Luis Marín y la buena estrella
Por: Roberto Quintero
Fotos: Carlos E. Gómez
Repasar la trayectoria musical del pianista Luis Marín me hace pensar que el destino opera de formas curiosas, y recordar un pregón callejero que me gusta mucho: “Lo que es para ti, ni aunque te quites. Y lo que no, ni aunque te pongas”. Por ejemplo, inició su idilio con el piano cuando era un niño; sin embargo, nadie en su familia era músico. El piano que había en su casa lo habían comprado para su hermana mayor, que era quien tomaba clases por aquel entonces. Cuando su familia se mudó de su natal Bayamón, en Puerto Rico, para ir a otro pueblo llamado Carolina, sus padres buscaron una nueva maestra para ella. Y encontraron la indicada. “Fuimos a hablar con la maestra y ella misma le preguntó a mi papá: ¿Y este chiquito, va a coger clases también? Me preguntaron, pero yo tenía como cuatro años, así que dije: ‘Yo no sé’. Entonces la maestra dijo que nos iba a dar clases a los dos. Y así empecé. Como a los dos años, mi hermana se cansó, como los niños, tú sabes. Y me preguntaron si yo quería seguir y yo dije que sí. Y por ahí seguí, fue casi accidental”.
Así se fue enganchando con el instrumento, como un niño a un videojuego. “Así lo comparo cuando hablo de esto con mis estudiantes o cualquier chico de la nueva generación. Yo recuerdo que cuando estaba practicando las escalas y esas cosas, el pensamiento mío era: ‘Cómo yo le puedo ganar a esto’. Como un juego en el que vas subiendo de nivel, es lo que quiero decir. Pero claro, eso tiene que estar fundamentando en que el juego te guste. Y a mí ese juego me gustó”.
Poco a poco, Marín fue avanzando de nivel, sin saber lo decisivo que acabaría siendo ese juego en su vida. Creció como un adolescente musicalmente inquieto, escuchando melodías de todo tipo y practicando solo en casa. Hasta que llegó el momento de escoger una profesión y él, contra todo pronóstico, no optó por estudiar formalmente esa pasión que latía en su interior. Se inscribió en Ingeniería Eléctrica. “Mis padres se cuestionaban por qué yo no estudiaba música en vez de ingeniería. Los padres saben más que uno; ellos sabían que yo tenía una tendencia musical como vocación y me preguntaban por qué no lo hacía. Y es que en aquellos años, yo no tenía un contacto con músicos profesionales y no sabía lo que era ser un músico profesional. Y como no lo sabía, no lo veía como una carrera”.
Cuando entró a la Universidad de Puerto Rico, descubrió un sinfín de actividades extracurriculares relacionadas con la música, a las que no pudo resistirse. Poco a poco fue notando que era imposible eludir los designios de su buena estrella. “De pronto me di cuenta de que me estaba envolviendo mucho más en la música que en los mismos estudios; que me atraía más. Y todo el mundo me decía que por qué yo no estudiaba música, en vez de ingeniería. Ahí sí, teniendo ya contacto con otros músicos, fui viendo que había un campo en eso. Mi mente se aclaró”.
Cuando ya estaba decidido a estudiar formalmente lo que quería, el primer obstáculo que debió sortear el hoy profesor de piano jazz del Conservatorio de Música de Puerto Rico fue encontrar dónde hacerlo. Aunque tenía buenas opciones en la propia Isla del Encanto, por aquellos años (la década del 80) muy pocas instituciones universitarias, dentro y fuera del país, tenían una pedagogía de jazz. Y sabía que la música clásica no era lo suyo. Pero no se desanimó, indagó hasta dar con el centro que ofrecía lo que él buscaba. Aplicó, lo admitieron y a la ciudad de Boston fue a dar, ahora como estudiante de la prestigiosa Berklee College of Music.
Berklee ‚Äïa secas, como se conoce popularmente‚Äï es una de las escuelas de música más influyentes del mundo. Por ahí han pasado algunos de los mejores intérpretes y compositores de jazz, ya sea como estudiantes o como profesores. Lo que se respira en sus aulas y pasillos suele ser descrito como un ambiente maravilloso para la creación. Quien entra ahí, dicen, no vuelve a ser el mismo jamás. Y Luis Marín, siendo apenas un jovencito de veinte años lleno de ganas por aprender, no fue la excepción.
