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SuraméricaColombiaArví: senderos entre nubes

Arví: senderos entre nubes

Por Julia Henríquez
Fotos: Demian Matías Colman

Nuestro recorrido comienza en el Centro de Interpretación donde la guía nos cuenta cómo está dividido el parque y, mientras estiramos piernas y brazos en preparación para nuestra caminata de tres horas, nombra algunos servicios de entidades privadas que se prestan dentro de la reserva.

Elegimos el sendero Arroyuelo e iniciamos el camino. Cuando se declaró esta área como Reserva Ecológica, en 1963, algunas hectáreas ya habían sido privatizadas y pequeñas fincas de los alrededores habían sido heredadas de generación en generación. No es de extrañar, por ello, que la caminata comience subiendo “la calle principal”, una carretera de dos carriles por donde transitan carros, buses y camiones.

En las 1.700 hectáreas de área pública, dentro de las 2.400 de reserva, se pretende recuperar el vasto bosque antioqueño mediante la generación de controladores biológicos y la eliminación de flora invasora. Para ello, aquí en el Parque Arví todos trabajan en pro la naturaleza. Nuestra guía, de gran sonrisa y cachetes redondos, habla del ambiente que la rodea con una pasión que ilumina sus ojos. Y mientras subimos la empinada carretera, robando bocados de aire a la altura, nos cuenta cómo, poco a poco, han ido recuperando el bosque y su fauna, señala que el área de carabineros que tenemos frente a nosotros es autosostenible y que hasta el residuo de los caballos es utilizado allí para fabricar el biocombustible que requieren y aclara que, por supuesto, todo se ha logrado mano a mano con la comunidad.

Más subida y menos aire en los pulmones, y sin embargo, la guía siempre está dispuesta a responder nuestras preguntas con su amplia sonrisa. “Estas son las flores que les regalo”, se refiere a las conocidas como ojo de buey, invasoras que han llegado a devorar todo a su alrededor. “Esto es lo que pasa cuando, por ejemplo, nos gusta una flor y la llevamos para resembrarla en otro ecosistema sin saber qué propiedades requiere para subsistir”. Y con eso nos despedimos de este ojo naranja que luce tan inofensivo bajo el sol, mientras devora lentamente una planta nativa utilizada en la producción del fique, fuente de trabajo para los campesinos y artesanos. Lección aprendida.

El recorrido: duración, tres horas; dificultad, dos, la mayor parte del tiempo en bajada. Camino concentrada en el sendero. De repente, alzo la mirada y mi entorno ha cambiado. No noté cuándo exactamente, pero ahora el ruido del siglo XXI se ha opacado y los árboles musgosos, los pinos y el verde se apoderan de mi vista. No estoy acostumbrada a estos bosques; vengo de bosques húmedos de tamaños dinosáuricos, en donde desordenadamente un ecosistema nace sobre otro. Acá el musgo es más brillante y los árboles revelan sus tallos desnudos coronados con algunas hojas sólo en la parte alta.

Hace apenas seis años se explota el parque como destino turístico. El propósito es enviar un mensaje de conservación y capacitar sobre lo importante de nuestro medio ambiente. Seis senderos y doce recorridos, actividades ecológicas, talleres y días de campo, entre otros trabajos comunitarios, hacen de este un proyecto grupal. En El Tambo, a la entrada del parque, hay un mercadillo abastecido de artesanías y productos orgánicos y naturales elaborados por las personas de la comunidad, que han sabido llevar el mensaje de que es posible crear un negocio ecológicamente sustentable.

Bajo mis pies siento un suelo acolchonado, que pareciera haber pertenecido a la cuenca de un río: hay barro, piedras, materia orgánica. Es el trabajo de la naturaleza preservado por cientos de personas que entienden lo importante que es cada una de las pequeñas ramas que crujen bajo nuestro andar. Frente a mí, un musgo verde como una ensalada. “Tóquenlo”, dice la guía, “es quien retiene el líquido”. Verdes biches, verdes oscuros, verdes claros… Mi cabeza trata de recordar el punto exacto en que toda mi realidad cambió. Mis palabras ya no son ahogadas, mis bocanadas de aire no son imposibles y me siento a años luz de una gran ciudad. “Este musgo que ven, el más blanco, es indicador de aire puro”, y sí, aire puro es lo que se respira. Las nubes que viajan sobre nosotros hacen fiesta y, juguetonas, cubren y descubren el paisaje. Pero el clima, cálido, y el aire, puro, son algo que no se oculta, algo que todos, mis compañeros de caminata y yo, podemos tantear.

“Aquí pueden descansar unos minutos”, el anuncio me trae de regreso a este planeta y mi mente deja de vagar para que el resto de mis sentidos absorban el momento. Me recuesto sobre el colchón natural, cierro los ojos y respiro profundamente. Jamás he podido oler un perfume, una cañería ni un ambientador, soy la peor compañera en el momento de elegir olores, pues me fue negada esa virtud. Y, sin embargo, en este momento mis cinco sentidos están sumergidos en la experiencia y dejo que el bosque se apodere de mí. Este bosque en el que uno sí se puede sentar, este bosque donde es posible abrazar un árbol.

Seguimos la caminata y, en medio del verde, tres guaduas rosadas rompen con la rutina, Mientras nos miran, obra de la artista María Cecilia Botero, invita a ver, pero a ver realmente, no sólo con los ojos sino con el alma, la naturaleza que nos rodea y da vida. Es una de varias obras situadas en puntos estratégicos de la ciudad que invitan a reflexionar sobre nuestras acciones hacia la naturaleza mientras ella nos mira. De aquí al área de picnic, otro plan Arví de familia y tranquilidad, un río para refrescar, sombras para descansar y mesas para comer y celebrar en medio de la reserva. Aquí el grupo se divide en dos: los que siguen caminado y los que se devuelven en el bus público que conecta con la entrada del parque y los pueblos aledaños.

El recorrido está pronto a terminar y como todo lo que baja tiene que subir, aparece de nuevo la carretera cual bruja en caza y comienza el ascenso. Para recargar energía, antes de llegar a El Tambo, se nos aparece la bandeja paisa en todas sus variaciones, desde gigante hasta en cacerola individual, con carne, chicharrón, trucha y cerdo, pero claro, “se le tiene también la opción vegetariana si es lo que quiere”. Luego de un satisfactorio plato de siete ingredientes, el sendero regresa al principio. El grupo se rompe, y como hormigas, invadimos el mercado.

Ha sido un día inolvidable: sumergirse en la naturaleza en medio de un sueño hipnótico de verdes descarga la energía negativa acumulada a causa del estrés y recarga la salud para rato. Por ahora, a subirse al metrocable y volar sobre los topes verdes de esos árboles que abrazamos y, mientras el suelo se aleja, volver a saludar la gran urbe de techos pintados y calles empinadas. El parque queda a la espera de nuevos viajeros que pregunten por un lugar lleno de paz o una mesa para almorzar junto a un río.


Cómo llegar

En la estación Acevedo del metro de Medellín se hace transferencia a la línea K hasta la estación de Santo Domingo, donde se aborda la línea L del Cable Arví. También es posible llegar en auto y en bus público.

Más información: http://www.parquearvi.org/

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