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Navidad en cinco sentidos

Ilustraciones: Henry González

La vista – Retablo navideño

La Nochebuena se viste de luces verdes y rojas como flores de Pascua, doradas como campanas de escarcha, plateadas como candelabros, blanquísimas como la nieve de tierras lejanamente frías; brillos que se enroscan en los postes de las plazas y en los troncos de sus árboles; que cruzan abovedando de un lado a otro las calles, y llueven de los pinos que encienden de reflejos los vidrios de cientos de ventanas. Así, la estrella legendaria reverbera en muchas otras para guiarme a un pesebre apenas iluminado por un foquito azul colándose al fondo del establo de cartón piedra. Belén era entonces una colina encajada en un rincón de mi casa de infancia: por ella bajaba, sinuoso, un río de papel aluminio espejeante, y trepaban pastores y ovejas detenidos en un puentecito, una choza, un puchero, en su camino hacia el lugar donde nacería un niño cargado de promesas. Mi noche nunca fue más limpia, más templada, cuajada de auténticas estrellas.

Carolina Fonseca

Venezolana, reside en Panamá desde el 2011. Como autora, ha publicado cuatro libros de cuento, y ha trabajado como antóloga de cuento panameño.

El oído – La Navidad entre tambores y trompetas

De este lado no llega la nieve ni tenemos chimeneas; no crecimos entre sonidos de campanas ni villancicos. Nuestra Navidad es otra cosa, otra melodía. Terminado el último desfile patrio, en noviembre, aparecen Héctor Lavoe y Willie Colón con su Asalto navideño, y a ellos se les unen el Gran Combo y el sonero mayor de Puerto Rico: Ismael Rivera.

“Se acerca la Navidad”. Basta escuchar aquellas canciones para sentir los aires navideños. Su alegre música es la nieve de los barrios; lo cubre todo. Se escucha en el transporte público, en las casas, en los autos y en las oficinas. Nos acompaña a hacer las compras, a pintar la casa y mientras se prepara el jamón. Nuestra Navidad llega con tambor y trompeta, nuestra Navidad tiene ritmo caribeño.

Jaiko Jiménez

Ganador de varios premios de poesía en Panamá. Ha escrito, entre otros, los poemarios Versos de la casa de la infancia y Contra el olvido.

El gusto – Fiesta de cangrejos

Las navidades de mi infancia sabían a frutas y a mar. A mar, porque era el sabor de los langostinos, cangrejos y caracoles. A frutas, porque eran el mango y la piña los que aromatizaban y llenaban de sabor la memoria de estos días. En mi aldea, las tierras de Guna Yala, las navidades huelen también a las sopas de zapallo con pez, que se hacían para todo el que llegara. Es la magia de vivir en una isla, con el mar rodeándonos y el bosque tan cerca.

Nunca imaginé que, muchas lunas después, en otro continente y bajo otros cielos, reviviría el sabor de las alegrías del mar para la Navidad. Aquí, en Portugal, son el bacalao y el pulpo los protagonistas de la cena de Navidad. Sabor a mar, ¡mis navidades!

Cebaldo de León Inawinapi

Nació en la comarca Guna Yala. Vive entre Portugal y Panamá. Se dedica a escribir historias sobre su aldea y a hacer antropología como militancia académica.

El olfato – Chocolate caliente en el regazo de mamá

¿A qué huele la Navidad? Los aromas y fragancias de esta mágica y dulce época del año nos llevan a la infancia, pues es en esa etapa de la vida cuando más disfrutamos la celebración al abrigo del hogar paterno, allí donde huele a ron ponche, galletas recién salidas del horno y al incienso de la misa de gallo. En la mañana olía a chocolate caliente, a nuestros hermanos y abuelos, al regazo de mamá cuando nos acogía con alegría. Nos olía al vecindario, donde en cada casa se preparaba el almuerzo de fiesta, pero lo que más “olía” era ese momento en la tarde cuando íbamos al barrio de aquellos a quienes el Niño Dios dejó regalos en nuestra casa.

Danae Brugiati

Abuela, maestra y cuentista. Ausculta el mundo en cinco idiomas. Ha publicado cuento, ensayo y poesía.

El tacto – Un chal para abrigar el corazón

Cuando llegué a vivir a México, compré en Chiapas un chal de lana hecho por indígenas que le dieron su perfecto color con tintes naturales. Por diversas razones, aquel chal me devolvía el calor que extrañaba de Cuba; su textura, su abrigo y su origen de telar de cintura, que le imprimía un sello humano, me acompañaban en el frío de diciembre. Y lo usé en mi primera Navidad en aquel país… Y lo volví a usar año tras año en las navidades que vinieron, yo cada vez más lejos de mi tierra, cada vez en un lugar más frío. Para mí, el sentido del tacto en la Navidad es como el apego a mi chal: percibes que el contacto hace bien, es un abrigo a tu corazón y al corazón de los demás.

Emma Romeu

Escritora, periodista ambiental y poeta. Emigró de Cuba a fines del siglo XX. Ha publicado sus libros con editoriales de España, México y Estados Unidos.

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