Parque Natural Metropolitano: el bosque en la ciudad
Texto y fotos Javier Pinzón
De los cientos de hectáreas de bosque que rodean a Ciudad de Panamá, 232 le pertenecen al Parque Natural Metropolitano. El gradiente de cemento a verde es drástico: abajo el típico caos vehicular de un viernes por la tarde; arriba, en el mirador y bajo la sombra del dosel, un caos diferente, con el viento del verano despelucando los árboles que imponentes se posan abriendo sus ramas al sol. Miles de hojas caen cual otoño nórdico. Al caminar sobre la hojarasca acumulada escuchamos es sonido tan relajante, que desencadena uno de los ciclos de vida fundamental para este bosque místico rodeado de ciudad.
Así como hacen quienes habitan en los edificios que se levantan en el horizonte, este verde también lucha por el día a día; en este caso no es por el arroz o la gasolina, sino por el sustento que proviene del suelo y los rayos del sol. Estas hojas, que para mí son un recuerdo del otoño, para los árboles son la materia prima que conformará el futuro alimento del bosque. Con la llegada de las lluvias en abril, miles de especies de hongos, bacterias y pequeños insectos ‚Äïlos cuales serán escasos al terminar el invierno‚Äï se encargan de desintegrar poco a poco este tapete de hojas para formar el humus, tierra negra rica en nutrientes.
La enmarañada red de raíces soterradas está aliada con las hojas que, en lo alto, transpiran al asolearse y así transfieren los nutrientes, ahora disponibles en el suelo, al interior de cada árbol. Las hojas, las flores y los frutos de los árboles, llenas de nutrientes, son el alimento de un sinnúmero de insectos y otros herbívoros, los cuales serán depredados por mamíferos y aves, que a su vez también serán cazados por águilas y serpientes. De esta manera, eventualmente, sus restos volverán al comienzo del ciclo, al tapete de hojas y nutrientes en este suelo vivo que sustenta a los habitantes del bosque.
El parque, con más de 230 hectáreas, alberga un bosque de transición, pues va de un bosque húmedo tropical a un bosque tropical seco, los cuales son cada vez más escasos en la región. Estos árboles se han adaptado a recibir más de quinientos milímetros de agua durante los ocho meses de la temporada lluviosa (abril a diciembre), pero en los meses restantes ‚Äïconocidos como el verano‚Äï recibe un caudal muy escaso: de 0 a 87 milímetros.
Los gigantes verdes también aprovechan el viento del verano para florecer, dispersando así sus semillas para colonizar nuevos territorios. Por otro lado, las plantas más pequeñas que viven en el sotobosque aprovechan la oportunidad para crecer, pues cuando estos árboles altos pierden las hojas, más luz llega al suelo y la lucha por conquistar el espacio no se hace esperar.
Al empezar las lluvias, las flores se hacen frutos, lo cual resulta ser un festín para los murciélagos y los ñeques. Estos animales, tan diferentes, sin darse cuenta cumplen una función sumamente importante. Tras el banquete, miles de semillas de las frutas mordisqueadas quedan diseminadas o incluso enterradas por todo el bosque; algunas sobrevivirán, crecerán y se transformarán en otro gigante verde que seguirá dando vida y sostén al bosque.
La guerra por la luz y la transferencia de energía y nutrientes es fácil de observar en cualquiera de los cinco senderos de este bosque secundario joven. Los senderos están señalizados y ofrecen datos interesantes de la historia natural de los protagonistas del paisaje: hay 284 especies de plantas y 322 especies de animales.
La caminata desde el estacionamiento hasta el mirador por el Sendero del Mono Tití implica adentrarse en el bosque poco a poco, de la misma manera que el bosque colonizó estas tierras que alguna vez estuvieron desnudas. Al dar los primeros pasos afloran evidencias de una época militar, con bunkers de concreto escondidos bajo el verde. El paisaje se va cubriendo de pastos y gramíneas, las plantas que primero colonizan el suelo en decadencia y sin dosel, en donde el sol es abundante. A medida que el sendero se adelgaza, otras plantas más exóticas van cobrando protagonismo: las heliconias, con sus coloridas flores colgantes, cautivan a los colibríes, y los guarumos, cuyas hojas parecen manos, atraen a los perezosos. Hierbas y arbustos diversos van cerrando el sotobosque.
Tras pocos minutos de recorrido el paisaje se llena de majestuosos árboles, signo de un bosque más maduro. El clima se siente más fresco, pues la lucha por la luz ha cerrado el dosel. El amarillo es uno de los árboles más altos, cuyas raíces encantadoras alcanzan a medir unos treinta metros. Los vientos y la sequía veraniega lo despojan de sus hojas y entonces es posible ver cómo sus ramas se ordenan para formar niveles que se extienden horizontalmente.
Otro majestuoso gigante frecuente en el Parque es el quipo, con un tronco largo y ancho que se extiende directo hasta el dosel, en donde finalmente, a cuarenta metros de altura, florecen sus ramas. Este prominente árbol advierte la llegada del verano, pues es uno de los primeros en perder sus hojas. Sus grandes flores rojas con naranja semejan alas que se dejan llevar por el viento.
En el Sendero de los Caobos abundan también otro tipo de plantas: las epifitas, que han encontrado otra estrategia en su búsqueda de luz y nutrientes: crecer sobre otras plantas. Allí arriba no tienen problemas de luz, pero se les dificulta obtener nutrientes y agua; por eso han desarrollado hojas cóncavas que acumulan el líquido vital. También tienen estrategias especiales para aprovechar el agua y los compuestos orgánicos, que son transportados por el viento y la lluvia. Quizá las epifitas más famosas son las orquídeas, de las cuales en Panamá se encuentra el 25% de especies conocidas.
A la hora de imaginar el bosque, la creatividad no tiene límite, pues acompañando a los pequeños arbustos, a los altos árboles y a las epifitas también están las lianas y los bejucos. Estas últimas son plantas trepadoras que buscan un apoyo para alcanzar la luz y son las que conectan a las de arriba con las de abajo. Cuanto más grandes son las lianas, más viejo es el bosque. El Sendero del Mono Tití tiene bien ganado su nombre, pues estos pequeños saltarines usan las lianas para cambiar de árbol y bajar a espiar a los caminantes.
A diferencia de las lianas, los matapalo o estranguladores, como el higo, crecen de arriba hacia abajo. Esto ocurre porque los monos y los murciélagos abandonan alguna semilla en la parte alta de algún árbol, que germina y sus raíces empiezan a crecer hasta encontrar los nutrientes en el suelo. Entonces el higo crece rápidamente, sus raíces se ensanchan, se fusionan y cubren casi por completo al árbol que un día le sirvió de apoyo. Al crecer, el higo va tapando lentamente las ramas y hojas de su árbol hospedero, el cual termina muriendo sin afectar al causante de su muerte.
En el Parque Metropolitano hay innumerables historias de vida natural para contar. Todos los animales y plantas que allí habitan están de alguna manera relacionados con los demás. Acá no hay espacio para seres individualistas, pues el bosque es un gran trabajo en equipo que se construye día a día.
Debido a su ubicación en la ciudad, este parque es un aula abierta para estudiantes y adultos interesados en saber cómo funciona esta vida, al otro lado del concreto, en el verde que rodea a Panamá. Hongos, bacterias, plantas, insectos, reptiles, mamíferos y aves tienen su rol en el bosque e interactúan entre sí por la misma causa: nacer, crecer y reproducirse; quizás una manera resumida de ver lo que también ocurre abajo, en el tráfico de los viernes por la tarde.