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Vistas de PanamaBajo las notas del Mamoní

Bajo las notas del Mamoní

Por: Victoria Regia
Fotos: Javier Pinzón

La magia de los lugares muchas veces la compone  la gente con la que se comparten. Y quizá por eso esta noche frente al fuego es tan especial. Las notas bajas, afuera, son producidas por el fuerte y variado croar de las ranas en esta selva tropical, y las notas altas corresponden a la lluvia torrencial. Se escuchan también, de vez en cuando, efectos agudos y graves a cargo de una tormenta eléctrica de esas que solo ocurren en los aguados noviembres panameños. Adentro, en cambio, nos arrulla el suave sonido del violín mágico de Chelín Núñez, una de las intérpretes más destacadas de Panamá, quien acompaña al cantautor Alfredo Hidrovo. Algunos se mecen suavemente en hamacas, otros se estiran en cómodas colchonetas sobre un tapete y los demás escuchamos absortos desde nuestras sillas.

Gabriel Salazar prendió el fuego con el sistema más rudimentario posible: chocando un cuchillo sobre una piedra y dejando caer las chispas sobre un trozo de plástico. Él aporta a este grupo la sabiduría de los colonos campesinos, que han conquistado a machete limpio las tierras del interior de Panamá. También hacen parte del grupo Atencio López y Geodisio Castillo, quienes representan la crema y nata del pueblo kuna, cuyos territorios colindan con la Reserva que hoy nos ocupa. Raúl Mezúa, un guapísimo joven de la etnia emberá, complementa el conjunto de los pueblos originarios. A la cabeza están Nathan Gray, director del grupo, y el líder ambientalista Líder Sucre. Los demás somos citadinos en busca de una experiencia natural que nos permita mantener nuestra conexión a tierra.

La escena transcurre en la Reserva del Valle del Mamoní, una de las mayores reservas naturales privadas próxima a una capital en América, donde se protegen más de ochenta kilómetros de lechos de arroyos de gran valor ecológico. Allí funciona un centro internacional para formar jóvenes líderes y fomentar la renovación biocultural en distintas regiones geográficas y grupos étnicos. Más que un terreno privado, la Reserva es una coalición creciente de personas, familias y organizaciones dedicadas a actividades significativas y llenas de aventura, incluyendo restauración ecológica, silvicultura y expediciones transcontinentales en río con jóvenes líderes indígenas  y campesinos en proceso de capacitación.

El recorrido desde Ciudad de Panamá es muy corto, pero en compañía de Líder Sucre se convierte en una verdadera experiencia. El niño tremendo de la Escuela de Negocios de Harvard, educado para construir capital, se dedicó a construir capital humano. Lo conocí hace unos doce años dirigiendo Ancón, la ONG ambientalista más prestigiosa de Panamá. Lo vi en las costas de Veraguas apoyando pequeños proyectos familiares, hospedajes en casas de familia de pescadores y restaurantes en el patio de la casa con el fin de crearles fuentes económicas a las comunidades costeras, que estaban siendo asediadas para que vendieran sus tierras ante la inminente llegada del turismo internacional.

Y ahora lo veo aquí gestionando fondos internacionales para llevar a cabo este sueño y, sobre todo, divulgando con sencillez los más curiosos secretos de la naturaleza. Él tiene la sensibilidad para encontrar la mejor esquina del camino donde descansar y ha puesto allí bancos bajo la sombra pensando en nosotros, los caminantes citadinos. Ha detectado el mejor mirador para el atardecer y lleva en sus hombros hamacas suficientes para que todos podamos disfrutar del sonido del viento entre los bambúes, el canto de los pájaros a la hora de regresar a sus nidos, el estrépito de la cascada…

Es así como, poco antes de llegar, Líder hace detener los autos en el punto más alto de la vía para mostrarnos las suaves colinas onduladas que conforman la Reserva, donde nos explica que hace parte del mayor bloque de bosques continuos que sobrevive en la eco-región del Chocó-Darién, excepcionalmente biodiversa; considerada por el World Wildlife Fund (WWF), The Nature Conservancy (TNC) y Conservation International (CI) como una de las mayores prioridades de conservación en el mundo.