“Como te dije, yo no venía de tocar. Yo practicaba en mi casa, oía música y tocaba con mis amigos, pero no venía de un ambiente musical propiamente. Hasta que llegué allá y todo cambió drásticamente. Ahí la música es el centro. Recuerdo que vi todo eso y dije: ‘Yo tengo que aprovecharme de esto y aprender todo’. Me refiero a no quedarme solo con el jazz, sino también la música latina, el pop y todas las tendencias que se movían ahí. Y es que otro punto clave de esa escuela es que tiene muchos estudiantes internacionales, y eso crea un ambiente muy ecléctico. ¡Eso había que aprovecharlo! Eran los años 80, estamos hablando de una época en la que no había internet y el intercambio era distinto. No es que te metieras en YouTube, como es ahora. Antes había que intercambiar con un panameño, con un francés o un africano, para enterarte de lo que estaba pasando musicalmente en sus países. Escuchar sus discos y que te enseñaran cómo se tocaba. Eso hice y fue muy importante, porque es lo que ayuda a desarrollar la inspiración, tener un saco de recursos e influencias que puedas consultar y poner en tu música. Solo así pueden surgir cosas nuevas”.
Terminó sus estudios y se quedó sin un plan que seguir. Permaneció en Boston un poco más, tocando y sacándole el jugo a un entorno que fue decisivo para su vida. Hasta que recibió nuevamente la llamada del lucero que le ha señalado el camino desde que era un niñito. “Un amigo de Puerto Rico me llama y me pregunta que cuándo voy a regresar. Yo no sabía, no tenía ningún plan específico. Y me dice: ‘El pianista que toca con Andy Montañez se va y yo hablé con ellos y les dije que yo tenía un amigo en Boston que venía para Puerto Rico, por si tú quieres entrar en eso’. Y como yo nunca había tocado profesionalmente con una orquesta, pues yo dije que sí. Así que volví a Puerto Rico con trabajo. Yo no me explico cómo, pero es así. Recuerdo que llegué el 9 de julio de 1987 y ya el 17 estaba tocando con Andy”.
Nuestro personaje se sumergió en ese gran hervidero que era la escena musical puertorriqueña de los años 80 (de la que emergieron grandes artistas de la música latina), de la mano de un maestro como Andy Montañez, famoso cantante de salsa, quien ya era mundialmente reconocido por haber sido una de las voces de la mítica orquesta El Gran Combo durante los años 60 y 70, intérprete de algunos de sus mejores éxitos, como “Las hojas blancas” y “Un verano en Nueva York”. Así de simple, aunque usted no lo crea. “Esa experiencia fue muy positiva en todos los sentidos. Y Andy fue súper generoso, porque yo tenía conocimiento, pero no tenía experiencia. Y aun así me dio el espacio para que yo pudiera desarrollar lo que yo tenía en mi cabeza. Musicalmente, él es mi padre porque fue el que me parió. Y lo mejor es que, después de más de 25 años desde que nos conocimos, la amistad continúa hasta el día de hoy”.
Ese fue solo el inicio de una prolífica carrera musical, que le ha permitido tocar en vivo y grabar con otras grandes figuras y agrupaciones, como El Gran Combo, la Fania All-Stars, Eddie Palmieri, Tito Puente, Juan Luis Guerra, Richie Ray, Papo Lucca y la Sonora Ponceña, Gilberto Santa Rosa y Mario Bauzá (considerado el padre del afro-cuban jazz), por mencionar solo algunos. Y de todos se ha llevado un poquito. “Siempre lo he visto de esta forma: ‘Déjame ver qué yo pienso, contra lo que es’. Uno tiene que estar consciente de que no hay una verdad. La verdad que tú planteas, siempre puede ser falsa o ser media verdad. Entonces, cuando tú estás ahí con esos artistas, ahí es que tú sabes. Y ahí es que aprendes. Siempre es un aprendizaje. Ya yo soy una persona mayor, tú sabes, ya tengo cincuenta años. Pero nunca dejo de aprender de cada experiencia que me ofrece la vida. Y realmente he tenido una suerte increíble”.
Descubriendo la experiencia de vida que atesora este músico puertorriqueño, que es un hombre de trato simpático y una energía muy agradable, es inevitable desear tomar una clase con él y aprovechar todo lo que sabe. Aunque algo aprendí de esta charla, sin duda, debe ser muy enriquecedor ser uno de sus estudiantes en el Conservatorio de Música de Puerto Rico, donde hoy imparte docencia. Sin dejar de tocar ni producir material, desde hace algunos años le entrega a las nuevas generaciones ese gran bagaje artístico que lleva a cuestas. Y pensar que su periplo musical comenzó por el azar y una mudanza. “Casi accidental”, como dice él. Aunque yo prefiero atribuírselo al destino y afianzarme en la sabiduría callejera: “Lo que es para ti, ni aunque te quites”.