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ReportajeLa Habana: tras las pistas del glamour militante

La Habana: tras las pistas del glamour militante

Por: Juan Abelardo Carles
Fotos: Carlos Gómez

La Marcha de los Trabajadores tuvo un sabor especial este año en La Habana. Un mes antes de la tradicional fiesta, el presidente Barack Obama, durante su histórica visita, había alimentado el debate bilateral al expresar sus expectativas de apertura política en la isla. Esa mañana del 1º de mayo, Ulises Guilarte de Nacimiento, secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba, recogía el guante lanzado por Obama, durante su discurso frente a la Plaza de la Revolución. “Continúa siendo una prioridad del movimiento sindical el desarrollo de la economía, la lucha por la paz y la firmeza ideológica con la activa y comprometida participación de los trabajadores; alcanzar una mayor eficiencia en la generación de las riquezas para satisfacer las necesidades del pueblo”.

Las más de 800.000 almas que pasaron con aire festivo y jubiloso frente a la tarima principal, precedidas por un enorme cartel que rezaba “El pueblo cubano vencerá”, parecían confirmar la adhesión nacional a la consigna de Guilarte. Pero lo cierto es que, más allá del vaivén dialéctico que protagonizan los líderes de la isla con sus contrapartes internacionales, la sociedad cubana experimenta cambios y nuevas situaciones que ponen a prueba su capacidad de integrarse al mundo sin perder su perfil esencial cincelado tras casi sesenta años de régimen revolucionario.

Un ejemplo de ello fue la presentación de la Colección Crucero 2016-2017 de la casa Chanel, que atrajo a legiones de periodistas, fashionistas, modelos y celebridades a la capital cubana. Y aunque La Habana está acostumbrada a servir de escenario para las andanzas del jet set mundial, la presentación de la colección creada por Karl Lagerfeld, diseñador jefe de la casa, era una gran primicia: no sólo era la primera casa internacional de alta costura que escogía a la ciudad para presentar una de sus colecciones principales, sino también la primera vez que Chanel seleccionaba una ciudad latinoamericana como sede de tal tipo de evento.

Aunque el desfile tuvo lugar el 3 de mayo, la promesa de glamour y sofisticación francesas parecía robarle protagonismo al sentimiento obrero que, tradicionalmente, anima al pueblo cubano durante la víspera del Día del Trabajador. Bernardo, un chofer del Hotel Nacional encargado de transportar invitados de Chanel en la ciudad, lo ejemplificaba muy bien. “Yo marcho con mi familia todos los años [en la Marcha de los Trabajadores]”, dice, mientras lleva a nuestro grupo de periodistas a cenar, “pero esta vez mi hija también está muy entusiasmada con el desfile de Chanel. Cada vez que llego a casa, me pregunta si he conocido a alguna modelo”.

Al mismo tiempo que Karl Lagerfeld y su legión de colaboradores e invitados, a La Habana también la revolucionaban Vin Diesel, con la filmación de Rápido y furioso 8, y la llegada del Adonia, primer crucero que cubre la ruta entre un puerto estadounidense y Cuba en casi sesenta años, por mencionar lo simultáneo. Se discute, dentro y fuera de la isla, sobre los beneficios que el cubano promedio obtiene de este tipo de revuelos, los contrastes que surgen entre estos glamorosos excesos y la situación cotidiana del ciudadano común. Sin embargo, al recorrer las calles de La Habana se descubren pistas que llevan a pensar que la ciudad y, más aún, sus habitantes tienen credenciales para participar en estas y muchas más manifestaciones culturales de calibre mundial.

La primera de estas señales se descubre en los restaurantes que visitamos durante la estancia en la isla. Nacidos como “paladares”, en el albur del “periodo especial” de la década de los 90, ya hace mucho dejaron de ser una novedad y hoy son referentes de buena gastronomía. Por ejemplo, La Guarida, en el 418 de la Calle Concordia, es un espacio mágico que se esconde al final de una escalera vetusta vigilada por una ninfa de mármol descabezada, de un lado, y un retrato de Camilo Cienfuegos, del otro. El sitio está abierto desde 1996 y su menú estiliza clásicos de la gastronomía mundial y cubana con una interpretación contemporánea. También está El Atelier, 511 de la calle 5, cuyas especialidades de la cocina francesa se pueden disfrutar en una terraza espectacular con vista a los tejados señoriales del barrio Vedado.

Más allá de la deliciosa oferta culinaria, en ambos restaurantes impresiona el primor con el que las mesas son arregladas, sobre todo porque la vajilla, cristalería y cubertería son de diversa procedencia. Sólo el ingenio cubano es capaz de dotar de coherencia al heterogéneo conjunto, asistido, claro está, por la tenue luz de las velas, que termina de amalgamarlo todo. La misma inventiva se nota en el habanero de a pie, cuando se luce en las calles de los barrios más faranduleros, como Vieja Habana, Habana Centro o Vedado. La poca variedad de prendas y estilos es superada por el cubano echando mano de un arreglo distinto y original de la vestimenta, de un son teatral al caminar o de la distinta luz que da el sol tropical a su piel mestiza al contrastarla con la tela.

