Guillermo del Toro, dibujante
Por: Sol Astrid Giraldo E.
Fotos: Cortesía Minneapolis Institute of Art
En nuestro mundo real, podemos suponer el origen de cualquier persona que encontremos en un parque o un avión: indefectiblemente habrá nacido de una madre y un padre, del tamaño o color que sean; pero ¿de dónde salen los monstruos, esas singularidades, esos errores del sistema, esos exabruptos? Guillermo del Toro, embajador plenipotenciario de Monstruolandia, los ha buscado con la punta de su pluma en los laberintos de su mente para darles carta de ciudadanía entre nosotros.
En sus películas, el Fauno, el hombre rojo, el verduzco, el gaseoso, el gelatinoso, el fantasma de cabeza agujereada, el anfibio amazónico y el resto de su corte de descastados habitan las calles de Ciudad de México, las cloacas de Nueva York o las haciendas desvencijadas de la España franquista. Monstruos vociferantes, públicos, gritones. Por eso la experiencia de acercarnos a la intimidad y al silencio de su nacimiento es notable.
Lo podemos hacer gracias a que este creador del caos es paradójicamente metódico hasta la manía. Del Toro, desde los inicios de su carrera, en la década de los años 80, siempre ha llevado consigo libretas en las que toma apuntes meticulosos de sus delirios. Allí les va dando presencia con una línea de tinta que a veces toma la forma de una frase, pero en la mayoría de las ocasiones también crea un dibujo, porque él piensa sobre todo con imágenes.
Apreciando estos bocetos, alcanzamos a navegar sobre el mar de sus ideas visuales y comprender cómo detonan, emergen, se desvanecen o transmutan en una fluidez que nunca se detiene. Asistimos así, por ejemplo, al nacimiento del Hombre Pálido, ese monstruo de El laberinto del Fauno, que en sus primeros esbozos es una masa de piel colgante pero todavía con ojos en la cara. En la siguiente página, sin embargo, ya los ha perdido en el rostro y ahora se le han incrustado en las palmas de sus manos, tal como se hizo mundialmente famoso. En otro dibujo vemos cómo los cuernos de la ilustración antigua de una cabra van creciendo hasta alcanzar las dimensiones adecuadas para su Fauno contemporáneo.
En estas páginas, Del Toro se suelta con su lápiz, vuela, pregunta, se entusiasma, especula, investiga, rehace, mancha; nunca tacha. Habla consigo mismo, con sus referentes, con la historia, con la ciencia, con sus utopías.
Sus libretas tienen una finalidad práctica: pasarán después a un equipo de producción cinematográfica que tendrá que volver tridimensional una cabeza-catedral, obedecerá a cabalidad su carta de color e iluminará con precisión un rostro para que conserve la melancolía del dibujo original; sin embargo, cada una de estas bitácoras termina convirtiéndose en un proyecto artístico autónomo.
Algunos críticos las han comparado con los códex de Leonardo da Vinci. Sin embargo, mientras aquel buscaba descubrir y obedecer las ocultas leyes naturales de la anatomía, Del Toro se empeña en destrozarlas. En estos cuadernos más bien busca sus propias leyes, y entonces comprendemos que sus monstruos tienen estructura; sus delirios espaciales, arquitectura; su caos, límites y geografía. Estrategias que le permiten pasar “de la línea recta de la realidad a la geometría curva de la fantasía”, que es su más preciado precepto.
Los objetos de culto en los que se han convertido sus libretas hacen parte de la aclamada exposición “At Home With Monsters”. Después de haber sido presentada en Los Ángeles, Minneapolis y Ontario, por fin llega al Museo de las Artes de Guadalajara en marzo. Allí, se podrán ver más de quinientos dibujos, pinturas, maquetas, estatuas, fotografías, storyboards y vestuario de sus producciones. La exposición también será monstruosa por las preguntas que le hace al museo tradicional sobre las relaciones entre la alta y baja cultura en la escena artística contemporánea.