En medio de la nada, el universo
En el Pacaya-Samiria, en la Amazonia peruana, hay catorce especies de monos y nosotros logramos avistar nueve de ellos: araña, aullador, tití, fraile, leoncito, pigmeo, choro, lanudo y hasta un guapo colorado, especie de mono de cara roja que casi no se ve.
Por Josefina Barrón
Fotos: Cortesía
La selva nos recibe con su temperamento indómito. Navegamos en un barco que más se siente como un oasis en medio de lo feraz que resulta el paisaje. Árboles gigantescos, lianas, troncos retorcidos de figuras caprichosas, heliconias, aguas negras, perezosos, delfines rosados, anacondas, serpientes venenosas, tarántulas que se dejan acariciar, pequeños monos que aparecen entre la espesura, pájaros de cantos que son presagios, aves de siete colores y el río, siempre el río llevando el ritmo de todo lo que aquí respira.
No sabría decir si es la tripulación o los acentos de diseño, el servicio o la decoración, la comida o los viajes en lancha lo que más me impacta. Debo decir que todo junto. Aquí están Álex y Juan, dos de los expertos guías naturalistas con los que realizamos excursiones en grupos pequeños, acercándonos con empatía y una demostración de total conocimiento a la vida silvestre en la selva tropical con mayor biodiversidad del mundo. Álex es de Arabela, una comunidad al borde del río Napo. Juan es descendiente de la etnia shipiba. Como casi toda la tripulación, son nativos; por ello están íntimamente conectados a la realidad de los parajes que visitamos, en las excursiones que hacemos y en las charlas que nos brindan cuando estamos en el barco. Una bien estructurada campaña de sensibilización le da sentido a la experiencia.
Aqua Expeditions participa en varios proyectos de conservación en la zona. Uno de ellos es la conservación de los huevos de las tortugas caricayas hasta la eclosión, cuando las recién nacidas se liberan en las zonas protegidas. En el 2023 se liberaron más de 750 taricayas.
Siento curiosidad. Quiero saber dónde estoy, en qué parte de la Amazonia me encuentro. No tengo forma de averiguarlo a menos que use el teléfono celular, que en la embarcación tiene señal, y me busco en la inmensidad. No puedo dejar de compartir mi ubicación con mi familia. Y es que recién entonces caigo en cuenta de lo remoto del destino, cómo soy tan solo un puntito en el planeta, en esta nada que es un universo en sí misma, en medio de sinuosos ríos, meandros, estrechos caños que serpentean entre el verdor intenso y absolutamente salvaje de esta región. Una sensación de emoción recorre mi cuerpo. Realmente nos hemos introducido en las entrañas de la madre selva. Hasta allí llegamos.
Durante toda la tarde y noche navegamos para anclarnos en los confines de la Amazonia. Dice el capitán que recién empezaremos la aventura mañana al alba, pero, a decir verdad, la aventura arranca desde que uno aborda un avión en Lima y, si es lo suficientemente curioso, mirará por la ventana de la nave media hora después de iniciado el vuelo; encontrará en su máximo esplendor la columna vertebral de nuestro país: los Andes. Imponentes nevados se yerguen soberanos entre la árida costa y la Amazonia peruana. Vaya contraste: desiertos implacables salpicados de tímidos y polvorientos valles seguidos por montañas rocosas gigantescas donde el hombre supo tejer andenes para sostener la siembra, y de pronto la nieve cubriendo con su manto de plata las cimas de los colosos de la cordillera andina.
