BitácoraConsejos ViajerosBarro Colorado | La selva como maestra
"Investigadora caminando junto a un árbol gigante en la selva tropical de Barro Colorado, Panamá."

Barro Colorado | La selva como maestra

Este pedazo de tierra, rodeado por las aguas del Canal de Panamá, parece vivir suspendido en un tiempo propio. Aquí, en apenas quince kilómetros cuadrados, el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales ha tejido, durante más de un siglo, una de las memorias más vastas sobre los bosques tropicales. Pero el verdadero regalo para el viajero es otro: la oportunidad de sentir el pulso íntimo del trópico, paso a paso, respiración tras respiración.

Texto y fotos:  Javier A. Pinzón

La travesía comienza temprano, en el muelle de Gamboa. Mientras la bruma se disuelve sobre el río Chagres, un bote se prepara para surcar las aguas del Canal. A un lado, los buques cargueros avanzan con la solemnidad de gigantes; al otro, garzas y cormoranes dibujan sombras sobre la superficie. El viaje dura apenas media hora, pero ya deja la sensación de haber traspasado una frontera invisible: del mundo humano al reino de la selva.

Guía interpretativa con visitantes explorando la selva tropical de Barro Colorado, Panamá.
En Barro Colorado, la fauna se escucha e intuye: huellas de venado, frutas abiertas por coatíes y ñeques, y el sonido de los monos araña entre los árboles.

Al llegar, el visitante comprende que no está entrando a un parque turístico, sino a un santuario del conocimiento. Desde 1923, Barro Colorado ha sido refugio de científicos que, cuaderno y brújula en mano, descifran los misterios de la vida tropical. Una charla breve, un café compartido y unas recomendaciones de seguridad marcan el inicio de la aventura. Los senderos son cortos en distancia, pero largos en intensidad: pendientes que exigen el cuerpo, humedad que empapa la piel y un aire saturado de fragancias verdes.

Visitante observa la selva tropical y el lago Gatún desde el observatorio del Instituto Smithsonian en Barro Colorado, Panamá.
Los turistas recorren los senderos autorizados que, como Donato o Fausto, atraviesan las zonas de investigación de la isla.

Primeros pasos en la selva

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El bosque se abre como un templo natural. El zumbido de las cigarras es un telón constante; a lo lejos, un rugido de monos aulladores retumba como un tambor ancestral. Cada hoja, cada tronco húmedo parece contar una historia.

La isla misma nació de un accidente geográfico: cuando el río Chagres fue represado para crear el lago Gatún, una colina cubierta de bosque quedó aislada por las aguas. Hoy, ese fragmento de selva convertida en isla se ha transformado en uno de los escenarios más fascinantes para la ciencia tropical.

Desde 1923, Barro Colorado ha sido refugio de científicos que descifran los misterios de la vida tropical.

A cada paso, los guías enseñan a ver lo que pasa inadvertido: un nido colgante de hormigas aztecas que vigilan con celo el árbol que las cobija; un cuipo altísimo, erguido como columna sagrada, hogar predilecto del águila harpía; el abrazo implacable de un higo estrangulador, que trepa lentamente hasta asfixiar a su anfitrión.

Los grandes animales se muestran esquivos, pero sus rastros revelan su presencia: huellas de venado en el barro, frutas mordidas por coatíes, ramas que crujen bajo el salto ágil de un mono araña… A veces, una tropa de monos aulladores se deja ver, con sus siluetas recortadas contra la luz del dosel.

Mono capuchino desplazándose entre las ramas del bosque tropical en la isla Barro Colorado, Panamá.
El bosque se abre como un templo natural: los sonidos de la fauna anuncian el inicio del recorrido por la selva de Barro Colorado.

En medio de la espesura aparecen huellas humanas distintas: cajas para murciélagos, sensores ocultos en los árboles y trampas silenciosas que capturan trazas de ADN en el aire. Son piezas de un rompecabezas mayor, donde cada experimento busca responder preguntas urgentes: ¿cómo se adaptan los bosques al calor creciente?, ¿cómo se comunican las especies entre sí?, ¿qué nos dicen los animales sobre el miedo, la convivencia, la supervivencia?

A veces, el visitante se cruza con un investigador en plena faena, cámara trampa en mano o marcando coordenadas en un mapa. La selva, lejos de perder su misterio, lo multiplica.

Guía del Smithsonian Tropical Research Institute explica la historia de Barro Colorado a un grupo de visitantes en la selva tropical de Panamá.
La Isla de Barro Colorado se formó hace más de un siglo, cuando las aguas del lago Gatún cubrieron los valles tras el represamiento del río Chagres durante la construcción del Canal de Panamá.

Primeros pasos en la selva

Tras horas de caminata, el grupo retorna a las instalaciones. El almuerzo, sencillo y reconfortante, sabe a recompensa tras la humedad y el esfuerzo. Luego, un descanso frente al mirador con vistas al Canal recuerda la paradoja del lugar: una isla que es a la vez laboratorio, refugio y ventana al futuro.

Barro Colorado recibe apenas unos miles de visitantes al año. No busca deslumbrar con artificios, sino con la verdad desnuda de la selva. Caminar aquí es aprender que el bosque no se conoce de un vistazo: hay que escucharlo, tocarlo, respirarlo y, sobre todo, dejar que sus preguntas nos acompañen mucho después de haber partido.

Pequeños hongos blancos creciendo sobre un tronco húmedo en la selva tropical de Barro Colorado, Panamá.
Cuando el río Chagres fue represado para crear el lago Gatún, una colina cubierta de bosque quedó aislada por las aguas. Hoy, ese fragmento de selva se ha convertido en un laboratorio natural para la ciencia tropical.

Cómo reservar

Las visitas se organizan a través del Programa Público del STRI (bci@si.edu). Es necesario escribir con antelación, indicando la fecha, el número de personas, las edades, la nacionalidad o residencia y el idioma preferido. También se puede solicitar dieta especial para el almuerzo. Una vez confirmada la disponibilidad, llega un correo con normas, recomendaciones y recordatorios importantes: ropa adecuada, agua reutilizable, protección contra la lluvia… y puntualidad absoluta. Los botes no esperan; en cambio, la selva sí.

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