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CentroaméricaNicaraguaFrente al cráter del Masaya
Crater en Nicaragua

Frente al cráter del Masaya

Texto y fotos: Demian Colman

Llevamos media hora en el carro frente al Parque Nacional Masaya, en las faldas del volcán homónimo, y cada segundo es más largo que el anterior. Debemos esperar que los carros que nos ganaron en la fila suban y bajen en grupos de a diez para finalmente lograr nuestro objetivo. Todas estas medidas de seguridad —el tiempo de estadía arriba (apenas quince minutos), la posición obligada para estacionar los automóviles, la cantidad de personas permitida— tienen una razón de ser: la atracción principal es nada más y nada menos que asomarse al cráter de un volcán en erupción y ver cómo la lava amenazante danza en su interior. Tal como se escucha.

La espera es larga y el estómago se revuelve lleno de mariposas. Es tiempo de distraer la mente y entonces recordamos cómo apenas hace unas horas pagábamos penitencia subiendo la Fortaleza El Coyotepe. Para mí el turismo se hace como se ve una película: debes entrar a la sala de cine y apagar las luces. Entonces, el mundo tal como lo conoces queda afuera, y ahora tu realidad es solo lo que la pantalla tiene para ofrecer. En Coyotepe el rito de apagar las luces es la caminata. En ella tu mundo y tu realidad quedan en un segundo plano, para que ahora tu mente despejada pueda absorber tanto como sea posible. El aire se cuela como con miedo a los pulmones mientras el sol cocina tu cabeza solo a veces protegida por los árboles.

La Fortaleza El Coyotepe, aunque parece salida de la colonia española, fue construida por nicaragüenses en el siglo XX, exactamente a 360 msnm como puesto de vigía sobre el Ferrocarril del Pacífico, de Nicaragua. El cerro, junto al edificio que lo acompaña, tiene una realidad tan cruel que merece este proceso de despeje mental: estas paredes, ahora a medio caer, fueron testigo de las guerras que azotaron a Nicaragua desde 1893. Por sus túneles fríos y sombríos corrió lo peor de la historia, hasta que en 1983 fue entregada a la Asociación de Niños Sandinistas “Luis Alfonso Velásquez Flores” (antes Scouts de Nicaragua) como símbolo de un futuro en paz. Hoy sus torres se utilizan solo para el disfrute del paisaje y ofrecen una perfecta vista de 360 grados de Masaya, incluyendo sus volcanes, laguna y alrededores. Aquí te sientes en la cima del mundo respirando la paz que ahora se vive, así que respiramos profundo y nos llenamos el corazón de paisaje.

Cuando aún no han corrido los créditos de la película y suena aún la banda sonora, aquí en Masaya el auto prende motores y me trae rápido a mi presente para que, sin derecho a terminar de procesar lo que está sucediendo, finalmente subamos al cráter del volcán. Desde el carro vemos cómo el humo rojo amenazante sale de entre los árboles, y en mi mundo cinematográfico veo al mismísimo Smaug, el dragón de la Tierra Media de El Hobbit, saludando desde la no tan solitaria montaña y danzando hacia la oscuridad de la noche. Y para allá vamos, hacia el naranja hirviendo.

El camino es corto, así que, rápidamente y sin previo aviso, estamos allí, y nuestra nueva pantalla nos muestra el cráter Santiago. El mismo que a principios de este año hizo su última actividad para dejar ver de nuevo su gran laguna ardiente. Descendemos del auto y nos detenemos en el punto exacto que nos indica el guía. A nuestros pies, un río de fuego cruje mientras el grupo grita en todos los idiomas. ¡Estamos en un volcán activo! No siento calor ni huelo a nada extraño. Me siento más bien admirado ante la imponencia de la naturaleza, disminuido ante las fuerzas del centro de la Tierra. Abajo veo las cámaras de National Geographic de cara al cráter y los lugareños orgullosos nos recalcan que están estudiando el volcán y que el vulcanólogo más famoso está allí “donde se mira la cuerda”. ¡Es el único que se atreve a bajar!

