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Vistas de PanamaLos encantos insospechados de Bahía Piñas

Los encantos insospechados de Bahía Piñas

Por Juan Abelardo Carles
Fotos: Carlos E. Gómez

La pista de Piñas surge casi al pie de una playa de arenas pardinegras, por lo que, más que aterrizar, parece que vas a acuatizar. Pero no sucede así: tras el último morro arenoso surge una corta pero muy bien asfaltada pista de aterrizaje. Un grupo de pequeñas niñas emberá, pueblo autóctono de la zona, está sentado sobre un tronco caído y actúa como primerísimo comité de bienvenida. Lo hacen por poco tiempo, pues la timidez las vence y corren entre risas a ocultarse tras la capilla del pueblo, dedicada a Santa Dorotea. Levanto la mirada, recorro los montes recubiertos de verde y con las cimas veladas por las nubes que, casi siempre, señorean sobre ésta, la zona más lluviosa del mundo, mientras camino hacia el transporte que nos llevará al Tropic Star Lodge, primera escala de nuestra aventura.

Nuestra avioneta había despegado hacía menos de una hora del aeropuerto Marcos Gelabert, en Albrook, en el borde noroccidental de la capital panameña. El Océano Pacífico, que intercala en sus aguas tonos de gris plomo y verde agua, y las islas del Archipiélago de Las Perlas, con su profusa vegetación, nos daban una tónica de lo que nos esperaba. Las aguas bajo nosotros no son profundas y, sin embargo, son tan ricas en nutrientes como si fluyeran cientos de metros bajo el nivel del mar, donde la luz del sol no entra, la temperatura roza la congelación y abundan los microorganismos.

Hay una razón para ello: como su nombre lo indica, la contracorriente ecuatorial fluye hacia el este, igual que un cinturón, a lo largo del Ecuador terrestre, hasta que se topa con el subcontinente suramericano, precisamente a la altura del país que lleva su nombre. En esa zona, aparte de la barrera costera, la masa cálida de agua mide fuerzas con su similar fría, llamada corriente de Humboldt, que viene desde el sur. Semejante conflagración natural que, por lenta y aparentemente imperceptible a simple vista, no deja de ser titánica, revuelve las aguas a lo largo de la costa suramericana como un gigantesco cucharón, cargándolas de sedimentos alimenticios, por lo cual la región es como un granero para la megafauna marina.

Debido a su curiosa retorsión, el Golfo de Panamá hace las veces de una trampilla donde se acumula esta riqueza. Hay un punto en el litoral occidental de dicho golfo en que las profundidades abismales del Océano Pacífico suben abruptamente, llenas de nutrientes, hacia una meseta submarina de poca profundidad, rica en arrecifes, algas y pasturas, que atraen grandes cantidades de peces, tanto presas como predadoras. Ahí, cerca de esa difusa frontera ‚Äïa lo largo de la cual se asoman a la costa inmensos seres que usualmente moran muy mar adentro‚Äï está la Bahía Piñas, en cuya orilla se levanta el Tropic Star Lodge, uno de los spots más importantes del mundo para la pesca deportiva.

Este hotel tiene una sólida reputación internacional entre los pescadores deportivos: solo durante nuestra estadía dos niñas de diez y catorce años, respectivamente, establecieron dos récords mundiales de pesca. Este año cumple medio siglo de funcionamiento. De hecho, la larga retahíla de eventos naturales con la que he abierto la nota es solo para dar una idea de la singularidad de este sitio, que lo ha convertido en una especie de El Dorado para los amantes de la pesca deportiva.

Aunque la fama de Bahía Piñas comenzó a crecer en la década de los 60, su historia es anterior. La tradición habla de un grupo de mozos, reclutados a la fuerza en el Chocó colombiano durante la guerra de los mil días, quienes se lanzaron del barco que los llevaba hacia el combate y nadaron hasta la costa, donde se establecieron entre los habitantes emberá originarios.

Más tarde, entre los años 30 y 40 del siglo pasado, algunos norteamericanos que vivían en la cercana Zona del Canal de Panamá comenzaron a divulgar la extraordinaria vida marina de esta región. En 1961, el magnate petrolero tejano Ray Smith comenzó a construir el recinto hotelero, que abrió en 1965 con el nombre de Club de Pesca. Aún se respira aquí el maravilloso ambiente que Smith y sus primeros huéspedes descubrieron. Dagoberto, nuestro capitán, nos espera para salir a probar suerte en el cayo Zane Grey (bautizado así en honor al famoso autor norteamericano que recorrió la zona en los años 20, aunque él nunca pescó aquí).

