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BitácoraActualidadFernando de Noronha: reflexiones en torno a paraísos perdidos y turistas beatos

Fernando de Noronha: reflexiones en torno a paraísos perdidos y turistas beatos

Por: Juan Abelardo Carles R.
Fotos: Luis Eduardo Guillén

Si hay algo bueno en este oficio de periodista turístico es que cada asignación es una experiencia de descubrimiento, así que mis lectores me perdonarán si les confieso francamente que, antes de que me invitaran a conocerlo, no tenía la más remota idea de que el archipiélago de Fernando de Noronha existiera. Sin embargo, mis amigos pernambucanos (oriundos de Pernambuco, estado brasileño del que dependen las islas) no acababan de digerir que no supiera nada de este pequeño grumo de tierra y verde, localizado en medio del Atlántico ecuatorial, más cerca de África que de São Paulo, cuya sola mención provoca en la cara de cualquier brasileño una expresión nostálgica y beatífica, como si se estuviera hablando de Shangri-La.

De Recife, la capital del estado brasileño de Pernambuco, al aeropuerto de la isla mayor, que da nombre al conjunto insular completo, el viaje dura alrededor de una hora. Luego de casi sentirme hipnotizado con las aguas tornasoladas, casi vivas, del Atlántico, la primera lengua de tierra de las islas aparece de improviso, casi de sopetón, y no has acabado de digerir visualmente el cambio de escenario, cuando ya la aeronave está tocando tierra. La terminal aérea de la isla es pequeña: ni se les ocurra pensar que llegaron al típico “resort”, repleto de hoteles inmensos, hilvanado de palmas cocoteras cada tres metros, en el que la Naturaleza solo sirve de marco incidental para el campo de golf o la marina.

Aquí nada se superpone al equilibrio ecológico. Al punto de que las autoridades de Pernambuco, del que dependen las islas, no permiten una presencia humana mayor a las 3.000 almas, por lo que hay que llenar requisitos y esperar la fecha en que se puede viajar. Las multas por lastimar animales o plantas son astronómicas, y aunque no lo fueran, la conciencia ambiental de los visitantes es tan fuerte, que los surfistas prefieren lanzarse de sus tablas, si se les atraviesa una tortuga cuando van corriendo las olas, antes que golpearla.

Nada de eso supone una contrariedad para nadie, ni siquiera para los famosos del jet set brasileño e internacional, que lo han convertido en meca preferida a la hora de escapar de los agobios de su celebridad. Quizás el primer “famoso” que visitó las islas fue Américo Vespucio, en 1503, en la alborada del descubrimiento del Nuevo Mundo. Portugal, Francia y Holanda se escamotearon las islas durante décadas, hasta que final y definitivamente quedaron en manos del primer país en 1654. Desde ese momento, y hasta bien entrado el siglo XX, las islas sirvieron de presidio. Para evitar que cualquier otra potencia utilizara las islas como puntal para invadir sus colonias suramericanas, Portugal rodeó la isla principal de fortines, de los que aún persisten algunas ruinas.

Las del fuerte de São Pedro do Boldró son muy populares, pues ofrecen una vista privilegiada de la Ilha Dos Irmaos, al Oeste, y al Morro do Pico, al Este, más la extensa Praia dos Americanos bajo el risco que sostiene al fortín. De hecho, el sitio de Boldró fue la primera parada en nuestro recorrido por Noronha. Llegamos en medio de un atardecer espectacular. Nuestro guía intentó vendernos la romántica idea de que los dos riscos de la Ilha Dos Irmaos parecen los pechos de una mujer, pero hay que empeñar mucho la imaginación para asociar tan escarpadas y acusadas formaciones con los suaves y redondeados senos femeninos. Para dificultar los esfuerzos del hombre, de pronto llega una vagoneta de la que se bajan modelos de ambos sexos: están filmando una campaña publicitaria. Los modelos se ponen a bailar al son de una ensordecedora música electrónica que ahoga la sinfonía de olas, viento y pájaros que, hasta ese momento, nos había arrullado.

A quienes no parece molestar el escándalo es a los mocós que saltan entre las piedras caídas del fortín. Estos roedores fueron traídos como presas para cacería por los militares brasileños que administraron el presidio de la isla hasta 1988. Pronto su población excedió el posible control por la depredación humana; entonces los administradores del presidio, en una de esas “brillantes” intervenciones que hacemos los humanos en el entorno natural, introdujeron al tejú azú, un saurio robusto, a medio camino entre una iguana y un cocodrilo, con la perversa esperanza de que se comiera a los mocós. Pero sucede que los tejús son demasiado lentos bajo el sol, al contrario de los mocós, que saltan y corren con extrema agilidad. Aunque pasa ocasionalmente, es poco probable que el lagarto pueda afincar los colmillos en el lomo de uno de estos roedores, a menos que sea muy joven, viejo o esté enfermo. Como una no le sirve de alimento a la otra, ambas especies han optado por ignorarse olímpicamente, dando al traste con el experimento de manipulación ecológica del hombre.

Eso no quiere decir que la diversidad biológica de la isla sea pobre. Por el contrario, exhibe los raros endemismos que pueden encontrarse en ecosistemas aislados. La lagartija de Fernando de Noronha (a la que el tejú sí le hace los honores, para su infortunio), el vireo de Noronha, el gusano-lagartija y una especie muy particular de cangrejo solo se ven en estas islas. También hay que contar las más de cuarenta especies de aves (muchas de ellas migratorias) que prosperan en ellas, así como la espectacular vida marina a la que se tiene acceso con solo bucear algunos metros fuera de sus playas.