Líder nos explica que cientos de plantas y animales a lo largo del trópico están restringidas a franjas bioclimáticas muy estrechas y en cada piso térmico hay una gama amplísima de especies diferentes. Es por ello que la accidentada geografía panameña es una de las principales causas de la excepcional biodiversidad de esta región.

Desde el mirador observamos las diferentes capas de nubes y la topografía que marca el curso del río, que baja 180 metros en pocos kilómetros para extenderse luego por el valle y retomar la bajada hasta llegar a la Represa de Bayano. Esta es la fuente potencial de agua para la Ciudad de Panamá más importante aparte de la cuenca del canal. “Cuando se le eche mano a la cuenca del río Bayano, tal como se ha anunciado, se estarán aprovechando las aguas del Mamoní —su afluente más cercano a la ciudad— y se verá entonces la importancia de haber preservado estos bosques”. Pocos kilómetros después llegamos al punto más difícil del camino, pues debemos atravesar el imponente Mamoní en carro. Ha llovido bastante, pero el río está apacible; los próximos dos días lloverá mucho más, por eso al regreso pondremos a prueba nuestra destreza frente al timón.

Al llegar a la reserva, nos acomodamos en un gran quiosco de madera y paja, que es la cocina, el comedor y nuestro sitio de reunión para esta inolvidable tertulia. El centro de visitantes, que abarca 1.500 metros cuadrados, tiene ocho casitas en donde se acomodan las carpas. Cada una tiene letrina, mesa, sillas, hamacas y un lugar en donde reposar cómodamente luego de cada caminata por la Reserva; además es abastecida de energía por un sistema micro-hidroeléctrico y está conectada al mundo con un servicio de banda ancha satelital.

Cuando le pido a Nathan Gray que hablemos sobre la Reserva me sugiere que busquemos un sitio tranquilo; entonces ubicamos un par de sillas tras los guaduales, que nos separan del grupo y nos conectan con el bosque y el suave sonido del viento. Él es un líder nato, de esos que sueñan con hacer la diferencia, y trabaja duro para lograrlo. Siempre ha creído en la juventud, por eso su trabajo se basa en desarrollar el liderazgo juvenil y apoyar grupos de jóvenes dirigidos por jóvenes.

Con ese objetivo creó Earth Train en 1990, movimiento que tuvo gran resonancia en todos los medios de comunicación de Estados Unidos. Todo comenzó con la planeación de un Museo del Tren en San Francisco, en donde encontró tanta pasión y entusiasmo entre los voluntarios que quiso canalizarlos hacia una fuerza mayor. Fue así como en 1992 reunió a 250 menores de 21 años de cuarenta nacionalidades y a bordo de un tren de vapor cruzaron Estados Unidos. El objetivo era comunicar a todo el mundo que no se debe esperar a que lleguen los adultos para limpiar el desastre, es mejor hacer algo ya.

El tren de “jóvenes con una misión” que cruzaba el continente capturó la atención de los medios. Dictaron talleres y conferencias en Los Ángeles, San Francisco, Chicago, Nueva York, Washington y muchas otras ciudades. A partir de ahí trabajaron con Naciones Unidas y en 2002 jóvenes de 140 países hicieron una conferencia paralela a la Conferencia de la Tierra en Rio de Janeiro pasando informes a la reunión oficial. Luego repitieron su experiencia del tren en Canadá, México, Europa, India, Japón… “Fue fascinante”.

Nathan ríe al recordar aquella época de tanta efusividad, pero aclara que desde hace diez años su organización inició una nueva etapa. “Ahora hacemos menos ruido”, dice. Su nuevo objetivo fue propiciar un espacio adecuado en donde los grupos de jóvenes dirigidos por jóvenes pudieran recibir respaldo y asesoramiento. “El asunto es que se crean organizaciones para jóvenes dirigidas por adultos, pero no se respaldan aquellas que son creadas y dirigidas por los jóvenes mismos. Se trata de darles una oportunidad y de llamar la atención sobre este tipo de liderazgo. Eso es lo que buscamos en este campo. Y no se trata de apoyar organizaciones ambientalistas; se trata de apoyar jóvenes completos. Miramos todos los aspectos de vida sana con un sentido más amplio que el ambiente”.

