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Washington DC

Por Sol Lauría
Fotos: Carlos Gómez

 

Washington es todo. Hay de todo, hablan de todo y puede pasar de todo. Y todo es más que mucho: es un listado de nunca acabar.

Washington es evidencia de legado y escenario de proyección. Es el lugar donde se exhibe uno de los textos más innovadores de la historia contemporánea, la Declaración de la Independencia, cuya firma se conmemora cada 4 de julio entre monumentos, orquestas y fuegos artificiales, con la proclama que aún palpita en la urbe: libertad e igualdad.

Es el cimiento de la organización y de esa Constitución que muestran en uno de uno de los 18 museos Smithsonian. La misma que modificaron para abolir la esclavitud, gracias a la pericia del presidente Abraham Lincoln, honrado en el Memorial.

Son 18 museos con entrada gratis, obras arquitectónicas y documentos que conducen a un viaje por trescientos años de historia de occidente. Y la lista sigue.

Es el hogar de más de 50.000 hispanos y otros tantos extranjeros que pueblan organismos internacionales, siembran restaurantes y mercados, y cosechan sueños. El escenario de negociaciones de firmas de abogados con horario corrido. El centro de estudios de universitarios y profesionales que llegan a especializarse en una decena de universidades. El baluarte del periodismo de investigación concebido en el Washington Post, con el escándalo de Watergate ‚Äïnombre del complejo de edificios que se alza a la vera del Potomac. Y es dos ríos: el Potomac y el Anacostia.

Es el gobierno y donde duerme el presidente de Estados Unidos.

Y la lista sigue: la disposición de 93.000 hectáreas de espacios verdes. Las continuadas opciones de salidas nocturnas. Las calles, entrañables y previsibles, que pueden contener a cientos de personas pero nunca un papel; los edificios que por ley no sobrepasan los cuarenta metros de altura, salvo pocas excepciones, y las iglesias protestante, de la cienciología, católica (y la lista sigue).

Eso es Washington: el mundo condensado y prolijamente apilado en 178 kilómetros cuadrados pergeñados por el arquitecto francés Pierre L’Enfant para ser la capital del país desde 1791.

También es un fracaso que debe asumirse antes de llegar: todo tiene un anverso odioso y pedestre que es nada. La experiencia aquí puede convertirse en una sucesión interminable de puntos rojos pendientes en un mapa difícil de explorar en poco tiempo. La solución entonces es sobrevolar las zonas marcadas, optimizar el tiempo y saber de antemano a dónde entrar y de qué se trata. Ajústese el cinturón. Bienvenido al núcleo del ADN norteamericano.

Antes que nada, la ciudad es chica y amigable pero sobrecargada. Está dividida en cuatro cuadrantes: noroeste, noreste, suroeste y sureste. Las calles tienen una lógica que ayuda, identificadas con letras (las horizontales) y números (las verticales), acompañadas por la abreviatura de la zona correspondiente (NW, NE, SW y SE). En fin, es fácil caminar y llegar adonde se desee con un mapa en la mano.

Y caminar sin duda es la mejor opción para conocer a fondo el DC. O si no, siempre está el milimétrico transporte público para hacer ese trabajo.

Lo más interesante está en el NW, donde se alinean de oeste a este una buena cantidad de los íconos de la ciudad: el Lincoln Memorial; el Monumento a George Washington; el Mall Nacional, con una decena de imperdibles museos, y el Capitolio.

El monumento al décimo sexto presidente del país, que abolió la esclavitud e inmortalizó la democracia como el “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, debe ser la primera parada: desde allí la vista alcanza el espacio en el que se alzan los Constitution Gardens con los memoriales de las dos guerras mundiales, la de Corea y la de Vietnam; el obelisco que homenajea al primer presidente del país, que dio nombre a la ciudad; museos y, más allá, el Capitolio.

Dentro del edificio con forma de templo griego y bajo la mirada adusta de un Lincoln de mármol, podrá evocar el discurso “Yo tengo un sueño” que Martin Luther King proclamó allí en agosto de 1963 ante millones de personas. O, por qué no, los versos que el imprescindible poeta Walt Whitman, quien vivió en la ciudad y tiene un tour con su nombre, escribió cuando asesinaron al hombre que inspiró todo:

“Por ti se izan banderas y los clarines claman.

Son para ti los ramos, las coronas, las cintas.

Por ti la multitud se arremolina,

Por ti llora, por ti su alma llamea

Y la mirada ansiosa, con verte, se recrea”.

El trayecto hasta el Capitolio le tomará algunas horas. Para entrar al edificio, antes deberá pedir un turno en la web oficial. Luego, tome la avenida Pennsylvania, que une el Capitolio con la Casa Blanca. Allí también sentirá el peso de la historia y la exaltación de la grandeza; cómo el pasado se asume, muestra y, sobre todo, honra. Lo inmenso de un país hasta en afiches callejeros con imágenes de presidentes y las frases, el mensaje que vuela desde el siglo XVIII para retumbar en los corazones de los locales y causar impresión al mundo entero.

Es que la vivencia de la experiencia estadounidense es la de la construcción de sus instituciones. Eso se huele, lee, percibe a cada paso en DC. Ya en la Casa Blanca, que no se puede visitar, notará que, además, el presente se cuestiona con manifestaciones diarias de grupos que levantan pancartas y vociferan cantos con peticiones y reclamos.