Primero que todo pasamos por el “banco” a conseguir algo de carnada. Soy periodista y lego en este asunto de la pesca deportiva, así que la búsqueda de carnada es como una especie de calentamiento para mí. De todos modos, la captura no es despreciable: ocho atunes de aleta amarilla, de los cuales el ayudante del barco filetea dos diestramente, trenzando sus carnes para que aparenten ser moluscos. El resto es como una especie de aperitivo para que mis compañeros de barco, más aficionados, se preparen. El plato fuerte no se hace esperar: un marlín negro pica carnada y el duelo, que dura más de tres horas, culmina con el éxito del pescador, que exhibe el premio para las fotografías, antes de devolverlo al mar. Como si fuera poco lo vivido, nuestra ruta de retorno se ve animada por el avistamiento de delfines, tortugas y una familia de ballenas piloto, tan curiosas que se acercaron al barco, permitiéndonos tocarlas e interactuar con ellas por casi media hora.

La expedición de pesca dura prácticamente todo el día. Eso es a lo que van y esperan casi todos los huéspedes del Tropic Star Lodge. La cena incluye un delicioso servicio de sashimi hecho con los atunes que pescamos en la mañana, así como una crema de frijoles negros de receta exclusiva; todo regado con buen vino y animado por las anécdotas de la jornada, compartidas entre los pescadores. Aquí la pesca es reina: figúrense que solo hay señal Wi-Fi en los alrededores del lobby, así que o te desconectas o te desconectas. Sin embargo, para acompañantes que no sean apasionados por el deporte, el hotel también ofrece campos de juego y terrazas, donde se puede relajar en un ambiente desprovisto de estrés. Los responsables del “Tropi”, como se conoce también al hotel, nos comentaron que próximamente se abrirá un spa. También hay senderos que se internan en la deslumbrante espesura tropical que rodea el complejo.

Para que la experiencia de Bahía Piñas sea completa hay que pasear por el pueblo vecino del complejo hotelero. Alrededor de dos mil almas que se reparten entre afrocoloniales, emberás, colonos de las provincias centrales e inmigrantes colombianos habitan en este asentamiento, entre el río Piñas y el océano. La capilla de Santa Dorotea, ya mencionada, abre la entrada al caserío. Se dice que la imagen de la santa frente al templete tiene el rostro de la esposa del ciudadano alemán que la donó, quien vivió aquí la primera mitad del siglo XX. Más allá, los senderos del pueblo se internan entre un dédalo de casas, algunas de ellas de madera y asentadas sobre pilotes. El pueblo tiene gimnasio, escuela básica y un campo de juego en el que, cuando recorrimos el pueblo, se desarrollaba un torneo entre el equipo local y el de una comunidad vecina. Para mí, resulta particularmente curioso el cementerio, en el que, ocultas por los herbazales, conviven las tumbas de los latinos y afro-coloniales, blancas y escuetas, con las de los indígenas, pintadas de vivos colores y rodeadas de algunos objetos que pertenecieron al difunto, depositadas allí por sus deudos.

Aunque Bahía Piñas surja en el mapa del turismo internacional como santuario para pescadores deportivos, nuestra visita nos demuestra que es mucho más. Se trata también de una comunidad rica en patrimonio natural y cultural, dentro de la sencillez de su reclusión en un rincón de la gran selva del Darién. Así que, la próxima vez que venga, agregue a los fantásticos seres submarinos que se asoman aquí desde los abismos oceánicos en los que habitualmente viven, la maravilla de los tupidos bosques lluviosos circundantes y la sincera calidez de los hombres y mujeres que llaman a este refugio perdido su hogar.

 


 

La temporada alta de pesca deportiva coincide con el ciclo invernal boreal (diciembre a marzo, aproximadamente); sin embargo, durante la época lluviosa local (junio a agosto) también hay una interesante oferta pesquera (los ríos botan al océano gran cantidad de sedimentos alimenticios que atraen a peces herbívoros y, consecuentemente, a sus depredadores). Los interesados en la pesca deportiva deben consultar sobre disponibilidad y tarifas en www.tropicstar.com. Bahía Piñas se comunica con la capital panameña vía aérea (para información sobre frecuencias y horarios, consulte www.airpanama.com).

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