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Destino ArgentinaArgentina, Provincia de San Juan Sol, vino y dinosaurios «

Argentina, Provincia de San Juan Sol, vino y dinosaurios «

Texto y fotos: Mariana Lafont

 

«Al pisar San Juan de la Frontera lo primero que salta a la vista es su arquitectura baja y moderna. Pese a su antigüedad, la ciudad fue totalmente reconstruida después del terremoto de 1944. Lo que sí sorprende en esta activa ciudad-oasis, fundada en 1562, es el contraste entre sus calles arboladas gran milagro del riego‚ y los desérticos alrededores. La capital sanjuanina ofrece varios sitios para recorrer, que van de lo histórico a lo arraigadamente artesanal.

En primer lugar el ineludible Museo Domingo Faustino Sarmiento, para explorar fragmentos de la infancia del prócer y gran educador argentino. A unos pasos de allí está el Museo Viviente del Aceite de Oliva Don Julio, cuyo nombre conmemora al enólogo don Julio Marún, que en 1949 comenzó a elaborar el aceite Tupelí (por el nombre de un cacique huarpe). Luego, sus hijos empezaron a fabricar aceite de oliva virgen fino, tipo antiguo, y al tiempo levantaron el Museo Don Julio. Este producto artesanal, de exquisito aroma y suave sabor, se elabora siguiendo el antiguo método de prensado en frío que es, justamente, el que se ve en el museo. Entre las piezas exhibidas hay un viejo trapiche; es decir, un molino de piedra para “exprimir” las aceitunas. Al final de la visita se hace una degustación.

Por otro lado, para zambullirse en la historia del vino hay que conocer el impecable y didáctico Museo de la Bodega Santiago Graffigna, creado en 1870, que marcó el nacimiento de la industria vitivinícola sanjuanina. Y en las afueras se puede ir a la quebrada del río San Juan y al Dique Ullum, las dos razones por las cuales el desierto logra convertirse en vergel. Cerca de allí, en la Quebrada del Zonda, hay un sitio único en América: la Bodega Cavas de Zonda, una peculiar champañera situada en el corazón de la montaña, en un gran túnel excavado en 1932 por inmigrantes yugoslavos. La cava tiene una temperatura promedio de 16 ºC y, debido a la ausencia de luz y de ruidos, es el ambiente ideal para estibar el champagne.

Tiempo de dinosaurios

Para dar una vuelta por la provincia, lo ideal es alquilar un vehículo, pues puede tardar una semana como mínimo. Un buen punto de partida es el Valle Fértil, al este de San Juan. Este departamento se diferencia mucho de los otros gracias a unos milímetros extra de lluvia que recibe al año. Además de ser más verde que el resto de la provincia, solo aquí prospera el quebracho colorado y abundan los cardones. Saliendo de la capital se toma la RN 141 y a sesenta kilómetros se puede conocer el gigantesco Santuario de la Difunta Correa. Entre peregrinos que llegan de toda Argentina, llama la atención la infinidad de maquetas de viviendas que invaden el lugar: se debe a que la gente pide casa a la Difunta, y cuando el deseo se cumple vuelve con un modelo de su hogar en miniatura.

La siguiente parada es Astica (“las flores”, en lengua huarpe), uno de los tantos pequeños oasis serranos que abundan en Valle Fértil. Aquí los huertos familiares producen muchos cítricos como limas, toronjas, naranjas, pomelos, mandarinas y cidras, que parecen limones gigantes aunque solo sirven para mermelada. Pero también vienen bien las aromáticas, la tradicional alcayota (especie de zapallo usado para dulces) e incluso conservas extravagantes, como aceitunas negras en almíbar.

El siguiente punto y destino final del día es San Agustín del Valle Fértil, villa con infraestructura turística por su cercanía con el famoso Parque Provincial Ischigualasto o Valle de la Luna. Esta reserva paleontológica, situada a setenta kilómetros y única en el mundo, es Patrimonio Natural de la Humanidad de la Unesco desde el año 2000. Aquí se ve lo que ocurrió hace 230 millones de años, al final del período Triásico en la era Mesozoica, cuando los dinosaurios eran los dueños de la Tierra. Sus geoformas, producto de la erosión eólica, le valieron el apodo de “lunar”, y cada una fue bautizada según su apariencia: el “Submarino”, el “Hongo”, la “Cancha de Bochas”. Sin embargo, lo más bello del Valle de la Luna es disfrutar su silencio, tan profundo que por momentos agobia; cerrar los ojos e imaginar esta vasta extensión llena de animales prehistóricos.

En el parque hay un centro de interpretación con varios circuitos que se pueden recorrer en auto, caminando o en bicicleta de montaña, con guía incluido. Si bien todos van a pasar el día, lo ideal es acampar y disfrutar los increíbles atardeceres que tiñen todo el entorno. Los noctámbulos pueden empacharse de estrellas y, si hay luna llena, recorrer el parque de noche.

