Trujillo y su área metropolitana: recorrido por la historia
Texto y fotos: Demian Colman
En los alrededores de Trujillo, tercera ciudad más poblada de Perú y capital de la provincia homónima, hay huacas, pirámides inversas, pinturas ancestrales, ciudades de arena y playas soleadas. Su peculiar centro histórico invita a vivir la historia bajo atardeceres de mil colores. Mientras recorremos sus calles y caminos de arena, descubrimos historias míticas y paisajes que simplemente cortan el aliento. He aquí una modesta muestra de estos no tan remotos panoramas.
Eran nuestros primeros minutos en Trujillo y no veíamos la hora de perdernos por su colorido centro. Ubicada al norte de Perú y rodeada por ese característico tono desértico que tiñe la zona, Trujillo desempolva su pasado de guerras, sacrificios y tradiciones que duerme entre ciudades de arena y pinturas ancestrales. Fundada en 1535 por Francisco Pizarro, las calles y alrededores de esta ciudad entrelazan la presencia española con ese pasado esplendoroso de la cultura chimú.
La Plaza de Armas está, como toda buena plaza de centro histórico, custodiada por su Catedral. La Basílica Catedral de Santa María, fundada en 1540, sobrevivió a tres terremotos, pasó por las manos de varios arquitectos y fue remodelada tanto en el exterior como en el interior hasta que finalmente, en 1970, veinte años después del último terremoto, quedó fijada en el paisaje de este centro histórico con sus torres amarillas y su famoso retablo exento (es decir, que no está apoyado en pared alguna) cubierto de pan de oro.
Era un poco tarde para empezar a recorrer, pero el momento perfecto para disfrutar de un atardecer colorido mientras un viento cálido nos daba la bienvenida. Mientras los colores del cielo surgían como en un cuadro de Van Gogh el Monumento a la Libertad comenzaba a tomar forma bajo las estrellas. Obra del escultor alemán Edmund Möeller, con sus tres cuerpos, su grandeza y su simbolismo, recibe todas las miradas de residentes y turistas.
Ese primer sabor a nuevo destino lo disfrutamos caminando con calma, percibiendo cada tono y olor, llenándonos así de expectativas y nuevos retos. Sin siquiera salir de la plaza, supimos que Trujillo dejaría una marca indeleble en nuestro mapa.
Cuenta la leyenda que dos hermanos moches adoptaron una serpiente de dos cabezas, pero ésta creció exponencialmente y tuvieron que abandonarla. La serpiente, ofendida, regresó comiéndose todo lo que encontraba en su camino. El pueblo huyó hacia las faldas del cerro Blanco y, cuando se vio totalmente acorralado, el cerro se abrió y lo protegió en sus entrañas hasta que el peligro pasó. Agradecido, el pueblo moche fundó allí su ciudad y construyó lo que hoy conocemos como Huaca de la Luna, en honor al dios de la montaña.
Se cree que la Huaca del Sol era la parte cívico-administrativa de la ciudad. Aunque fue atacada luego de la conquista y reducida a un tercio de su tamaño, todavía se puede apreciar la inmensidad de su construcción. Una curiosa característica de los moches fue su arquitectura inversa, pues sus pirámides empezaron siendo una pequeña tumba que luego fue cubierta con una más grande y otra, hasta llegar a cinco pisos. Allí está el primer piso (o el último) gigante y alucinante, la historia palpable.
En la Huaca de la Luna se realizaban sacrificios humanos: allí, niños y hombres eran ofrendados a los dioses. Se cree que luego de este período religioso de la cultura moche hubo un cambio que los llevó a vivir una época más centrada en la política, razón por la cual las pirámides fueron quedando cubiertas de arena con el paso del tiempo.
Debido a esta peculiaridad solo se pueden ver dos de los cinco pisos; el segundo, a través de los bastos huecos hechos por las manos de huaqueros que buscaban riqueza y destruyeron verdaderos tesoros. Nunca duele tanto ver el despojo efectuado durante la conquista como al caminar entre estas paredes, pues aquí perdura una pequeña muestra de todo lo que se llevaron y nunca veremos. Ahora solo queda aprender de lo que conservamos y defender nuestra identidad e historia.
