BitácoraConsejos ViajerosEl Chorrillo: Entre tumbas y memoria: Un viaje por sus cementerios
Vista del Cementerio de los Extranjeros en El Chorrillo, Panamá, un lugar cargado de memoria histórica y cultural.

El Chorrillo: Entre tumbas y memoria: Un viaje por sus cementerios

Efraín Guerrero, historiador autodidacta y guía apasionado vecino de El Chorrillo, descubrió en los siete cementerios del complejo Amador un museo al aire libre, donde dirige una profunda forma de hacer turismo urbano: caminar entre los muertos para entender a los vivos.

Textos y fotos: Javier A. Pinzón

Entrada principal al Cementerio de Amador en El Chorrillo, Ciudad de Panamá, epicentro de las rutas de necroturismo.
El Cementerio de Amador, fundado en 1817, es uno de los espacios históricos que hoy forman parte de las rutas de necroturismo en Ciudad de Panamá.

En el corazón de El Chorrillo, entre los callejones que aún susurran las glorias y tragedias de una ciudad que lo ha visto todo, existe un lugar donde el silencio no es ausencia, sino relato. Un recorrido donde el mármol habla, el óxido guarda secretos y cada inscripción revive voces del pasado. Bienvenidos al necroturismo en Ciudad de Panamá: una forma distinta, íntima y poderosa de descubrir nuestra historia. Lo que empezó casi por accidente, hoy es una experiencia dominical que revela mucho más que nombres grabados en piedra. Fue Efraín Guerrero, vecino de El Chorrillo —populoso barrio de Ciudad de Panamá—, historiador autodidacta y guía apasionado, quien descubrió en los siete cementerios del complejo Amador un museo al aire libre, una línea de tiempo que inició en 1817 y está enterrada entre los barrios de Santa Ana y El Chorrillo. Desde 2022, cada domingo, guía a sus clientes por lo que podría llamarse un ritual de memoria y exploración.

Armado con su tableta, sus apuntes y una actitud de profundo respeto, Efraín espera cada domingo frente a un portón oxidado. Puntualmente, a las 9 a. m., inicia la caminata: “Vamos a caminar por más de doscientos años de historia panameña”, dice, y desde el primer paso la ciudad cambia de tono: el bullicio cede ante una calma reverente. La primera parada es el antiguo cementerio judío. Mármol blanco, tumbas discretas, inscripciones en hebreo y nombres castellanizados hablan de una comunidad que desde hace siglos echó raíces en tierras de ultramar. Algunos obeliscos se alzan entre las lápidas, señalando figuras destacadas de la comunidad. Aunque ahora la comunidad judía tiene su cementerio principal en Río Abajo, en las tumbas que quedaron a este lado podemos ver la estética sobria y uniforme, la singularidad de cada tumba y el uso de mármol con fechas que se remontan al siglo XIX. Las lápidas con forma de tronco cortado nos recuerdan a quienes partieron jóvenes. No es solo un camposanto; es una lección de migración, fe y adaptación.

Antiguo cementerio judío en el complejo de Amador, El Chorrillo, con tumbas de mármol e inscripciones en hebreo del siglo XIX.
El cementerio judío en el complejo de Amador es testimonio de la migración, fe y raíces de la comunidad judía en Panamá desde el siglo XIX.
Escultura funeraria en el Cementerio Herrera, Ciudad de Panamá, donde descansan próceres y figuras históricas del país.
El Cementerio Herrera guarda tumbas de próceres y personajes clave de la historia panameña, como Federico Boyd, Demetrio H. Brid y Manuel Espinosa Batista.

Luego llegamos al cementerio de los niños. Pequeñas tumbas, algunas aún protegidas por jaulas de hierro, estremecen por su ternura trágica. “Mortuface”, nos dice Efraín, señalando una estructura metálica que evoca épocas de miedo al saqueo y al olvido. Aquí, la arquitectura también sirve de consuelo, separando a los más pequeños con una delicadeza espiritual y simbólica. Ascendemos por un sendero hasta una colina discreta. Allí descansan próceres y figuras importantes del país, como Federico Boyd y Mariano Arosemena: “Este caballero fundó la imprenta que luego se convirtió en La Estrella de Panamá”. Nos muestra una tumba con varios estilos mezclados: sarcófago, mesa y reja. “La arquitectura también cuenta historias”, añade. Pasamos también por la tumba de Demetrio H. Brid, el primer presidente de facto, y la de Manuel Espinosa Batista, quien financió la separación de Panamá de Colombia y fundó, junto con otros empresarios, la cerveza Balboa. En cada detalle se revela el espíritu de una nación en construcción: tumbas con pergaminos, columnas truncadas que indican muerte temprana y laureles que conmemoran méritos civiles. Cada sepultura se convierte en una cápsula de historia urbana.