Puro viento

Para ir de Valle Fértil al Valle de Iglesia hay que bordear la precordillera de La Rioja, San Juan y Mendoza. Si bien es un tramo largo, el cambio de paisajes acorta el viaje. El amplio Valle de Iglesia, riquísima reserva minera en el noroeste de San Juan, está cercado por los Andes y la precordillera. Este cordón es una barrera climática y, por tanto, a ambos lados de la precordillera el tiempo es totalmente distinto. Entre mates y “semitas” ïsabroso pan con chicharrón, infaltable en la mañana sanjuanina‚ se puede admirar el paisaje aunque el cielo esté nublado, porque apenas se pasa al otro lado el día se ilumina con un sol radiante. Entre curva y contracurva aparece el Jáchal que, junto con el San Juan, es el río más importante de la provincia. A lo lejos se ven los picos de los Andes, imponentes, rondando los 6.000 metros de altura. Allí está Agua Negra, paso del Corredor Bioceánico que llega a Coquimbo (Chile), el cual está cerrado varios meses al año debido a su altura.

En medio del desierto, surge un gran lago que sorprende a todos los visitantes: Cuesta del Viento. El gran embalse sobre el río Jáchal generó un paisaje surrealista que combina la desértica belleza lunar con el intenso turquesa del lago artificial. Como su nombre lo indica, aquí hay viento, con ráfagas de ochenta kilómetros por hora. Lejos de ser una molestia, el viento convirtió a este sitio en meca del windsurf, y no es raro ver paradores playeros y surfistas con rastas inmersos en el árido paisaje. El verano es la época ventosa, aunque hay corriente todo el año y sobre todo de tarde: por eso es ideal navegar y pescar por la mañana, cuando el lago está tranquilo. La localidad principal es Rodeo, un oasis de acequias convertido en centro turístico gracias al dique. Una arboleda centenaria e inclinada en la dirección del viento enmarca la entrada a la villa, punto de partida para cabalgatas, bicicleta de montaña, caminatas, pesca y canotaje.

En la misma entrada está El Martillo, linda y prolija finca pionera en el agroturismo sanjuanino. Infaltable almorzar en su restaurante y degustar platos con productos de la huerta: hortalizas, aromáticas, zapallos, alcayotas, duraznos, ciruelos, zapallitos, maíces de colores, membrillos, frambuesas y frutillas adaptadas al clima seco. Sus ajos en aceite son imperdibles y también postres típicos como los zapallitos en almíbar o la alcayota. La finca surgió hace más de treinta años como chacra de fin de semana, hasta que su dueño, Enrique Meglioli, se mudó con su familia. Este activo ingeniero químico jubilado se dedicó a múltiples actividades: cría de ovejas, truchas, conejos, llamas y guanacos. Como si fuera poco, hay colmenas, pasturas, nogales y un bosque de álamos para madera.

A 25 kilómetros están las Termas de Pismanta, vertientes volcánicas con propiedades curativas. Su nombre honra a un cacique huarpe que, ante el avance español, se refugió en una cueva a esperar la muerte con su familia. Según la leyenda, hubo un estruendo, se hizo una grieta de donde manaba agua caliente, y nacieron las termas. Allí está el Hotel Termas de Pismanta, abierto desde los años 50. Y no muy lejos está el minúsculo caserío de Achango, emplazado en lo alto de una loma cobijada por álamos. La antiquísima capilla del lugar fue construida por los jesuitas alrededor de 1630, y sus campanas son originales de la época. Declarada Monumento Histórico Nacional, un cuidador contaba que el templo se hizo con adobe, palos, cañas y tientos de cuero. Las paredes, de treinta centímetros de espesor, están revocadas con abono de cabra y tierra, en tanto el techo es de paja y madera. Gracias al clima seco, la capilla se mantiene tan intacta como las antiguas alfombras que cubren el piso de tierra, tejidas en telar hace doscientos años por las mujeres del lugar. Polvo de estrellas

La vuelta a la provincia se cierra en Barreal, en el departamento de Calingasta, en el sudoeste de San Juan. Trescientos setenta kilómetros separan Rodeo de Barreal. Poco antes de llegar, en la localidad de Calingasta se encuentra el cerro El Alcázar, una caprichosa formación rocosa que recuerda al famoso Alcázar español. Barreal, al igual que todo San Juan, goza de un clima seco, soleado y envidiable. A Calingasta la llaman “el techo de San Juan”, ya que aquí los Andes rondan los 6.000 metros de altura y ofrecen vistas privilegiadas del cordón Ansilta (el más alto de la Cordillera) y el cerro Mercedario (6.720 msnm, la segunda montaña más alta de los Andes, después del Aconcagua). Por estas altas cumbres cruzó hacia Chile el Ejército del general San Martín en su campaña libertadora.

Desde Barreal el paseo obligado es el Parque Nacional El Leoncito, formidable centro de observación astronómica. La reserva protege un ambiente típico de precordillera y resguarda la diafanidad y transparencia atmosférica de uno de los mejores sitios del mundo para ver astros. Los amantes de las estrellas pueden dormir aquí y disfrutar de una observación al aire libre con telescopios. Muy cerca de allí se encuentra la Pampa del Leoncito, una extensísima superficie de doce por cuatro kilómetros que, gracias a la ausencia de obstáculos, soporta ráfagas de hasta cien kilómetros por hora y es el sitio ideal para hacer carrovelismo y dejarse llevar por el viento sanjuanino.

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