Como si no fuera suficientemente alucinante imaginar los cuatro pisos subterráneos (que abarcan 12.000 metros cuadrados), estos templos fueron decorados con pinturas que aún conservan sus colores.
Chan Chan, conjunto de pequeñas ciudades, es la capital de la cultura chimú. Tacaynamo, primer soberano de Chan Chan, que llegó del mar en una flota de balsas, fue el padre de Guacricaur y emprendió una obra arquitectónica que aún seguimos estudiando. Diez reyes gobernaron después de su fundación; Minchancaman, derrotado por los incas, fue el último representante de esta dinastía.
Las distintas ciudades que conforman Chan Chan fueron construidas con tal grado de planificación, que todavía hoy al contemplar este complejo arqueológico podemos entender su organización. Un ejemplo de esto son las características que comparten, como el acceso principal (siempre ubicado al norte), la presencia de plazas, depósitos, plataformas y, por supuesto, su amurallada periferia.
Las grandes paredes y extensos corredores de adobe fueron decorados con gran precisión y representan la importancia del agua, los animales esenciales que los rodeaban y los elementos sagrados, entre otros aspectos importantes de esta cultura ancestral.
Las ciudades no solo estaban organizadas por rangos y estrato social, la distribución de agua estaba igualmente dividida en 140 pozos que abastecían a las ciudadelas y barrios residenciales.
Chan Chan, la ciudad de adobe más grande del mundo, llegó a su máximo esplendor como capital del reino Chimú hacia mediados del siglo XV, poco antes de caer bajo el poderío inca.
Al visitar este sitio arqueológico, resulta admirable constatar el esfuerzo que muchos arqueólogos y artistas realizaron para lograr reconstruir hasta sus más pequeños detalles. Así, podemos tener una idea de la magnificencia y belleza de esta ciudad precolombina y de la increíble habilidad de quienes la edificaron en tiempos remotos.
La vida del turista es muy dura y algún día merecemos el derecho de sentarnos bajo el sol a tomarnos una cerveza fría mientras contemplamos el mar. Por eso existen lugares como Huanchaco, el balneario más famoso de Trujillo, lugar ideal para encuentros de surf y cuna del reconocido ceviche peruano, donde turistas nacionales y extranjeros disfrutan del clima y los paisajes.
Los caballitos de totora, legado ancestral de las culturas mochica y chimú, son botes construidos con tallos y hojas de esta resistente planta, que conservan su milenario diseño y son utilizados en las labores diarias de la pesca.
Adornando la playa de Huanchaco se mecen estas embarcaciones típicas del norte de Perú a la espera del nuevo aventurero que se atreva a abordarlas para cambiar de perspectiva y gozar de la playa, el puerto y las olas que tanto aman los surfistas.
El puerto, la comida, los caballitos de totora, la fiesta nocturna y, por supuesto, estos fieles acompañantes son el perfecto final de un viaje hacia el pasado por las arenosas carreteras del norte peruano. Trujillo y sus misteriosas “montañas” de arena llevan cientos de años esperándolo, no deje que se sigan empolvando.
Cómo llegar
Desde Norte, Centro, Suramérica y El Caribe, Copa Airlines ofrece 5 vuelos diarios a Lima, Perú, a través de su Hub de las Americas en Ciudad de Panamá.
La ciudad de Trujillo, capital del departamento La Libertad, está ubicada al norte de la costa peruana, a 557 kilómetros de Lima.
Aerolíneas locales ofrecen vuelos diarios al aeropuerto Capitán FAP Carlos Martínez Pinillos, localizado a pocos kilómetros de Huanchaco. El viaje por tierra dura unas 7 horas por la Panamericana Norte.
La ciudad ofrece una buena gama de hoteles de todas las categorías.