25 años de Ciudad del Saber
En el mismo territorio donde operó una de las bases militares estadounidenses más grandes fuera de su territorio hoy funcionan multitud de programas académicos, empresas de base tecnológica, agencias de las Naciones Unidas, organizaciones internacionales, empresas incubadas en sus programas de innovación y entidades enfocadas en innovación tecnológica, educación y ciencia.
Por: Redacción Panorama de las Américas
Fotos: Cortesía
¿Quién habría creído, por allá en los años 90 del siglo pasado, que pronto se haría realidad la idea de tener aulas en vez de barracas, estudiantes en vez de soldados y libros en vez de armas en un territorio donde operaba una de las doce bases militares de los Estados Unidos que hacían parte de lo que se llamaba la Zona del Canal? Era una utopía y parecía un sueño irrealizable.
Pero apenas 25 años después, en el mismo territorio donde operó la que llegó a ser, a principios del siglo XX, una de las bases militares estadounidenses más grandes fuera de su territorio, hoy funcionan 150 programas académicos, 81 empresas de base tecnológica, 18 agencias de las Naciones Unidas, 39 organizaciones internacionales y ONG,150 empresas incubadas en sus programas de innovación, hasta tener más de doscientas entidades enfocadas en innovación, educación, ciencia y humanismo.
A fines del siglo XX, cuando apenas se cocinaba la reversión del Canal y sus áreas aledañas, la Ciudad del Saber era un concepto tan abstracto que solo lo entendían unos pocos. Sus pioneros se movían entre oficinas públicas, profesores, intelectuales y empresarios. Era inminente la entrega de la “zona”, con sus 38.000 hectáreas y 5.237 edificios y apremiaba dar usos colectivos y productivos a esos bienes.
Por eso, Fernando Eleta Almarán y Gabriel Lewis Galindo no querían perder tiempo y vendían a diestra y siniestra su idea loca: aprovechar alguno de esos escenarios para “crear una plaza socrática donde se impulsara el cambio social a través del humanismo, la ciencia y los negocios”.
Jorge Arosemena Román, hoy presidente ejecutivo de la Fundación Ciudad del Saber, explica cómo el grupo puso los ojos en la antigua base de Clayton, un conjunto de 120 hectáreas justo en frente de las Esclusas de Miraflores del Canal de Panamá. Allí imaginaron un espacio donde se generarían respuestas a los desafíos del siglo XXI, siguiendo el modelo de los parques científicos y tecnológicos.
Con más de doscientos edificios, fabulosas áreas verdes, campos deportivos, piscina olímpica, cancha de bolos y muchos otros servicios, todo parecía perfecto. Pero cuando lograron la asignación del espacio y, en diciembre de 1999, las 16 personas que conformaban el equipo entraron a darle forma a ese sueño, encontraron un territorio totalmente desolado. La Fundación afrontaba el enorme desafío de mantener, levantar, adecuar y poner al servicio del conocimiento un territorio que parecía inabarcable.
Durante los primeros años, el proyecto necesitó ayuda de instituciones financieras y organismos nacionales e internacionales para asegurar su operación e iniciar la ejecución de sus primeros programas e intervenciones. Para ello, nos cuenta Juan David Morgan, presidente de la junta de síndicos, tuvieron el apoyo de instituciones importantes, como el Banco General, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Unión Europea y el Banco de Desarrollo de América Latina.
También captaron la confianza de grandes instituciones que creyeron y se mudaron a este desierto que aún tenía un tufillo militar: SENACYT, CENAMEP, INDICASAT, Florida State University, Universidad Isthmus y Unicef estuvieron entre sus primeros “inquilinos”. Pero, añade Morgan, en una experiencia inédita, al cumplir su primera década la Fundación Ciudad del Saber había logrado su independencia financiera, operando sin subsidios y de manera autosostenible.
