Ballenas a la luz de la luna
Texto y fotos Javier Pinzón
Hace un día algo gris aquí en Montreal esta mañana de agosto y yo estoy un tanto ansioso mientras espero a mi hermana, su esposo, Chris, y mis sobrinos Alexis y Anthony, quienes vienen desde Nueva Jersey. Llevamos ya varios meses planeando, vía Skype, el que será el primer camping en la vida de los niños y la primera experiencia de todos nosotros con los enormes mamíferos marinos. Nos dirigimos al estuario más grande del mundo, localizado en la desembocadura del río San Lorenzo, en la provincia de Quebec, un lugar inmejorable para la observación de ballenas. Cuando por fin llegan, afinamos todos los detalles para iniciar la aventura.
Hay dos posibles rutas para llegar a nuestro destino: la primera, más rápida, incluye un corto trayecto en ferry por el río Saguenay, mientras que la segunda tiene un tramo de ferry más largo sobre el río San Lorenzo (Saint-Laurent). Escogemos la primera y marcamos el rumbo en nuestro GPS. Salimos en la mañana temprano, pero en un momento el GPS falla y debemos reiniciarlo. Varias horas después notamos que el aparato decidió por nosotros y nos trajo por el magnífico San Lorenzo, uno de los principales ríos de Norteamérica, que conecta los grandes lagos con el Océano Atlántico. Este se va haciendo cada vez más ancho a medida que avanzamos.
Después de cinco horas llegamos a Trois-Pistoles, pequeña ciudad en la provincia de Quebec con no más de 3.500 habitantes. Es aquí donde abordaremos el ferry que nos llevará hacia Les Escoumins, al otro lado del río. Nos preoucpan los horarios y el cupo, ya que, debido al error, llegamos sin reservación previa. Nos salvan los niños, pues gracias a ellos nos dan prioridad en la lista de espera; de otra forma hubiéramos tenido que esperar al día siguiente.
Es entonces cuando agradecemos el error del GPS, porque aquí mismo, en el ferry, comienza nuestra aventura. Este es uno de los pocos ríos del mundo donde se puede ver una gran variedad de mamíferos marinos: cetáceos (ballenas, delfines y marsopas), sirenios (manatíes y dugongos), pinnípedos (focas, otarios y morsas) y hasta carnívoros, como la nutria marina y el gato de mar. Son en total trece especies de mamíferos marinos los que penetran por el océano aguas arriba, debido a la abundancia de bancos de crustáceos y, por supuesto, a la gran profundidad del río San Lorenzo.
Aunque nuestro objetivo es acampar en las orillas del río, este primer tramo de noventa minutos ya es emocionante, pues no podemos dejar de imaginar la activa vida que se teje bajo las tranquilas aguas por las que se desliza el ferry. Finalmente llegamos a Les Escoumins, a diez minutos de Anse à La Cave, Bergeronnes, nuestro destino final. Estamos en las inmediaciones del Parque Nacional Marino Saguenay-Saint Laurent y hemos elegido el ecolodge Mer et Monde una zona de camping organizada en el mejor lugar para el avistamiento, donde “pájaros y ballenas se despiertan primero que los campistas” como afirman en su página web.
Aunque el día fue soleado se espera que enfríe bastante en la noche, así que armamos carpas, preparamos algo de comer y nos disponemos a dormir. El amanecer es magnífico y muy pronto vemos la primera ballena… bueno, solo la aleta dorsal, pero a escasos metros de la orilla del río, y podemos escuchar su resoplar. Los niños están extasiados. El sitio de camping elegido resultó magnífico, ya que solo en algunas partes el río es lo suficientemente profundo cerca de la orilla como para que estos grandes cetáceos puedan acercarse tanto. Ahora sabemos que otros lugares muy especiales donde se pueden apreciar los animales muy cerca de la orilla están en la desembocadura del fiordo del Saguenay y de Cap-de-Bon-Désir (Bergeronnes), ambos en el Parque Marino de Saguenay-Saint-Laurent.
Pasamos la mañana frente a nuestra carpa, cómodamente instalados en una plataforma de madera que han dispuesto cuidadosamente sobre las rocas de granito pobladas de coníferas. Los niños, que parecen un par de duendes en medio de este paisaje de ensueño, corren de un lado para otro mientras observamos a nuestros vecinos tomar clases para salir en kayak a ver ballenas. Y sí, muy pronto, cuando los aprendices avanzan en el agua, una hermosa jorobada salta con todo su esplendor muy cerca de la embarcación.
En la tarde visitamos la vecina localidad de Grandes-Bergeronnes, y hacemos algunas compras, incluida leña para la fogata. Ya en el camping nos disponemos a ver el espectacular atardecer, prendemos el fuego cuando cae la noche y especulamos acerca de cómo debió ser la vida de los nativos americanos y su relación con las ballenas. De hecho, en esta región se encontraron restos de herramientas elaboradas con partes de ballenas. En medio de la calma del anochecer, no me conformo con encerrarme en una tienda, así que tomo mi saco de dormir y me acomodo a orillas del río para escuchar, aunque sea solo por un rato, el resoplido de una ballena que está apenas a unos metros de mí. Mientras la luna llena avanza sobre el firmamento, van llegando otras ballenas que incorporan a la melodía nocturna varios resoplidos más. La paz extrema y el canto arrullador de estos gigantes me van llevando hacia los brazos de Morfeo, y cuando el sol por fin se asoma en el horizonte soy consciente de haber pasado la noche entera a la intemperie con la extraña sensación, entre sueño y realidad, de haber nadado con estos grandes cetáceos.
Y entonces llega el momento de ir a encontrarlos en su medio, así que salimos rumbo a Grandes-Bergeronnes, donde tomaremos un bote que nos llevará por el río San Lorenzo a algún lugar donde podamos navegar junto a ellas. Salimos cubiertos de pies a cabeza con impermeables y al poco tiempo nuestro guía nos muestra el chorro de una ballena. Nos dirigimos rápidamente hacia allá y durante un maravilloso instante podemos ver a un gigante del océano: el rorcual común, la segunda ballena más grande del planeta (puede llegar a medir 27 metros). Un poco más adelante encontramos dos ballenas jorobadas que nuestro guía identifica como Tic Tac Toe y Gaspar, debido al patrón distintivo de marcas negras y blancas que tienen en la superficie inferior de la aleta caudal, que son únicos como una huella digital.
Cuando creemos que el espectáculo ya terminó, aparece de repente una jorobada con su cría. Estamos maravillados en medio de la observación, pero pronto escuchamos un lamento que proviene del fondo del mar. No sabemos si es la madre que llama a su cría, o al contrario, pero en todo caso es un llamado de alerta; al parecer, tantos botes tan cerca las ha incomodado, así que los capitanes dan marcha atrás y se alejan un poco de la familia ballenata para que puedan seguir su camino con libertad. Así termina este glorioso día en el que hicimos honores a nuestros hermanos gigantes del mar. Fueron momentos sublimes y no hay palabras para describirlos.
Ahora solo nos queda recoger el camping, guardar los recuerdos en lo más profundo de nuestra memoria y volver a la civilización, donde los resoplidos de estos gigantes serán remplazados por los aullidos de la urbe.