Parque Nacional de las Siete Ciudades
Por Carolina Pinheiro
Fotos: Tom Alves
Desde hace más de cuatrocientos millones de años, el viento y la lluvia esculpen las formaciones de arenisca del Parque Nacional de las Siete Ciudades, a doscientos kilómetros de Teresina, destino que hoy integra la Ruta de las Emociones.
La naturaleza creó un verdadero laboratorio a cielo abierto en una de las regiones más antiguas del país, que data del período paleozoico, y tal vez por eso los científicos decidieron bautizar la zona como las Siete Ciudades de Piedra. En el parque, que abarca 6.221 hectáreas en la zona de El Cerrado (amplia eco-región de sabana tropical brasileña), prolifera la caatinga, tipo de vegetación exclusivamente brasilera. Rocas protuberantes que parecen personas, animales o monumentos históricos atraen la curiosidad de más de 30.000 personas por año.
La flora predominante en el parque es típica de El Cerrado, pero en las manchas de caatinga se encuentran juazeiros (árbol típico del nordeste brasilero), aroeiras, cactus como el xique-xique (también característico de la zona) y la corona de fraile.
Bonito por naturaleza
Uno de los atractivos más buscados es el Arco del Triunfo, roca cuya forma remonta a uno de las postales más famosas de Francia. La piedra queda en la Segunda Ciudad, que cuenta aún con el Mirador, punto culminante de Siete Ciudades, y la Biblioteca, que recuerda un montón de libros apilados.
Fundado en junio de 1961, el parque concentra uno de los más bellos conjuntos geomorfológicos de Brasil. Los investigadores tienen fuertes indicios para creer que la región proviene del bioma marino.
Después de pedir a los turistas que identifiquen cada monumento, los guías revelan cuál es el más popular. La Piedra de la Tortuga, en la Sexta Ciudad, tiene forma idéntica al caparazón del famoso y lento animal.
La riqueza de detalles de los afloramientos rocosos impresiona, bien sea por la belleza o por su singularidad. Las sensaciones que provoca la misteriosa atmósfera del lugar cambian todo el tiempo. Se trata de un territorio ancestral de una de las eras geológicas más antiguas de la historia del planeta.
Como si contemplar un paisaje tan enigmático no bastara para que el viaje valga la pena, hay una atracción tan interesante como los monumentos: los paredones con pinturas rupestres. Al respecto, el guía turístico José Carlos Ferreira de Souza cuenta que el parque tiene más de treinta lugares con inscripciones, algunas de las cuales datan de hace 10.000 años.
Hay doce kilómetros de caminos a disposición del público que conforman un circuito, el cual se puede recorrer en carro, bus, bicicleta o a pie, y dura unas ocho horas. Así, el turista puede decidir el recorrido que quiere hacer y el tiempo de su visita.
Al recorrer los caminos, es posible avistar diversos animales salvajes como pumas, boas, zorros y monos. Esta situación alimenta el imaginario popular, creando leyendas que pasan de generación en generación.
El paisaje surrealista genera una serie de inquietudes en cuanto al surgimiento del lugar, muchas de ellas divertidas por increíbles que puedan parecer. Una teoría plantea que la Atlántida se hallaba unida al Delta del Parnaíba y que el pueblo perdido de aquel continente dio origen a las tribus indígenas tupinambá y tabajara, que habitaron la región.
Hay quien dice que las formaciones son obra de alienígenas. Las historias que alimentan el folclor también sirven de inspiración para hacer de éste un paseo inolvidable, como el atardecer sobre este pedacito de tierra escondido en el interior del Brasil.
Cómo llegar
Al salir de Teresina, siga por la BR-343 hasta Piripiri, donde encontrará 26 kilómetros de asfalto hasta la portería del Parque Nacional de las Siete Ciudades. Quien está recorriendo la Ruta de las Emociones, que incluye también el Delta del Parnaíba, puede unirse a las expediciones promovidas por las operadoras de turismo local. El viajero que opta por el bus, debe chequear los horarios para Piripiri en la terminal de trasportes de Teresina. Si sale de Piracuruca, serán 18 kilómetros de recorrido por la PI-111 hasta la entrada del parque y cinco kilómetros más hasta la administración. La entrada cuesta quince reales (menos de cuatro dólares, aproximadamente). Los brasileros tienen descuento de 50%.
Deja una respuesta