No es de extrañar entonces que, a pesar de las limitaciones, el habanero sea ferozmente opulento, comprobando aquello que Coco Chanel dijo alguna vez: “El lujo no es lo contrario de la pobreza, sino de la vulgaridad”. Por ello la ciudad se tapiza de múltiples centros culturales, que animan su ritmo social. La Fábrica del Arte (esquina de 26 y 11, Vedado) es un ejemplo de ello. Fue acondicionada en una antigua generadora de la Compañía de Electricidad de Cuba. Y aunque sus espacios se usan para conciertos, teatro, danza y exposiciones, vale la pena destacar que también es un foco para la movida nocturna habanera, en una mezcla de cultura y farra que sería extraña en otras urbes del mundo.

La Factoría Habana (O’Reilly n.° 308) es otra prueba. El espacio, dedicado desde 2009 a exhibir lo más relevante del arte contemporáneo cubano e internacional, sirvió para montar una muestra del trabajo fotográfico de Karl Lagerfeld. El diseñador alemán no circunscribe sus manifestaciones creativas a la pasarela, y esta exhibición, titulada “Obra en proceso” (Work in Progress), lo demuestra. La antología de doscientas estampas recorre varias temáticas, como arquitectura, paisajismo y, por supuesto, moda. Abierta para todo público, la exposición sirvió como contraprestación del creador a la ciudad, enmarcando la presentación de una de sus colecciones para el disfrute visual de sus habitantes.

De hecho, el diseñador se presentó en el coctel inaugural de “Obra en proceso”, causando gran revuelo entre la concurrencia mientras recorría la muestra. Fuera de la galería, el público esperaba para atisbar a Lagerfeld; entre ellos destacaba un imitador de Michael Jackson, vestido en toda regla, que acertó a agitar la mano frente al cristal de la vagoneta en la que Lagerfeld y sus más íntimos eran transportados por la ciudad. Quizás en personajes como éste descansa el embrujo que ejerce La Habana en creadores y artistas de otras latitudes. A pesar de sus circunstancias y limitaciones, la urbe presume, mediante los seres mágicos que la habitan, un aire de vanidad, vistosidad e histrionismo muy característico.

En cualquier caso, la magia de La Habana es lo que inspiró y atrajo a Chanel. Según Bruno Pavlovsky, presidente de la división de moda de Chanel, “se trata de la cultura cubana, de su música, su literatura y sus colores. Nos fuimos hasta los años 20 y 30 del siglo pasado, cuando las celebridades llegaban en cruceros de línea a La Habana [las colecciones crucero se inspiran en viajes o ambientes vacacionales]. La inspiración es lo más importante cuando se trabaja en el negocio de la moda. Necesitamos tener buenas razones para desarrollar nuestras colecciones. Necesitamos historias y contenidos poderosos. Nuestros clientes quieren entender de qué tratan nuestras colecciones, y debemos ser capaces de explicárselos”.

El ejecutivo destaca la intuición de Lagerfeld al señalar a Cuba como inspiración para el diseño y la presentación de una línea de moda. De hecho, la firma comenzó a trabajar el desarrollo de este proyecto hace más de un año, mucho antes de que eventos como la visita del presidente Obama, en el campo político, y la gira de los Rolling Stones, en el ámbito artístico, agitaran el panorama de la isla y sus vecinos.

Se descubre entonces que hay muchas similitudes entre la esencia de lo que buscaba Coco Chanel en sus revolucionarios diseños y la actitud de los habaneros frente a las peculiares circunstancias que les ha tocado vivir. Así como la diseñadora francesa usó su creatividad y transformó la vestimenta en una herramienta liberadora para la mujer de su tiempo y del futuro, los habaneros echan mano de ella para dotar de belleza a la vida, en una especie de glamour militante, que se niega a marchitarse frente a las carencias y limitaciones materiales.

Y así pues, el 3 de mayo, las esencias de Chanel y La Habana se abrazaron bajo un cielo plomizo, que amenazaba lluvia, y caminaron de la mano sobre el pavimento de granito y mármol del Paseo del Prado. Para la ocasión, Lagerfeld interpretó los preceptos de moda de la creadora de la casa, presentando prendas de tweed, por ejemplo, entretejidas con un punto más suelto, que permitiera pasar la brisa tropical, con tablas de color muy atrevidas, y llevando las famosas y variadas tiras de perlas del cuello y los brazos a los pies. Los modelos desfilaron al ritmo del jazz, el son y el danzón, cerrando en apretada comparsa de rumberos y desperdigándose luego por las calles de la ciudad. Después de todo, La Habana sabe ponerle su impronta especial a todo lo que se celebra en sus calles, ya sea una marcha de trabajadores o un desfile de modas.

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