Fue en 1994 cuando empezaron a realizar talleres en el campo; para ello utilizaban una finca de estudios tropicales en Puerto Rico, donde desarrollaban paquetes de entrenamiento con herramienta de análisis. Los jóvenes eran enfrentados a retos físicos con el medio ambiente (subir cascadas, atravesar ríos), combinándolo con trabajo con la comunidad, servicio social y herramientas de liderazgo. La experiencia fue tan positiva que en 2000 decidieron dedicarse a esto. Muy pronto se dieron cuenta de que Puerto Rico no era el lugar adecuado para atraer jóvenes de diferentes nacionalidades, debido a la limitación del visado; así que pensaron en establecerse en México, hasta que finalmente llegaron, en 2001, a Panamá, a este rincón del Mamoní.

Fue así como se creó la Reserva del Valle Mamoní, inicialmente en ochenta hectáreas de bosques y tierras degradadas en recuperación. La Reserva custodia hoy más de 4.000 hectáreas. “Durante tres años nos enfocamos en organizar pequeñas sesiones de trabajo-estudio para jóvenes locales e indígenas y para universitarios extranjeros que estuvieran dispuestos a ensuciarse las manos plantando árboles, trabajando en la construcción y lidiando con las ambigüedades y retos de ser los pioneros en un centro que limita con el territorio forestal y semi-autónomo de los indígenas kuna”.

Pronto se dieron cuenta de la importancia ecológica del lugar que habían elegido y el riesgo ambiental que corría, debido a la presencia de grandes ganaderos que queman bosques nativos y secundarios para extender sus potreros. “Con nuestros socios nos fijamos el ambicioso objetivo de ampliar nuestra reserva a 4.000 hectáreas y durante cinco años nos dedicamos, de forma sigilosa, a comprar paulatinamente las tierras que rodeaban nuestra reserva, hasta superar el objetivo y lograr tener buena parte del Mamoní Superior y seis afluentes bajo nuestra gestión”.

La extraordinaria riqueza ecológica del lugar, la seriedad de sus líderes y la trascendencia de su trabajo han motivado la participación de líderes culturales, como las leyendas de jazz Danilo Pérez y Herbie Hancock, y la científica y educadora doctora Jane Goodall, y de instituciones como la California Academy of Sciences, el Berklee College of Music y la Outside Adventure Film School.

Apenas hace unos días, el centro fue escenario de los talleres que promueve Danilo Pérez durante el multitudinario Festival de Jazz de Panamá, del cual es gestor. Es el inicio de Junglewood, un proyecto para las artes escénicas y visuales que celebra la conexión entre la naturaleza y la música, que se desarrollará justo a la entrada de la Reserva.

El centro incorporará un eco-hotel boutique y cabañas, con un área de eventos. El prominente escenógrafo Bill Harkin ha concebido un anfiteatro natural para presentaciones artísticas al aire libre. Por otra parte, la Reserva del Valle Mamoní será sede de programas de campo del Biomuseo, el museo de la biodiversidad diseñado por Frank Gehry, actualmente en construcción en la entrada Pacífica al canal interoceánico de Ciudad de Panamá.

El Centro de las Ciencias de Mamoní de Earth Train aloja actividades de investigación en las áreas de ciencias biológicas, desarrollo sostenible y diseño ecológico. Para ello se ha asociado con el Center for Biodiversity Research and Information (CBRI) de la California Academy of Sciences y recibe investigadores del Center for Global Change and Earth Observations de la Michigan State University.

Earth Train está trabajando en colaboración con Rainforest Capital para desarrollar un modelo de plantación agroforestal de especies de árboles nativos, inspirado en experiencias como la del Proyecto de Reforestación de Especies Nativas (PRORENA) de Panamá.

Tras bambalinas está Nathan Gray, quien con su liderazgo y prestigio ha logrado coordinar todas estas fuerzas para hacer que la Reserva del Valle Mamoní sea un corazón que palpita muy fuerte en las montañas y ríos de Panamá. Latidos que se sienten esta noche bajo las notas del violín de Chelín y se reflejan en los rostros de todos estos líderes juveniles que nos acompañan.

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