La efervescencia levita también en los museos. En el Museo de Arte, por ejemplo, la cita de Tocqueville: “Todo el continente preparado para ser una gran nación”. Y las fotografías y retratos y grabados que recorren el american way of life.

En el de Historia, en los Archivos, en la Galería de Arte, más citas e imágenes de una historia que en el discurso asume las zonas oscuras como logros. Allí, Martin Luther King con un espacio privilegiado para recordar que eso que conquistaron, y que hoy gozan, costó, y mucho.

Es un discurso de auto-exaltación que se repite, penetra y convence. Podemos, podemos porque pudimos. El destino de grandeza y la consecución de sueños imposibles.

Pero el verdadero espíritu de Washington, dirá alguien que conoce y mucho, está en los bares y los hoteles. Así que tome aire que la lista sigue.

Si Nueva York es la ciudad que nunca duerme, Washington es la que siempre sueña o padece insomnio por idear cambios, negocios, oportunidades, progreso, mejoras en el mundo. O sostener algo de eso. Es la vibra de los bares y los lobbies de hoteles.

Hablar de bares es hablar de Downtown, Dupont y Logan Circle, 14th Street NW y Georgetown. Y hablar de políticos y sus asesores, de periodistas y filántropos, de funcionarios de organismos y ONG internacionales, y de toda esa especie cosmopolita, humanista y creativa que habita la ciudad. Y la lista sigue. Si soporta que indefectible y puntualmente le pregunten a qué se dedica, va a pasarla muy bien.

Un párrafo aparte para Georgetown, el coqueto barrio que es centro de operaciones y escenario de vida cotidiana de senadores y la hight society. Camine entre los edificios de estilo georgiano, con ladrillo a la vista, sin rumbo fijo. Un café en Dean & DeLuca para terminar la tarde con la caída del sol en algún bar detrás del Potomac. Y, después, una cena en el restaurante Martin’s Tavern, donde el presidente John F. Kennedy le propuso matrimonio a Jackie Bouvier.

Vuelva al DC para experimentar el verdadero espíritu en el Willard Hotel. Cuenta la leyenda que el término “lobbysta” surgió allí por la gracia del presidente Ulysses Grant (1822-1885), que desde el Despacho Oval iba cada día al hotel para tomar algo en el lobby. Aquellos que querían favores o tratos peregrinaban hasta el edificio de la Avenida Pennsylvania para conversar con él. Con un brandy en una mano y un puro en la otra, Grant un día soltó que estos que pretendían influirlo en el lobby del hotel eran “lobbystas”.

Al Willard hay que ir por la leyenda, por la exquisitez del edificio y por el peso de la historia: Martin Luther King escribió ahí el discurso “Yo tengo un sueño”. Y porque es la muestra de que Washington es la capital del lobby: 12.553 lobbystas federales registrados.

Y la lista sigue.

El Hay Adams Hotel, justo frente a la Casa Blanca, dos por uno: hotel y bar, el Off the Record en el subsuelo, donde funcionarios del Gobierno, representantes de empresas y abogados toman, comen y conversan. Y el Mayflower, descrito por el presidente Truman como la “segunda mejor residencia” de la ciudad.

Y la lista sigue.

Washington es como una canción de Duke Ellington, el duque del jazz del siglo XX que nació ahí: un universo inaudito, con ritmo y elegancia, fuerza de acento y simplicidad de expresión. Es todo y es también un listado de pendientes. El avión despega y llega el instante en que la ciudad se convierte en una excusa para volver.

Lo que hay que ver

Cementerio de Arlington: a esta necrópolis, levantada para honrar a los héroes de la patria, conviene llegar muy temprano en la mañana o cuando el sol caiga, si es verano.

US Capitol: para entrar es necesario pedir turno en www.visitthecapitol.gov. Conviene ir con tiempo y paciencia, pues hay mucha gente.

Biblioteca del Congreso: tiene treinta millones de libros en 470 idiomas, incluyendo cuatro copias de la Biblia de Gutenberg, el borrador de la Declaración de la Independencia y más de 61 millones de manuscritos. La entrada es gratis y hay visitas guiadas en inglés cada media hora hasta las 3.30 p.m.

Smithsonian: la entrada a los museos de esta institución es gratuita. Imperdibles: la Galería Nacional de Arte, el Museo Nacional de Historia Natural, el Museo Nacional del Aire y el Espacio y el Museo Nacional de Historia Americana.

News Museum: es pago, pero vale la pena gastar los 20 dólares. En la planta baja, una exposición que conmueve con todas las fotos premiadas con el Pulitzer. Muy cerca de ahí, las portadas de los diarios más importantes del mundo. Más arriba, en el quinto piso, periódicos y revistas desde el inicio de la industria.

Georgetown: el barrio más elegante de Washington hay que recorrerlo íntegro. Visitar Georgetown University, una de las mejores casas de estudios del mundo, caminar por las avenidas M y Wisconsin para llegar a tiendas de ropa, restaurantes, chocolaterías y joyerías y luego bajar entre los canales hasta el Potomac para ver el atardecer.

Aire libre: los parques y plazas son sede de festivales, cine al aire libre y conciertos durante el verano. Rock Creek Park, el Zoológico Nacional Smithsonian y el Arboretum Nacional de Estados Unidos son fijos. Disfrutar de los ríos es otra buena opción. En el Thompson Boat Center puede alquilar botes y kayaks desde 10 dólares.

Alexandria: Old Town Alexandria, en las afueras de la capital, es un polo gastronómico y circuito de compras, justo sobre la orilla opuesta del río Potomac.

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