Las doce caras de Patricio Pron
Por Alejandra Algorta
Fotos: Cortesía Hay Festival
Si usted leyera la obra completa de Patricio Pron sin conocer su autor ni su origen, no dudaría en pensar que cada uno de los doce libros tiene un creador diferente. ¿En qué parte de estos libros está su autor? Tal vez entre líneas, en algún rasgo común de los personajes, en la ilación de palabras que estructura y da sentido para luego abandonar al lector frente a la tragedia; en el humor que no vemos hasta que no nos encontramos riéndonos de la guerra, riéndonos del arte, riéndonos de la tristeza y de la muerte; riéndonos, finalmente, de Patricio Pron, quien también se ríe de sí mismo y debe estar escribiendo un libro por completo diferente al anterior.
Hay dos tipos de escritores [dice, hablando con rapidez]: está aquel escritor que libro tras libro perfecciona su estilo y procura ser el mismo escritor que fue en el libro anterior, de tal forma que, llegado cierto punto en su carrera, sea imposible no atribuir esos libros a él. Yo formo parte de otra familia de escritores que procuran ser distintos de libro en libro. Naturalmente, es imposible conseguirlo. Pero me da la impresión de que el escritor que procura escribir distinto los libros se pone a prueba permanentemente y pone a prueba a su lector también. Y se abre de esa forma a la aventura, al riesgo, a las sorpresas.
Su más reciente libro, No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (2016), que ganó el Premio Cálamo Extraordinario, es un híbrido de la novela policíaca que desentraña, a partir de entrevistas hechas en 1978, un asesinato ocurrido el 21 de abril de 1945 en el primer Congreso Italiano de Escritores Fascistas.
Borrello —el personaje que atraviesa el libro— comprende que el futurismo está condenado: tan pronto como caiga el fascismo caerá también el futurismo, cosa que efectivamente sucedió. Borrello quiere salvar algo de lo que considera más puro, más necesario de la vanguardia a la cual contribuyó, y lo que él salva, creo yo, es un tipo de arte que no renuncia a reconocerse como político, que no renuncia a producir efectos políticos y que desconfía de toda vía que no sea profundamente individual.
Usted nació en 1975 en Rosario, un año después de la muerte de Perón y unos meses antes del golpe de estado que marcó el inicio de la última dictadura argentina. Su contexto es manifiestamente político y no deja de reflejarse en su escritura. El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2011) narra la vida de un hombre que ve morir a su padre en un hospital mientras trata de esclarecer la verdad de su familia, oculta en los silencios y las desapariciones de la dictadura. La novela Nosotros caminamos entre sueños (2014) cuenta con humor e ironía la guerra de las Malvinas, que significó un gran momento de opresión para los argentinos, pero cuya derrota llevó al Proceso de Reorganización Nacional, al fin de la dictadura y al retorno de la democracia.
Por mi formación y por las circunstancias tan particulares en las que fui criado, yo siempre he pensado en mí mismo como un escritor político. Esto no significa necesariamente que mis textos tengan una propedéutica o aspiren a decirles a los lectores cómo deben pensar o eventualmente a quién deben votar; no hay nada más lejos de mis intenciones. Pero sí me parece que toda literatura es política, en la medida en que produce efectos políticos. Uno puede fingir ser inocente de este hecho y escribir como si no tuviese una responsabilidad para con sus lectores o admitirlo e incorporar eso a su trabajo.
Pero su novela histórica «No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles» se aleja mucho de los sucesos históricos que han rodeado su vida.
En el caso de mi nueva novela, para mí era muy importante no solamente decir qué pensaba yo acerca del fascismo o del futurismo, cosa que en realidad poco importa. Sino más bien contribuir a la discusión acerca de qué pensamos, y en particular esta pregunta que es tan difícil de responder: ¿qué decimos de una política que mata, cuál es el límite de la política y cuál es el límite de la violencia que ejerce el Estado? Son cuestiones que desde luego fueron muy importantes en España, Italia y Alemania, pero también es una pregunta que nos afecta a todos los que crecimos en una dictadura en Argentina y también es muy pertinente en estos días en Colombia. En este sentido, uno podría pensar que la historia camina en círculos, y yo tengo la impresión de que la única forma de abandonar el círculo es tratar, entre todos, de contribuir a una discusión acerca de estos temas.
Más acertado que decir que Patricio Pron es autor de un número determinado de libros, sería decir que hay un número de libros, particulares, diferentes entre sí, que tienen en común a su autor: Patricio Pron. ¿Hay una intención particular en sus múltiples formas de escribir?
Sí, siento que he conseguido en alguna medida, y de cierta forma patológica, mi proyecto de ser otro. Lo que permanece es siempre la voluntad de escribir textos que estén a la altura de sus lectores, y la voluntad de enriquecer la discusión entre política y sociedad, en lugar de empobrecerla. Certeza y voluntad son posiblemente las únicas dos cosas que un autor tiene; es lo único que une estos textos.
¿Qué pasa entonces con la idea del gran escritor de novelas? ¿Ese que crea mundos conectados entre sí, con una escritura característica, siempre reconocible y confiable?
Creo que los aspectos más institucionales de la literatura tienden a anquilosarla, a convertirla en un género en el cual se impone cierta respetabilidad, como el polvo que se sitúa sobre los muebles. Me parece que una buena forma de no llenarse de polvo es desplazarse todo el tiempo de sitio, como autor, y poner en tela de juicio buena parte de esas instituciones e ideas preestablecidas de los escritores.
Los lectores de Pron no se quedan atrás, pues seguirle el rastro a un autor que siempre intenta ser otro no es una tarea fácil.
Uno podría decir que mis lectores forman parte de una sociedad secreta, de la que desde luego yo no soy fundador, sino mero miembro. Y es muy placentero sentir que una cantidad de personas han comprendido las reglas del juego y deciden jugar contigo. Hace que la perspectiva de sentarse todas las mañanas a escribir un libro no sea una idea catastrófica, sino un juego.