La historia da un giro internacional en el cementerio de los extranjeros. Aquí yacen ingenieros, obreros y masones del Canal Francés. Obeliscos dedicados a George Lowe y Gastón Blanchet narran hazañas y tragedias de quienes dieron su vida por una obra titánica. “Gastón murió a los diez meses de llegar por fiebre amarilla. George Lowe diseñó el edificio que hoy es el Museo del Canal”. En una tumba masónica, Efraín explica el símbolo del compás sobre la escuadra: “Este era aprendiz. Hay 33 grados masónicos. Cada símbolo cuenta una historia”. Más adelante, señala una piedra traída desde las excavaciones del Canal Francés y recuerda que los zapadores, ingenieros y obreros de esa empresa reposan aquí. “Algunos de ellos murieron sin documentos, sin identidad conocida. Pero aquí dejaron sus huesos y su historia”. Hay tumbas sin inscripción, con el mármol desgastado y una cruz oxidada: huellas anónimas de la migración y el sacrificio.

El recorrido llega a su clímax en el cementerio Amador, donde la historia nacional se entrelaza con el mito y la cultura. Desde Justo Arosemena —padre de la nacionalidad panameña— hasta Victoriano Lorenzo —el guerrillero convertido en mártir—, cada tumba es una lección viva. Aquí, poesía y política comparten espacio con fútbol, boxeo y periodismo.

Tumba en el cementerio de los extranjeros en El Chorrillo, Panamá, donde reposan ingenieros y obreros del fallido Canal Francés.
El cementerio de los extranjeros en El Chorrillo recuerda a ingenieros, obreros y masones del Canal Francés, entre ellos George Lowe y Gastón Blanchet.
Mausoleo en el Cementerio de Amador dedicado a los Soldados de Coto, parte de las rutas de necroturismo en Ciudad de Panamá.

República de Panamá, y su esposa, María Ossa de Amador; Belisario Porras, tres veces presidente; la poeta Amelia Denis de Icaza; el escritor Ricardo Miró; el futbolista Rommel Fernández; el boxeador Panamá Al Brown… En cada parada, Efraín intercala historia, poesía y anécdotas barriales: recita fragmentos de poemas, narra cómo se imprimió la primera edición de la Lotería Nacional y recuerda los discursos encendidos de Porras en el parque.

Llegamos al área de la sociedad italiana. “Muchas tumbas no tienen nombre. Eran trabajadores del ferrocarril cuyos datos nunca se registraron”. Aquí, el anonimato se siente con fuerza. No hay epitafios, solo placas oxidadas. En la zona de los bomberos, Efraín narra la tragedia del polvorín de 1914: “Murieron seis bomberos. Por ellos se erigió el obelisco de la Plaza 5 de Mayo”. También nos habla de Juan Antonio Guisado, bombero durante más de treinta años y fundador de la Banda Sinfónica de los Bomberos.

Hay espacio también para la memoria popular: María Carter, conocida como “María Carter Pantalones”, vecina de El Chorrillo que desafiaba estereotipos con sus patines y su generosidad. O Dorinda Cedeño, vendedora de duros —mezcla líquida congelada de diversos sabores que se vende en la calle—, recordada con tanto cariño como cualquier prócer. Son ellas, las figuras del pueblo, quienes nos revelan que la historia también se escribe desde la vereda.

Y cuando parece que ya no queda nada por descubrir, Efraín nos lleva al rincón más silencioso: el cementerio chino Wah On Kon Ce. Abandonado durante años por el estigma y la desmemoria, guarda inscripciones cristianas junto a simbología ancestral, muestra de un tiempo donde incluso en la muerte se exigía asimilación. Hoy, la comunidad regresa cada abril, quemando incienso y dejando ofrendas para quienes ayudaron a construir la ciudad desde las sombras.

Dos horas después, el grupo se despide. No con la sensación de haber caminado entre tumbas, sino entre capítulos de un libro vivo. Así, entre la historia oficial y la oral, entre mármol y musgo, el necroturismo se convierte en una forma profunda de hacer turismo urbano: caminar entre los muertos para entender a los vivos, leer tumbas para descubrir costumbres y escuchar anécdotas para entender identidades. Porque en Panamá, incluso el silencio tiene memoria.

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