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PersonajesLa Habana desde Padura

La Habana desde Padura

Por  Ana Teresa Benjamín
Fotos: EFE, Latinstock, Grupo Experimental de Cine Universitario (GECU)

La ciudad como espacio para los recuerdos. La ciudad, como cuna de las nostalgias. La ciudad como ese imaginario que nos va dando forma, pensamiento, carácter. Quizá no sean del todo conscientes de ello, pero las ciudades hacen a sus habitantes de una manera determinada… O quizá sean los habitantes los que construyen el alma de sus ciudades.

Leonardo Padura nació en Cuba, una isla del Caribe. En la ciudad de La Habana, allá por el año 1955. La Habana era entonces una ciudad de neones y cabarets, con mansiones eclécticas que miraban al Paseo del Prado y nuevos barrios de lujo como Miramar, El Vedado y Siboney.

Era La Habana de Violeta del Río, aquella mujer que cantaba boleros con su voz “pequeña, caliente, gruesa”, oculta tras “la cascada hirviente” de su cabello, en un local oscuro de La Rampa. Una Habana que a Padura seguramente le tocó imaginar, porque en 1959 llegó la Revolución y, con ella, las “consignas cargadas de rojos y persistentes llamados al combate y a la victoria”.

Fue en ese espacio cargado de Che, zafra y Martí en el que le tocó crecer. Ya adulto, en los años 90, todo se desmoronó. Cayó la Unión Soviética y Cuba entró en el llamado “período especial”. En varias entrevistas, Padura ha dicho que fue entonces cuando empezó a escribir como loco, para no perder la cordura. Pero ya escribía: desde 1980 trabajaba como periodista en la revista literaria El Caimán Barbudo y en el periódico Juventud Rebelde.

Pero en los años 90 nació Mario Conde, ese personaje ya vuelto película, que ha recorrido el mundo con su pesimismo insalvable, sus borracheras antológicas, sus sueños de ser escritor en medio de una realidad que lo ¿condena? a investigar las trampas y las mentiras de una sociedad que se presenta impoluta, pero que está podrida. O al menos así lo sentía Padura… ¿Lo siente aún? “Yo creo que nadie tiene derecho a negarle a un cubano a entrar a su casa. Una patria es más que un Estado. Como dijo Martí: ‘Una patria solo puede construirse entre todos, y con humanidad’”.

El escritor cubano estuvo hace unas semanas en Ciudad de Panamá, para impartir un seminario sobre “la peligrosa relación” entre cine y literatura. Durante su visita, Padura también brindó una conferencia en la que reflexionó, precisamente, sobre el vínculo que el escritor tiene con la ciudad, con ese espacio en el que se vive y a través del cual se mira y se entiende el mundo. Porque el autor de la llamada “Serie Conde” no oculta sus tristezas por la pérdida de esa utopía que empezó a derrumbarse cuando comenzó a escribir literatura.


“Los periodistas me preguntan, dolorosamente, por qué me he quedado…”. Y en su respuesta se adivina una frase que Conde lanza en la miniserie Cuatro estaciones en La Habana: “Soy un nostálgico de mierda”.

Porque Padura dice entonces, en medio de la oscuridad que reina en el salón donde conversa con su auditorio, que “a pesar de los pesares, no soy otra cosa que un escritor cubano, y necesito a Cuba para escribir”. ¿Y qué implica ser un escritor cubano? Ser sucesor de José María Heredia, Guillermo Cabrera Infante y Alejo Carpentier. Raíz profunda de José Martí. Heredero del exilio y de la diáspora. “La Habana es mi ciudad y me provoca pertenencia y tristeza. Las calles, la arquitectura, el malecón, las columnas, la fetidez… Una ciudad que comienza a serme desconocida… Tal vez porque envejecemos; tal vez porque la ciudad se va transformando”.

El malecón habanero es, con toda probabilidad, uno de los paisajes más conocidos de la ciudad caribeña. Su construcción empezó a principios del siglo XX y las postales lo retratan como escenario para el amor. Pero el malecón, dice Padura, es también una “serpiente pétrea”; muro de piedra que recuerda a diario la condición insular. “Es la línea que marca el principio, o el fin, de La Habana. El principio para los que se quieren ir; el final, para los que decidimos vivir aquí”.

Vivir ahí. Ser de un lugar. Para Reinaldo ese personaje de Adelaida y el poeta significa mirar las fisuras que la humedad ha provocado en el techo de su cuarto, el mismo en el que duerme, desnuda y tibia, Belkis. Unas fisuras que no ha podido arreglar porque no consigue las lozas y el cemento necesarios para componerlas, aun cuando trabaja cada día, con disciplina valiente, en el oficio de escribir… ¿Cuáles son las fisuras de Padura?

Más que habanero, el escritor cubano se declara hijo de Mantilla, ese barrio en el que ha vivido siempre. “Nacer y vivir allí me ha forjado un carácter de pertenencia. Más que cubano y habanero, soy mantillero. Es mi circunstancia y desde allí he escrito”. Una circunstancia que lo ubica en la periferia; no en Centro Habana, Vedado o las provincias. Una particularidad que le ha permitido observar y resentir los cambios que Mantilla y sus habitantes han experimentado con el tiempo. Por eso, confiesa, sus personajes no son solo habaneros, sino casi siempre mantilleros; es el universo que más conoce.

Pasados los años, Padura dice que La Habana, Cuba entera, es un país “pos postsoviético”. Uno distinto al que le tocó vivir durante su juventud. “Tuvimos otras circunstancias, otros sueños. Ahora, la generación tras el período especial es una juventud que busca soluciones individuales, y esa solución pasa por el exilio. Eso produce un desgarramiento terrible para Cuba”.

Quizá por todo esto que cuenta es que Mario Conde, su más célebre personaje, es tan pesimista. Ahoga sus contradicciones con licor cada noche, para al día siguiente sucumbir ante el amor. Confiesa que casi siempre hace lo que no quiere hacer, y nunca hace lo que sí quiere. Es un “decadente” que se aferra a la amistad, a su verdad y a su ciudad. Un hombre con alma de escritor que, como Padura, no sabe ser otra cosa que cubano, habanero y mantillero.

___________________________________________________________________________________________Ha trabajado como guionista, periodista y crítico. La serie del detective Mario Conde lo proyectó en el ámbito internacional: Pasado perfecto, Vientos de Cuaresma, Máscaras, Paisaje de otoño, Adiós, Hemingway, La neblina del ayer y La cola de la serpiente. También ha escrito La novela de mi vida y El hombre que amaba los perros, y el libro de cuentos Aquello estaba deseando ocurrir. En 2012, Padura recibió el Premio Nacional de Literatura de Cuba y, con Herejes, el Premio Novela Histórica Ciudad de Zaragoza.

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