Para los indígenas y los españoles en la época de la conquista, la laguna de magma que se crea cuando el fuego sale del cráter Nindirí, era la puerta del infierno frente a sus ojos. Por eso el fraile Francisco de Bobadilla, en un intento por exorcizar al demonio, decidió poner la gran cruz santificadora que aún luce aquí. Y es que el volcán Masaya y sus diversos cráteres están llenos de mitos y leyendas que hoy cobran vida frente a nuestros ojos. Mi mente vuelve a divagar mientras la danza de Smaug no me deja ni parpadear y trato de imaginar cómo fue esa primera mirada a esta boca de fuego.

Tan solo hoy en la mañana caminaba por el barrio indígena de Monimbó, donde las tradiciones culturales nicaragüenses se mezclan con las fiestas indígenas, y pasando el “tiangue” (mercado indígena), el verde decora las casas y un pequeño museo funciona como puerta a otros mundos. Aquí una guía cuenta la historia indígena del barrio y su máximo tesoro: los petroglifos. Un reciente proyecto turístico les ha permitido ponerlos en valor y capacitar a jóvenes locales como guías para una caminata sagrada. Luego de unos minutos llega nuestro guía, quien nos cuenta que ahora les basta con esperar a los turistas y aventureros que, preguntando de puerta en puerta, logren llegar hasta acá.

El camino, de nuevo, es un rito. Las casas van quedando atrás y el verde nos rodea. A lo lejos la laguna se asoma y se esconde entre las ramas y finalmente un río; sobre el río, una pared y en la pared, dibujos; dibujos sagrados, dibujos milenarios, dibujos que le han ganado al tiempo, a la erosión y a las guerras. El alma y la mente se transportan y si te concentras lo suficiente puedes ver y escuchar los verdaderos dueños de nuestra América caminando entre la selva y decorando el entorno con los elementos sagrados que los rodean: animales sagrados, humanos, elementos celestes… algo para ellos tan importante que hoy nos sigue sorprendiendo.

Dioses y demonios. Me enfrento de nuevo a la “bruja” de tetas largas y ojos saltones descrita en los relatos de los primeros españoles que aquí, bajo mis pies, se esconde, pronosticando el tiempo en la oscuridad mientras espera la partida de los de piel blanca. Con sus 635 metros de altitud, este fenómeno de calderas volcánicas o volcán escudo Masaya llama a turistas del mundo entero que se atrevan, como aquel primer fraile, a asomarse entre la nube roja para deleitarse con el espectáculo. Lejos de ser la puerta del infierno, para mí es nuestra Pachamama, demostrando su gran riqueza y poder.

Aquí estamos, casi sin creerlo en una de las grandes maravillas de la naturaleza. El colorido malecón, la plaza principal siempre llena de gente y el hermoso mercado viejo, con toda su oferta cultural, solo fueron el platillo de entrada. Este es el plato principal y nos lo atragantamos con cuerpo y alma. Ya sé que sentían Frodo y Bilbo en sus grandes aventuras. Es cierto, no voy en poni junto a enanos y elfos, pero lo que estoy viendo no tiene explicación. Para mi cabeza cinéfila es algo sacado de un estudio de Hollywood o sus derivados. Estoy esperando a que en algún momento se cierre el telón o la escena cambie; pero aquí, en la mágica Masaya esta es la realidad y el turismo de aventura toma otro significado.

Me rasco los ojos para confirmar lo que estoy viendo. Me educaron para huirle a este tipo de situaciones, pero todo a mi alrededor me llama a quedarme hipnotizado en el naranja a mis pies, las mini explosiones hacen que una y otra vez el fuego brinque y con cada brinco un grito en miles de idiomas… han pasado quince minutos. Nos llaman al relevo y nadie se quiere mover. Y es que quién quisiera irse… ¿Ya les dije? ¡Estamos frente a un volcán activo, hay fuego, lava!

Pero el guía grita sin miramientos: “¡Corten!”

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