Chiriquí: santuario de la biodiversidad panameña
Por Roberto Quintero
Fotos: Carlos E. Gómez
Chiriquí es una de las provincias más bonitas de Panamá. Cualquiera podría decir que exagero o estoy parcializado, ya que mis padres son chiricanos, pero no. El Valle de la Luna (como también se le conoce, por el significado de su nombre indígena) es una de las regiones más biodiversas del territorio panameño. Es rica en flora y fauna, y su geografía (con una superficie de 6.548 kilómetros cuadrados) posee cautivantes paisajes marinos y montañosos, ofreciendo a los visitantes muchos destinos turísticos y actividades al aire libre. Se ubica en el extremo oeste del país y limita al norte con la provincia de Bocas del Toro y la Comarca Ngäbe-Buglé, al oeste con Costa Rica, al este con la provincia de Veraguas y al sur con el Océano Pacífico. Un universo al que los viajeros de toda América podrán acceder más fácilmente, ahora que Copa Airlines está ofreciendo dos vuelos diarios entre David (capital chiricana) y el Hub de las Américas en Ciudad de Panamá.
Sin duda, el sitio más popular de Chiriquí es Boquete, pequeño pueblo cafetero situado en un valle rodeado por las montañas de la Cordillera Central, a 38 kilómetros de David. Su popularidad ha crecido tanto en los últimos años, que se ha convertido en uno de los destinos turísticos más importantes de Panamá, solo superado por los archipiélagos de Guna Yala y Bocas del Toro. Esto se debe principalmente a que su agradable clima y belleza natural han seducido a muchos jubilados estadounidenses y europeos, que han decidido instalarse ahí para disfrutar de su retiro. Esto ha traído un desarrollo en cuanto a los servicios, pues ahora existen restaurantes de gastronomía internacional y hoteles boutique, por ejemplo. Y aunque luce algo distinto al pueblecito que conocí cuando era niño, pues mi madre es boqueteña, aún conserva su espíritu y su agradable vida tranquila.
Entre los diversos atractivos que esta región ofrece a los turistas está el practicar senderismo. Y no de cualquier tipo, ¡ojo!, pues dos de sus senderos son de lo mejor que tiene el país. Basta con decir que Boquete es una de las vías de acceso para ascender al volcán Barú, el punto más alto de la geografía panameña y el volcán más alto del sur de América Central, con 3.475 metros de altura. Ya estará haciendo sus cálculos… y no se equivoca: ¡escalarlo es toda una aventura! Por recomendación del guía, subí de madrugada, caminando desde la entrada del Parque Nacional durante unas seis horas sin parar (salvo por dos o tres descansos, no más), para llegar a la cima con el amanecer. Con el cielo despejado, desde allá arriba y gracias a lo angosto que es el país, pude ver los océanos Atlántico y Pacífico. ¡Una experiencia maravillosa! Sin duda, es la mejor vista de Panamá y una de las mejores del mundo. Por supuesto, luego de semejante hazaña, el camino cuesta abajo se hizo muy duro. Por eso mucha gente prefiere realizar el ascenso en dos días en vez de uno. Subir con calma para disfrutar del paisaje, descubrir el bosque nuboso y observar algunas de las 250 especies de aves que viven allí, optando por acampar cerca de la cumbre y bajar al día siguiente. La decisión es suya.
También dentro del Parque Nacional Volcán Barú (que abarca 14.322 hectáreas) se halla otro interesante camino por recorrer: el Sendero de los Quetzales, que bordea las faldas del volcán y conecta Boquete con el pueblo de Cerro Punta. Es uno de los senderos más famosos de Panamá, su grado de dificultad es menor y el recorrido ofrece unos paisajes naturales hermosos. Además es ideal para el avistamiento de aves, incluyendo, claro está, algunas de las parejas de quetzales que habitan en el parque, y también tucanes y colibríes, por mencionar solo algunos. Estas son las dos opciones más populares, pero este refugio ecológico ofrece otros senderos y actividades.
En este valle cafetero también se encuentra uno de los accesos al Parque Internacional La Amistad, cuya dirección es compartida entre los gobiernos de Panamá y Costa Rica. La parte panameña tiene una superficie de 207.000 hectáreas, que se extienden sobre los impresionantes macizos de la Cordillera Central, entre las provincias de Chiriquí y Bocas del Toro. Debido a su importancia biológica, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en los años 80. Aquí viven 550 especies de aves, lo que representa más de la mitad de las especies registradas en todo el país. Los amantes de la aventura podrán disfrutar numerosas caminatas y experiencias al aire libre. Sí, las opciones parecen infinitas. Y es que al margen de sus áreas protegidas, la abundancia de recursos naturales de Boquete está siendo aprovechada al máximo; por ello se ha convertido en una meca del turismo de aventura donde se puede practicar canopy, rafting o senderismo, entre otras experiencias extremas. O por el contrario, si lo prefiere, simplemente sentarse a tomar una copa de vino en el portal de una cabaña en medio de las montañas, mientras muere la tarde.
Y hablando de tomar. Antes de cambiar de zona geográfica, no se vaya de las tierras altas chiricanas sin probar su mejor producto: ¡el café! Estamos hablando de un símbolo de orgullo nacional y no meramente boqueteño. Primero, porque la mayoría del café que consumen los panameños se produce allí. Y segundo porque, en los últimos diez años, la comunidad cafetera mundial le puso el ojo al café de Panamá, y la razón se encuentra en Boquete. Entre la variedad de granos que allí se cultivan, la joya local es el café Geisha, conocido como “el champán del café”. Aunque surgió al sur de Etiopía, fue en los cafetales panameños donde obtuvo reconocimiento mundial. “Elegante, delicado y muy perfumado”, ocupa la segunda posición del ranking mundial de cafés, alcanzando los 330 dólares por kilo (precio de subasta). Por esta razón, fincas como Dos Jefes, Kotowa, Café Ruiz, Lérida, La Milagrosa, Janson Coffee Farm y Hacienda La Esmeralda ofrecen tours y catas, donde los turistas conocen la cultura local y los secretos de la producción cafetalera. También hay venta al detal de café que no está disponible en ningún otro lugar de Panamá.
