Revoluciones de danza contemporánea en Panamá
Más que cordiales aplausos, desde hace décadas la danza en Panamá busca conmover, sacudir y cerrar abismos de conciencia social. Además de la excelencia artística, este movimiento ha buscado brindar a grupos marginalizados una plataforma para su desarrollo artístico y su expresión colectiva.
Por Xavier Stanziola
Fotos: Cortesía
En octubre, los teatros y calles de Ciudad de Panamá se llenan de danza contemporánea. Así ha sido desde que Analida Galindo y Ximena Eleta organizaron el Festival Prisma por primera vez, en 2012. Luego de diez versiones, Panamá ha recibido a más de 600 bailarines y coreógrafos de países como Corea del Sur, Uganda y Estados Unidos. Las innovadoras capacitaciones y piezas mostradas en Prisma han contribuido a reanimar un ecosistema cultural que había menguado desde su ápice, en los años 70 y 80. En esa época, bailarinas como Vielka Chu (1952-2020) buscaban democratizar las artes con sus proyectos de danza moderna (lo más cercano a la contemporánea).
Aunque la clasificación tiende a generar incómodos debates, tanto la danza moderna (con orígenes a fines del siglo XIX) como la contemporánea (a partir de 1950) representan una revolución contra el elitismo del ballet clásico y su excluyente lista de movimientos y reglas. Merce Cunningham (1919-2009), uno de los propulsores de la danza contemporánea, incluía la eliminación de la jerarquía entre públicos y artistas como elemento fundamental de su práctica: el espectador es libre de interpretar la pieza como le parezca, y la música y los movimientos pueden coexistir independientemente en una misma pieza.
En Panamá, estas propuestas se comenzaron a cocinar a principios de los 70, cuando los artistas buscaban algo más que cordiales aplausos del público. Por medio de la danza se puede conmover, sacudir y cerrar abismos de conciencia social. O así lo describe Vielka Chu en su tesis de maestría, donde reflexiona sobre acciones dancísticas. Su trabajo llegaba a escenarios populares y comunidades muy alejadas del centro económico del país, promoviendo sentimientos nacionalistas y cohesión identitaria. Detrás de estas acciones estaba la idea, aún cotroversial, de que cualquiera puede participar en la danza sin importar su tipo de cuerpo, edad ni estatus social. Todo esto representó una revolución sobre el rol del artista. Había un compromiso con la excelencia artística y también con procesos de capacitación masiva; además se logró integrar a los grupos marginalizados en nuevas propuestas artísticas.
Hoy, esta tradición artística sigue siendo parte de la danza panameña. La pieza Raíz, de la coreógrafa Omaris Mariñas, se inspira en lo que ella describe como el “espíritu panameño natural por moverse, encontrar el ritmo, sonreír y bailar al son de tambores, sin pensar mucho, sino desde el alma”. En esta pieza, setenta personas —entre cuatro y 72 años, incluyendo aficionados y profesionales— realizan una danza colectiva en espacios icónicos de Ciudad de Panamá, mostrando las diversas identidades que conforman el país. Por su parte, el programa Danzárea, de la Fundación Gramo Danse; Enlaces, de la Fundación Espacio Creativo, y La Tribu trabajan en barrios con altos niveles de violencia. Desde la danza, los jóvenes de estas comunidades se apoderan de espacios públicos para abordar temas que son relevantes para ellos, como el racismo y el acoso.
Una de estas iniciativas, Enlaces, se ha distinguido a escala internacional. Desde hace doce años, el programa apoya anualmente a más de 350 niños, niñas y adolescentes a desarrollar su potencial artístico, académico y humanitario a través de la danza contemporánea. Persiguiendo la excelencia artística, Enlaces propone que el arte es una herramienta para la revolución individual. Según su director, Carlos Smith, el programa ayuda a potenciar el talento artístico de sus participantes, pero va mucho más allá: “Solo entre el 3% y 5% de nuestros estudiantes serán bailarines profesionales. Los niños y niñas dicen que la danza contemporánea les da paz; que les da un lugar seguro y un lenguaje para expresar lo que sienten, sus preocupaciones y búsquedas. En una comunidad que ha sufrido violencias, el movimiento es una metáfora muy profunda frente a la inmovilidad que produce el dolor”.
Con ese mismo espíritu nació este año la Compañía de Danza Contemporánea de Panamá (COCO). Bajo la visión artística de Marlyn Attie, COCO está conformada por ocho bailarines entre 18 y 35 años de diferentes niveles socioeconómicos y educativos. Dos de ellos son graduados de Enlaces. Para Attie, el primer reto fue integrar todas estas identidades: “Nuestro interés común es establecer una compañía de danza que fortalezca la identidad cultural de Panamá”. La primera pieza de COCO, titulada 55, explora esta identidad desde la mola, artesanía de la comarca Guna Yala, de Panamá. Al igual que las molas, Attie explica que “donde cada capa de tela soporta a la siguiente y todas juntas se convierten en una imagen armoniosa”, la colaboración de cada bailarín desde sus experiencias vividas y multitud de identidades crea una pieza de formas elegantes y juguetonas al ritmo de reguetón y un metrónomo.
¿Y cuál es el futuro de la danza contemporánea en Panamá? El Ministerio de Cultura continúa trabajando en la reglamentación de la Ley de Cultura y en la redacción de la Ley del Artista. Omaris Mariñas estima que este tipo de herramientas es indispensable para asegurar salarios decentes y seguridad social. Ximena Eleta advierte sobre la dificultad de hablar de un solo sector de danza, porque hay una gran diversidad de circunstancias, estilos y búsquedas, “lo que sí me atrevo a afirmar es que, aunque incipiente, está en franco crecimiento y con un futuro prometedor”.
Potencializando el talento
Desde 2019, José Garrido estudia Danza con una beca completa en la Universidad de las Artes, Codarts, en Países Bajos. Pero su historia comenzó muy lejos de allí. José nació en Pesé, un pueblo rural de menos de 3.000 personas a más de 170 kilómetros de la capital panameña. Desde los dos años, vivió con su abuela paterna en Santa Ana, un barrio vulnerable de la Ciudad de Panamá. A los nueve años, José fue admitido en el primer grupo de Enlaces. La danza y el apoyo psicosocial que recibió, con su abuela siempre a su lado, le abrieron a José las puertas a múltiples oportunidades, pues, antes de los 18 años, ya había bailado en Estados Unidos, Eslovenia, Italia, Nicaragua y Costa Rica.
Danza en Panamá
El estreno de una nueva coreografía de COCO se mostrará el 10 de julio en el Teatro Pacific.
La función anual de Enlaces será del 1 al 3 de septiembre en su sede del edificio Heurtematte, en Santa Ana.
El Festival Prisma 11 será del 10 al 16 de octubre en el Teatro Nacional, el Ateneo de Ciudad del Saber y espacios públicos de Ciudad de Panamá.
Deja una respuesta