Managua: ciudad de los mil colores
Por Julia Henríquez
Fotos: Demian Colman
Como viajera, en general las ciudades son lo que menos disfruto: el ruido, el tránsito congestionado y la contaminación son características citadinas típicas de las que busco huir durante mis expediciones. Sin embargo, recorrer un país sin conocer su capital en realidad no es conocerlo, así que aunque pretendamos evitarlo esta vida de nómadas nos lleva una y otra vez a las grandes ciudades.
Fue así como llegamos a Managua, en medio de muchos “no vale la pena” y pocos “no se la pierdan”. Lo primero que noté fue el colorido paisaje citadino. En Managua las calles semejan un arcoíris que ilumina la jungla de cemento, mientras las zonas verdes y lagunas naturales son un refrescante descanso para los ojos. Increíble, pero en plena urbe, la cámara dispara sin cesar al panorama.
Nuestra primera parada fue en la loma Tiscapa, cuyo mirador ofrece una vista de 360º de la ciudad y dos de sus lagunas. Allí en lo alto se destaca la enorme figura de Sandino, monumental obra de 18 metros de altura esculpida en plancha de acero, que luce en compañía de un árbol de la vida, los cuales abundan en la ciudad como símbolo del triunfo de la vida sobre la muerte. Hoy lugar de recreación, el cerro fue escenario de un pasado oscuro. En su cima fue construida la casa de gobierno en 1931, y aunque apenas dos meses después un terremoto la destruyó, fue reconstruida y utilizada por doce presidentes. El pasado oscuro se tejió durante la dictadura de la familia Somoza, cuando los sótanos de la casa fueron utilizados como cárcel y centro de tortura contra los reos políticos que se oponían al régimen. El 23 de diciembre de 1972 otro terremoto la destruyó de nuevo.
En su lugar hoy un museo cuenta los dos relatos. Por un lado la sala Sandino Vive, cuenta la campaña llevada a cabo por este personaje para liberar a Nicaragua de la intervención estadounidense. Por el otro, la sala Noches de Tortura está dedicada a quienes sufrieron los abusos del poder durante la dictadura de Somoza. El guía que nos acompaña es bastante silencioso, pero al notar nuestro interés descubrimos que puede contar la historia de su país de forma alucinante mientras pregunta mucho también por nuestros países y sus libertadores. Al final de la visita evaluamos cuánto conocimiento hubo repartido de lado y lado, todo por la módica suma de una sonrisa.
Conocemos ahora la terrible realidad de un país al que le costó años, siglos, lograr la paz que ha disfrutado apenas desde los años 90. Salimos de la sala de la infamia y lo primero que vemos es un parque de juegos infantiles con colores rosa, verde y azul. Esa es la realidad actual: parques infantiles sobre antiguos centros de represión y tortura. El descenso del cerro, sumergidos en nuestras reflexiones, ayuda a que alma y cuerpo se recompogan. La gran estatua de Sandino se aleja y pronto las calles llenas de color y cultura me rodean.
El parque de los líderes revolucionarios de América, la Plaza Central y el Teatro Rubén Darío son una galería a cielo abierto por la avenida que conecta Managua entera con el malecón. Es un recorrido lleno de cultura e historia nicaragüense contada con colores, grafitis, murales, estatuas y música bajo el caluroso sol que parece derretir la suela de nuestros zapatos. Cuando llegamos al malecón, los colores explotan una vez más. Desde allí se pueden emprender dos posibles recorridos: el puerto Salvador Allende o el Paseo Xolotlán, separados por una plaza con banderas nicaragüenses y sandinistas, que es el lugar de encuentro para estudiantes y festejos de todo tipo.
Tomamos la opción a la izquierda y nos encontramos con un camino de restaurantes, bares y música con vista a la laguna. El puerto Salvador Allende es el lugar perfecto para llegar al atardecer y pasar un rato muy agradable en familia o de rumba. Allí se ofrecen, además, paseos por la laguna en cómodos catamaranes como plan alternativo a la comida y fiesta. No dudamos en subir a uno. Vamos rumbo a la Isla del Amor, conocida en el pasado por las fiestas desenfrenadas que solía dar el dictador Somoza, y hoy como perfecto paraíso de aves silvestres. El regreso lo marca el ritmo de la bachata y la música tradicional. Al atardecer los colores se toman el cielo y bailamos bajo el fuego de las nubes. En la ciudad de los mil colores, los atardeceres no se quedan atrás.
Volvemos al Malecón al día siguiente, bajo un sol intenso. Es sábado y la plaza está llena de familias, los niños corren entre el monumento a los caídos en la guerra y el bohío que sobresale en el parque, los adolescentes buscan pokémones en la plaza y nosotros conocemos la vieja catedral, la Casa de los Pueblos y el Palacio Nacional.
Nuestro objetivo esta vez es el Paseo Xolotlán, mucho más tranquilo, diseñado para paseos familiares. Tiene pequeños quioscos y juegos para niños. La vista a la laguna y el aire fresco invitan a quedarse. En el extremo derecho hay una réplica de la antigua Managua: edificios a escala que ofrecen una idea de lo que era la ciudad antes del devastador terremoto que la destruyó en el 72. En el extremo izquierdo, un minimuseo con réplicas de las casas de Rubén Darío, Sandino y Blanquita, su esposa, héroes imbatibles de estas tierras centrales.
El sol ha empezado a bajar y a las cinco nos han prometido una tarde cultural en el Tiangue Moninmbó, con pequeños bailarines de Masaya, cuna del folclor nicaragüense. Los tiangues, antiguamente centros de comercio indígena, son ahora pequeñas cooperativas impulsadas por el gobierno, donde las familias con ganas de emprender un nuevo negocio unen fuerzas y montan puestitos de artesanías o comida. Por las tardes los tiangues se visten de fiesta, con espectáculos culturales de baile y música folclórica procedentes de todo el país.
Escuchamos a lo lejos los tambores y el trombón. Máscaras de diablos y monstruos de todo tipo nos rodean y bailan zapateando, luego polleras multicolores, un baile tras otro, bajo las estrellas y con las luces resplandecientes que iluminan a los niños que no paran de bailar con llamativos atuendos típicos.
Managua nos da la despedida perfecta, cuando su siempre fiel arcoíris explota una y otra vez inundando esta capital del festejo. Nuestra noche llega a su fin y nos despedimos de Managua con un “vengan todos, vengan ya”.