Allí bien arriba del mundo nacen los ríos y los lagos que alimentarán la vertiente occidental andina y posibilitarán la vida en el arenal que es la costa peruana. Pero en la vertiente oriental, el otro mundo que termina en el Atlántico, bajará y se agolparán las aguas en cantidades abrumadoras para tributar al Amazonas y harán de este río una explosión de vida. Es más, en uno de nuestros grandes nevados nace el gran río Amazonas: el Misnmi. Antes de bajar a los cero metros sobre el nivel del mar, la ceja de selva colmará nuestros ojos con su vegetación intensa, sus a veces suaves lomas otros tantos dramáticos abismos. Hasta que todo llega al bosque de aguas y lodazales, de tierra húmeda y poco domesticable. A ponerse las botas de hule si queremos bajar a caminar. Eso hacemos. Nos adentramos por senderos absolutamente vírgenes hasta llegar a un gigantesco árbol que parece sacado de una escena de Avatar: se trata de una antigua lupuna. Sus raíces esculpen un abrazo. Nos dejamos abrazar.
De noviembre a mayo, el agua irá cubriendo todo el bosque amazónico y lo inundará. De junio a octubre, el nivel del agua baja considerablemente y uno podrá apreciar cuánto subió el nivel mirando las marcas que dejó el agua en los troncos de los árboles. Son varios metros de diferencia. No puedo ni imaginarme cómo se vive entre ese ritmo de aguas bajas y altas durante el año, pues todo cambia, desde el ecosistema hasta las rutinas de la gente, animales y plantas. Ahora el agua baja y el mundo en el Amazonas cambia su dinámica. Se lucen las palmeras caminantes, bautizadas así porque parecen apoyarse en sus raíces como si fueran piernas en pleno movimiento. Hasta el sonido de las cigarras es un concierto en esta catedral que la naturaleza ha construido y el peruano protege.
Contrasta la selva con el ambiente a bordo de este barco de ensueño en que viajamos, donde cada detalle ha sido primorosamente concebido. Las bellísimas suites transmiten una sensación de tranquilidad a pesar de que afuera la naturaleza es agreste; los espacios sociales son elegantes con toques dramáticos. Detalles de la época del boom del caucho, y las coloridas culturas de Portugal, España y Perú han sido combinadas con piezas de decoración modernas. El Aqua Nera se define como el barco más sofisticado entre los que navegan en la Amazonia. Su nombre se lo debe a las lagunas de aguas negras del Amazonas peruano. Arquitectos y diseñadores llevaron los sellos distintivos del estilo contemporáneo a otro nivel por los que los cruceros de Aqua Expeditions son conocidos. Francesco Galli Zugaro, dueño de la empresa, está detrás de todo, hasta de la especial vajilla que el crucero atesora.
Se me ha quedado impreso en la memoria el momento en que un grupo de la tripulación del Aqua Nera llegó hasta nosotros, que estábamos en lanchas en medio del río, con cocteles y snacks para sentir la selva a la hora que se pone el sol. Disfrutamos mientras los sonidos del bosque se hacían cada vez más presentes porque, como bien dice Álex, cuanto más oscuro se pone, más presencia de animales sentiremos. Llegó un momento en que no había espacio para el silencio. Se hizo de noche. La vida bullía mientras nos dirigíamos de nuevo al barco, extasiados. Dicen los locales que los cazadores antes de salir miran el cielo; si ven luz de Luna no es buen momento para cazar; la noche no debe tener Luna ni estrellas.
En la Amazonia existen casi cincuenta etnias. Hay 48 lenguas en el Perú, 44 de ellas se hablan en la Amazonia.
En el Aqua Nera, cada día es como un spa. Las conversaciones se hacen cada día más intensas e interesantes. La hora de la cena es como un ritual. El prestigioso chef peruano Pedro Miguel Schiaffino ha creado, junto a los cocineros del barco, una cocina de autor con productos nativos de la Amazonia. Cada vez más frutos y productos amazónicos pasan por su abanico creativo y dejan huella en su propuesta gastronómica. Darwin es el encargado de la pastelería. Las fusiones son caprichosas, exquisitas. Un juego de sabores ácidos, dulces, extraños, frondosos, picantes, melosos, sensuales se sienten en el paladar. Todo en estos parajes exuda sensualidad. Todo aquí estimula los sentidos. Finalizo el periplo abrumada por los estímulos. Prometo volver solo para ver de nuevo el ave de siete colores y escuchar el canto de las cigarras como un coro celestial.
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