Basta con levantarse al amanecer y contemplar alguna playa como la de Leão. El sitio es reconocido como lugar de desove para varias especies de tortugas, y aunque nosotros no coincidimos con ninguna arribada, sí pudimos ver varios especímenes a lo lejos, silueteados contra la baja luz del amanecer, mientras remontaban el oleaje. En la Baia do Sancho podíamos ver desde los riscos a cuarenta metros de altura, cardúmenes de pequeños peces abriéndose concéntricamente en torno a los bañistas que disfrutaban de la playa. Si la vida marina podía verse con tal facilidad desde tierra, ¿cómo sería dentro del agua?

Nos fuimos a la Praia do Sueste para saberlo. Se trata de una entrante cuya boca está guarnecida por varios islotes, como Ilha Cabeluda, Ilha do Chapéu do Sueste, Ilha dos Ovos y la Ilha Trinta-Réis. Los islotes permiten que las aguas estén siempre calmas y óptimas para el buceo. Siempre que se respeten las demarcaciones puestas por las autoridades de la isla para no perturbar el equilibrio natural, los buceadores pueden experimentar una riqueza increíble de colores y formas, que se agita bajo las aguas azules de Noronha. Ni los amagos claustrofóbicos que me provocan las caretas de buceo me impidieron echarme al agua para participar del espectáculo que tuvo su epítome al toparme de frente con una gigantesca tortuga verde. No pude evitar tocarle el caparazón varias veces, impertinencia que la amable bestia soportó por varios minutos hasta que decidió nadar hacia campos de algas menos concurridos.

La riqueza de la biodiversidad marina es tal, que existen varias iniciativas científicas para entenderla y preservarla mejor. El proyecto TAMAR, a propósito, se aplica en la protección de varias especies de tortugas que se aparean y desovan en la zona del archipiélago. Por otro lado, el proyecto NAVI, aunque es un emprendimiento lucrativo, involucra a los visitantes en la emocionante sensación de estar participando en un experimento científico. NAVI usa una embarcación del mismo nombre, que lleva en el fondo de su casco una mega-lente de exploración subacuática desarrollado inicialmente para fines militares, pero que hoy permite tener una visibilidad de casi cien metros bajo el agua. A los turistas se les da una bitácora en la que apuntan con precisión las condiciones meteorológicas y del entorno marino, al tiempo que listan las especies marinas que distingan. Y, créanme, verán muchas. Yo todavía conservo mi bitácora con la constancia de haber avistado tortugas verdes, cardúmenes de rayas y delfines, entre un listado que sobrepasa las diez especies, y todo en poco más de una hora.

Como si con la riqueza natural no tuviésemos suficiente, Fernando de Noronha también ofrece curiosas atracciones históricas, comenzando por el pueblo cabecera: Vila dos Remédios. El asentamiento comienza a ser mencionado a partir de 1629. Aquí funcionaba el centro administrativo de la antigua cárcel. Sobre las ruinas de las antiguas oficinas del presidio, por ejemplo, en 1948 fue construida la sede del gobernador militar de la isla. El interior conserva parte de las paredes de la construcción colonial original, así como valiosas pinturas y un vitral dedicado a San Miguel, patrono de los ejércitos, que también da nombre a la edificación, Palacio de San Miguel, ahora sede de la administración civil.

Vila Dos Remédios está en una ladera que baja hacia la Praia do Cachorro, así que aquí o se sube o se baja, y los carros siempre van en primera velocidad. Cerca del Palacio de San Miguel está también la encantadora iglesia dedicada a Nuestra Señora de los Remedios, patrona del archipiélago. El templo, pequeño pero antiquísimo, fue concluido en 1772 y exhibe en su fachada las delicadas florituras del barroco colonial portugués. La última restauración del edificio fue en 1988.

 

Se cree que varias piezas del ajuar litúrgico colonial desaparecieron durante las sucesivas administraciones militares del archipiélago, por lo que el interior de la iglesia, en contraste con sus exteriores, luce bastante simple y limpio. Otros valores arquitectónicos incluyen las ruinas del cercano Fuerte de Nuestra Señora de los Remedios, así como las antiguas dependencias del presidio (almacenes, escuela, enfermería y demás).

Aunque se piense que en un sitio como éste la vida nocturna no puede ser animada, Noronha nos tiene un par de sorpresas. Hay excelentes opciones para comer, como la cocina de autor en la Pousada Maravilha, y el espléndido buffet de la Pousada Zé María, atendido personalmente por el mismo Zé María, quien convierte la experiencia en una gran fiesta en la que todos somos amigos. Luego de la comilona, vale la pena pasarse por el Bar do Cachorro para recibir clases personalizadas de forró, el sensual baile típico del Nordeste brasileño, para las cuales no le faltarán instructores locales de ambos sexos, que le harán perder en la pista hasta la última caloría de lo que se comió unas horas antes.

Bailar forró en Noronha fue como la cerecita en el tope del helado para mí: quemar tantas calorías borraba la única sensación de arrepentimiento que hubiese podido cargar por cuenta de mi visita a estas bellas islas. Todo lo demás fue perfecto y, aunque hablar del “secreto mejor guardado” ya es una muletilla metafórica en mi oficio de escritor, no encuentro manera más deseable para calificar a este pequeño paraíso, que te hace un pícaro guiño en medio del océano. Todavía huelo la sal de mar cuando el avión despega y deja atrás, en un santiamén, Fernando de Noronha. Me rebullo en mi asiento, cierro los ojos para recordar todo lo que he vivido en los últimos días y, casi sin darme cuenta, sonrío con la misma expresión beatífica que vi en las caras de mis amigos brasileños.

www.noronha.pe.gov.br

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