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PersonajesJorge Perugorría: Siempre estoy en la disposición de colaborar con el cine nuestro

Jorge Perugorría: Siempre estoy en la disposición de colaborar con el cine nuestro

Por Roberto Quintero
Fotos: Roberto Quintero, Cortesía de Tiempo Real

El cubano Jorge Perugorría es sin duda uno de los grandes actores de Latinoamérica. Se inició en el teatro en 1984 y en la década de los 90 dio el salto a la pantalla grande, logrando gran notoriedad y fama mundial con su primer largometraje: Fresa y chocolate, de los directores Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, en el que interpreta a un joven culto, homosexual y escéptico, que se enamora de un comunista heterosexual lleno de prejuicios e ideas doctrinarias. Desde entonces ha protagonizado unas cuarenta películas, dentro y fuera de Cuba, convirtiéndose en el intérprete con mayor proyección internacional de la isla. También es director y documentalista, y hace poco se ha entregado a su pasión por las artes plásticas, destacándose como pintor y escultor.

Perugorría estuvo recientemente en el Festival Internacional de Cine de Panamá para presentar Kimura, un drama de artes marciales dirigido por el panameño Aldo Rey Valderrama. El filme trata sobre la vida de Armando Carrera (Nick Romano), un ex peleador con un pasado trágico, que regresa a Panamá buscando el perdón de su hermano Alejandro (Robin Durán) y se ve obligado a regresar al cuadrilátero para obtener la redención. El actor cubano interpreta al antagonista: Manfredo Ferreira, promotor deportivo vinculado con el tráfico de drogas y las apuestas ilegales. La película se podrá ver a partir de este mes en Panamá, Costa Rica y Guatemala. Luego saltará al Caribe para continuar su recorrido por Latinoamérica.

Hablemos primero de Kimura. ¿Cómo te involucraste con esta película panameña?

Hace ya tiempo que hay mucha relación entre el cine que se está haciendo en Panamá y el cine cubano. De hecho, muchos técnicos y productores cubanos han trabajado en proyectos que se han hecho en Panamá. Y a través de una productora que se llama Lourdes, que trabaja mucho acá, me localizaron en La Habana, me presentaron el guion y me pareció interesante el personaje y el proyecto. Y yo siempre estoy en la disposición de colaborar con el cine nuestro, latinoamericano, centroamericano, y sobre todo con los jóvenes que están tratando de hacer cine en cualquier lugar de Latinoamérica. Después me enteré de que el director y el director de fotografía habían estudiado en la escuela de San Antonio de los Baños, y en seguida me di cuenta de que teníamos amigos en común y bueno, para qué seguir. Fue una experiencia muy bonita y enriquecedora.

¿Qué te gustó del personaje de Manfredo Ferreira?

Es interesante. Cuando lo leí me gustó y pensé que le podía sacar lasca al personaje. Empecé a buscarle cositas que pudieran enriquecerlo, a jugar con él para crear algo más ambiguo, que no fuese solo el malo de la película como tal. Por ejemplo, en Cuba me mandé a hacer unos dientes de oro y los traje, porque aunque este tipo sea un empresario y se vea que huele a dinero por todas partes, detrás tiene que haber un pasado. Y este detalle habla de ese pasado marginal que tuvo.

¿El hecho de que fuese un villano pesó a la hora de aceptar el papel?

Sí, tenía algo de interesante eso de jugar a ser el malo de la película, pero detrás siempre tratando de construir un ser humano. Yo lo que más he hecho en mi carrera es cine de autor, pero ahora hay mucha gente joven en Latinoamérica que quiere hacer cine de género, y es perfectamente válido. Tienen una formación como autores, pero quieren hacer cine para crear un público más amplio y comunicarse, con intereses generacionales. Son jóvenes que se plantean un tipo de cine que antes no se podía hacer, porque el cine latinoamericano estaba cerrado a ser un cine comprometido socialmente, tener un discurso político y retratar nuestra realidad.

¿Y te parece bien que los cineastas latinoamericanos ya no tengan que pagar ese derecho de piso?