Desde el primer período (2000-2004) se creó la Incubadora de Empresas de Panamá, que luego se convirtió en el Acelerador Tecnológico Empresarial de Panamá Don Alberto Motta. En materia de innovación empresarial, más tarde redirigió su atención hacia proyectos de alto potencial de crecimiento en cualquier sector de la economía y se gestó el Venture Club, el primer grupo organizado de ángeles inversionistas en el país, que realizan inversiones de capital de riesgo en emprendimientos innovadores y empresas ya existentes con potencial global. Luego, con el apoyo del BID FOMIN, se lanzaría el proyecto Canal de Empresarias a favor del emprendimiento y la empresarialidad femenina en Panamá.
En el segundo lustro (2005 2009), comenzaron a concretar otros proyectos: el Parque Científico y Tecnológico de Panamá reunió universidades internacionales, centros de investigación y empresas bajo un solo techo; la Ciudad del Saber fue designada hub de la región de Naciones Unidas; llegaron también organismos no gubernamentales de ayuda humanitaria que contribuyeron a hacer de la ciudad un centro humanitario para la región y se construyó el centro de capacitación de Copa Airlines.
Es curioso ver cómo estos emprendedores siempre tuvieron fe en que Panamá podía y debía hacerse cargo de su territorio y sus recursos. Desde sus inicios hicieron eco de la “siembra de banderas”, que ya realizaba el pueblo panameño, décadas antes de los tratados Torrijos-Carter, y hoy constituye una de las tradiciones más emotivas para honrar la memoria de quienes adelantaron las luchas canaleras. Con el mismo sentido, se derribó la garita que por décadas había simbolizado la división entre el Panamá soberano y la antigua Zona del Canal.
Desde el punto de vista arquitectónico, en 2007 se terminó la primera intervención importante a uno de los edificios históricos: el 105, ubicado en el Cuadrángulo Central. En 2009 se inauguró la sede de la Florida State University, el primer edificio transformado con torres de vidrio para apreciar la naturaleza y las vistas al Canal. A su vez, la antigua casa del comandante en jefe de la base fue convertida en Casa Museo: mientras algunos eran reformados, esta serviría para salvaguardar la historia patrimonial y arquitectónica de la zona. En 2013 fue inaugurado el Complejo de Hospedaje, primer edificio LEED Platinum en Panamá (certificado de Liderazgo en Energía y Diseño Ambiental) y cuarto en Latinoamérica por el U. S. Green Building Council.
Una ciudad de avanzada debía tener en cuenta el aspecto medioambiental y por supuesto Ciudad del Saber lo hizo. En 2019 creó la Reserva Biológica Doctor Rodrigo Tarté, cuyo objetivo principal es promover la investigación científica, el monitoreo biológico y la conservación del bosque. Ciudad del Saber ha recibido reconocimientos del Ministerio de Ambiente por inventariar su huella de carbono, y cada año se aplican medidas para reducirla. De hecho, la alianza entre la Fundación y FAS Panamá lleva a cabo la operación del Centro de Acopio de Reciclables.
No podían olvidar el aspecto cultural. En sus instalaciones se llevó a cabo el primer Encuentro Trama (evento de cultura, innovación y economía creativa); en 2018 se creó el Clúster de Industrias Creativas y en 2020, con el apoyo de la Embajada de los Estados Unidos y el liderazgo de la Ciudad del Saber, Panamá participó por primera vez en la prestigiosa feria académica NAFSA, la actividad más grande del mundo para internacionalizar la educación superior.
En resumen, durante 25 años, Ciudad del Saber ha convocado de forma selectiva a miembros de excelencia para formar parte de su comunidad y promover el trabajo en temáticas claves para el desarrollo social y económico, como tecnología, ciencia, asuntos humanitarios, derechos humanos, educación, salud, logística e industrias creativas y culturales.
Hoy día, más de ochenta empresas enfocadas en investigación, desarrollo e innovación forman parte de este ecosistema. Además, el 78% de las empresas afiliadas afirma destinar un presupuesto anual para este rubro y el 93% de ellas declara generar nuevo conocimiento.
Tanto trabajo por el conocimiento rinde además frutos económicos tangibles. Un estudio económico realizado en 2015 por la empresa INTRACORP mostró que la Ciudad del Saber —en ese momento, con un presupuesto de 18,2 millones de dólares— generaba 381,57 millones como valor bruto de la producción (ventas totales) y su impacto total era de 623,10 millones de balboas en la economía nacional.
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