Pero ya está. Descendamos de las montañas, cambiemos radicalmente del clima templado al calor y acerquémonos al Océano Pacífico. Para quienes prefieren el contacto con el mar, la costa de Chiriquí esconde algunas sorpresas interesantes. Sus playas no son las más populares del país ni las más conocidas internacionalmente. Y gracias a este anonimato, por llamarlo de alguna forma, su belleza natural ha estado menos expuesta a los caprichos del hombre, conservando un aire de paraíso perdido.
A solo 26 kilómetros de David se encuentra la mítica playa La Barqueta, en el distrito de Alanje. Es uno de los balnearios más populares de los chiricanos y ha cobrado cierta importancia en el mercado inmobiliario nacional, debido a la construcción de condominios de lujo frente al mar y un hotel cinco estrellas. Es un lugar muy concurrido en el que siempre hay ambiente festivo. Afortunadamente, siempre hay espacio suficiente en la playa para ocupar. Con 23 kilómetros de largo, esta es la gran ribera de Chiriquí. Su tamaño impone respeto, lo mismo que el bravío mar que rompe y llena de espuma toda la arena. Hay que tener cuidado, pues las olas traen consigo remolinos que arrastran con gran fuerza a los bañistas desprevenidos. Además, esta playa está mucho más cerca de la plataforma continental, por lo que tiene una pendiente pronunciada. Aunque los locales dicen que se puede bañar con tranquilidad, pregunte antes por la zona más segura.
Si bien cuenta con algo de infraestructura turística, en La Barqueta no hay cabañas baratas ni hostales. Por su proximidad a la capital chiricana, es más bien un sitio para pasar el día. Sin embargo, quienes disfrutan durmiendo bajo las estrellas hallarán aquí un lugar ideal para acampar, gracias a los enormes espacios entre pastizales y bosque menor que rodea la playa. Con algo de suerte y en la época precisa, incluso puede ser testigo de una arribada nocturna de tortugas. La playa está rodeada de áreas de alta biodiversidad, por lo que hace algunos años fue creado el Refugio de Vida Silvestre Playa La Barqueta.
Otra playa recomendada es Las Lajas, en el distrito de San Félix, noventa kilómetros al este de David. Es un lugar precioso para desconectarse, sin bullicio ni hordas de bañistas. Ofrece un hermoso paisaje marino que hipnotiza, gracias a sus 18 kilómetros de longitud. Sin contar el ambiente natural que se respira, donde priman el mar, el cielo y la arena; amén de algunos troncos olvidados, tallados por las olas, y miles de cangrejitos jugando por doquier. El pueblo está alejado de la playa y los pocos hoteles que hay son pequeños. La opción más popular de hospedaje es alquilar una cabaña, compartir una habitación en un hostal o sencillamente acampar. Según cuentan los lugareños, cuando el cielo está despejado y la luz de la luna baña el litoral, la playa luce más hermosa que nunca. Eso sí, hay que meterse al mar con precaución: cuando la marea está alta, las olas allí son muy fuertes y peligrosas.
Pero si lo que busca es un encuentro con el mar verdaderamente inolvidable, mi recomendación es la siguiente: llegar hasta el puerto pesquero de Boca Chica, a solo cuarenta kilómetros al este de David y contratar a un lanchero que le dé un recorrido por el Parque Nacional Marino Golfo de Chiriquí, también conocido como el Archipiélago de las Islas Paridas. Esta área protegida, consagrada como Refugio de Vida Silvestre en 1994, comprende 14.740 hectáreas de islas y aguas marinas en el Pacífico occidental panameño. Es famoso por sus iguanas verdes, ballenas jorobadas, tiburones martillo, delfines, múltiples especies de tortugas marinas y rayas gigantes. El archipiélago está formado por 25 islas, incluyendo la Isla Parida (que es la principal) y Paridita, que son las únicas dos habitadas; junto a otras como Boca Brava, Isla Secas, Bolaños, Gámez, Pulgoso y Tintorera, entre otras.
Este archipiélago es una joya natural de indiscutible belleza. ¡El paisaje es alucinante! No en vano, se ha posicionado como un sitio turístico muy exclusivo. En sus islas se han establecido hoteles boutique, con un servicio cinco estrellas, de arquitectura y diseño sencillos, pero muy sofisticados. Allí se ofrecen también actividades para estar en contacto con la naturaleza (observación de aves, ballenas y monos y excursiones para bucear, entre otras), dándole a ese entorno paradisíaco de playas blancas e islas deshabitadas un plus para nada despreciable. Aunque, como ya mencioné, por su proximidad con la capital chiricana, no es necesario hospedarse en alguno de estos sitios para conocer el Golfo de Chiriquí. ¡Pero sin duda es una experiencia muy sabrosa!
Y estos son solo algunos de los sitios más destacados de Chiriquí. Hay muchos más rinconcitos hermosos, algunos de ellos casi vírgenes, puesto que no están siendo explotados en el ámbito turístico, pero necesitaría otro reportaje para contarles al respecto. Mejor, ahora que Copa Airlines lo lleva hasta David, anímese usted mismo a descubrirlos