Yo pienso que sí. Todo lo que nace, nace por algo. Los jóvenes ahora se plantean hacer un cine nuevo, el cine que les toca. Y eso no significa que todos tengan que hacer el mismo cine. Yo creo en una diversidad en la que puedan coexistir todo tipo de experiencias. Si un muchacho quiere hacer un cine de autor, más personal, más existencial, pues que lo haga. Si quiere hacer una película de zombis o de acción, pues que lo haga, si tiene la posibilidad. Y si quiere hacer un cine político y comprometido, pues que lo haga también. Lo importante es que haya diversidad y luego el público decida qué es lo que quiere consumir. Esa diversidad ya existe, así es como funciona en las industrias de Estados Unidos y Europa. Solo que antes, en el panorama latinoamericano, era difícil entender el cine más como un concepto de industria.

Tú te iniciaste como actor en el teatro. ¿Cómo fueron esos primeros años antes de hacer cine?

Descubrí el teatro y me enamoré. Comencé desde estudiante y luego pasé del movimiento aficionado al mundo profesional. Estuve diez años de mi vida prácticamente haciendo teatro, donde trabajé con muchos grupos. También soy fundador del grupo Teatro del Público, junto con Carlos Díaz, que hoy es una de las compañías más importantes de Cuba.

Mi primera oportunidad en el cine fue Fresa y chocolate. Eso significó que un actor que hasta ese momento solo hacía teatro, de pronto hacía una película y se le abrían todas las puertas del cine, dentro y fuera de Cuba. Así comenzó mi carrera cinematográfica. De hecho, no he vuelto más al teatro. Y recuerdo que empecé diciendo: “Bueno, voy a hacer esta película porque el teatro siempre está ahí”, y ya llevo más de 25 años haciendo cine. No he regresado al teatro.

¿Qué edad tenías cuando hiciste Fresa y chocolate?

Yo tenía 27 años.

¿Recuerdas cómo fue para ti, a esa edad, participar en un filme que terminó siendo icónico, no solo para Cuba sino para toda Latinoamérica?

Hay dos cosas. Primero, cuando estábamos haciendo la película, sentíamos que era una película necesaria, que estábamos abordando temas que habían sido tabú dentro de Cuba por muchos años, como la tolerancia y el respeto a la diferencia. Que era una película importante no solo para nosotros, sino para todos los cubanos. Lo que nos sorprendió a todos fue la proyección internacional que tuvo la película; incluso al propio Titón y a Tabío, los directores. Tuvo un reconocimiento increíble en todas partes. Ganó en Berlín, fue nominada al Oscar… Esas cosas no las imaginábamos. Y de pronto yo, en mi primera experiencia, aprendí también el alcance que puede tener el cine y lo importante que es como arte. Una película no puede cambiar un país, no puede cambiar una persona, pero lo puede hacer pensar, lo puede estremecer y hacer reflexionar. Y ese poder del cine lo entendí desde la primera vez. Descubrí que ese era el tipo de cine que me gustaría hacer. Desde ahí escogí ese camino y he intentado seguir haciendo y apoyando un cine de autor, un cine inteligente y comprometido.

¿Qué tanto persisten temáticas como las de Fresa y chocolate o Guantanamera en el cine cubano? ¿Este cine que quiere cuestionar lo que está pasando en el país sigue presente?

Sigue estando presente. De hecho, el cine cubano sigue de alguna manera siendo importante para el espectador cubano. Porque la gente va al cine a veces a encontrar debates complejos y profundos que no encuentra en la televisión ni en la prensa, ve historias en las cuales se siente reflejado. El cine cubano siempre ha tenido ese compromiso con la realidad, y los jóvenes directores lo mantienen. Aunque también hay directores que quieren hacer otro tipo de cine, que es de lo que hemos estado hablando. Pero incluso una película como Juan de los Muertos, que es de zombis, en el fondo tiene un discurso sobre la realidad cubana. Incluso ahí lo ves, porque es algo que ha estado muy marcado en el cine cubano.

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