Lila Downs y el arte que rompe fronteras
Texto y fotos: Winnie T. Sittón
La cantautora mexicana Lila Downs es una de las figuras más relevantes de la música latinoamericana. Tiene más de treinta años de exitosa carrera artística y beligerante activismo social, en los que se ha atrevido a probar géneros musicales tan diversos como jazz, bolero, folk y world music. Por eso es considerada una verdadera creadora total, que goza de gran reconocimiento y prestigio internacional. De eso dan cuenta las once placas de estudio y los dos discos en vivo que constituyen su discografía como solista, además del premio Grammy y los cinco premios Grammy Latino que ha ganado a lo largo de su vida.
Recientemente lanzó su nuevo disco Al chile, en el que se despoja de pretensiones y se entrega al baile y la gozadera, ofreciendo un tributo a los ritmos autóctonos mexicanos y a esa pizca de picante que no puede faltar en la vida. Y entre tanto agite y sabrosura, las canciones abordan, de paso, la violencia que azota a México, los derechos de los migrantes, el empoderamiento de la mujer y la eterna búsqueda de la felicidad, entre otros temas que la inquietan.
Tu nuevo disco es un homenaje al chile. ¿Cómo surgió la idea?
Nos invitaron a tocar en un concierto en Acapulco y ahí conocimos las bandas del chile frito, que son comunes en los estados de Guerrero y Oaxaca. Este estilo de música se toca solo con saxofón, trompeta, clarinete, un redoblante y ya, ¡empieza la fiesta! Y me dieron ganas de hacer algo que tuviera que ver con el baile y la gozadera; también con las bandas tradicionales de los pueblos y la música sonidera, que es de la capital mexicana. La inspiración musical vino de muchos lugares distintos, por eso el disco tiene aportaciones de mundos culturales muy diferentes.
Con tantos años de carrera, ¿qué te inspira a mantenerte vigente?
Cuando era más joven, pensaba que la gente mayor no valía la pena; pero ahora que soy un poco mayor y, bendito Dios, todavía sigo aquí, creo que es bien importante acompañar a la gente más joven. Y aconsejarla y servir como ejemplo. Así se acostumbra en las comunidades indígenas de mi México y Latinoamérica. Y yo con orgullo seguiré dando lata, quieran o no.
Estás trabajando en un libro. ¿De qué se trata?
Es sobre las anécdotas de mi niñez. Empezó como una autobiografía, pero luego me dije: “Ay, pero qué aburrida eres tú contándolo”. Entonces ahora está como surgiendo desde la voz de otros personajes, que han formado parte de mi vida. Yo vengo de un pueblo que es un poco rulfiano: muy difícil, muy duro con la mujer. Y todo eso me marca mucho y quiero hablar sobre eso. Es un poco ficción y un poco basado en la historia.
¿El mundo sigue siendo un lugar muy duro para las mujeres?
Siento que ahora somos escuchadas. A mí me tocó vivir en mi adolescencia y juventud algo que era totalmente lo opuesto. Nos decían: “Calladita te ves más bonita”, un dicho muy típico en México. No nos dejaban hablar. Y ver que las cosas han cambiado me llena de optimismo. Las mujeres estamos avanzando, aunque no lo parezca, cuando vemos estadísticas de violencia contra la mujer y muchas otras situaciones o contextos en los que no tienen acceso a la educación. En todas las grandes urbes y zonas rurales se viven estas carencias. Y creo que las que sí tenemos privilegios debemos comunicar nuestra fuerza y nuestra necesidad de armarnos con palabras que nos liberen.
¿Por qué crees que los seres humanos no hemos podido crear una sociedad más justa?
Creo que el ser humano tiene oscuridad en su ser, todos cargamos con eso. Quizás en el futuro tengamos a nuestra disposición más terapias y música y arte para ir cambiando nuestras actitudes. Yo estoy convencida de que el arte puede hacerlo. El arte es maravilloso, es algo que ni yo misma logro entender la fuerza que tiene. A mí me han cambiado y me han salvado algunos temas, alguna grabación y algún concierto también.
¿Cómo surgió el activismo en ti?
No parte de algo muy armonioso, la verdad. En mi caso fue porque mi madre es indígena y siempre fui marginada en el contexto social. Sentía que yo no entraba en el tejido social, que me sacaban de ahí, que no pertenecía. Por una parte, por mi madre indígena, porque hubo y sigue habiendo mucho racismo; y por la otra, mi padre yanqui. Siempre hubo un rechazo hacia los dos lados. También un poco de envidia, pero sobre todo odio. Y cuando mi padre muere, el blanco de la familia, de pronto la gente de mi pueblo me deja de dirigir la palabra. Y ahí fue donde me cayó el veinte, como decimos en México. Tenía dieciséis años y surgió como un motor dentro de mí. Me dije: “¿Me van a tratar así? Ah, bueno. ¡Vamos a empezar!”. Y así empezamos a componer canciones. Empecé un proyecto y tomé una actitud distinta hacia la vida.
¿Cómo lidias con el hecho de ser estadounidense y mexicana a un mismo tiempo?
Es complicado ser de allá y ser de acá, porque creo que nunca eres finalmente aceptado. Creo ser querida en algunos ámbitos, pero hay otra parte que duda siempre. Creo ser la más crítica de lo que está pasando en Estados Unidos y siento ansiedad por no saber de qué manera puedo servir como traductora entre estas dos culturas. También soy crítica conmigo misma, porque en algún momento negué mi identidad indígena y mi identidad mexicana. Así que el monstruo también está dentro de mí, pero es muy interesante sentir cómo la música lo ha ido apaciguando.