinar una cita con la oficina regional de turismo o su agente de viajes. Las giras a la Hacienda San Isidro deben ser coordinadas con el Departamento de Mercadeo de Varela Hermanos S.A.
Tel. 507 217 6046.