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La Aventura de las Flores Colombianas

Por Iván Beltrán Castillo
Fotos: Lisa Palomino

La señora de las flores 1

Nadie sabrá nunca cuánto cambian las flores a las personas, cómo las influencian e iluminan. Su cercanía despierta la parte noble de los seres humanos. Yo lo digo con autoridad, pues a diario trabajo con más de trescientas personas que se ganan la vida con las rosas y las orquídeas de exportación; esa industria tan famosa en ciudades como Nueva York, Tokio y Moscú.

La tensión y el atafago que presencian se deben a que nos preparamos para la celebración del San Valentín, la fecha más importante. En sus proximidades todo es furor y tensión muscular en los cultivos. Pero las flores también acompañan el furor patrio de la independencia americana, los efluvios sentimentales y hasta la efervescencia teológica de la semana mayor o los marciales desfiles de los rusos. A nosotros nos pasa que nos emocionamos cuando, en un periódico o revista, en un documental o algún noticiero que viene de otra parte, vemos aparecer ―en el vestido de una dama, en un jarrón al fondo de una entrevista, en el decorado del salón donde se produce una noticia, en el pelo de una de las grandes modelos― una flor que nosotros cultivamos.

Me llamo Edelmira Chacón y no siempre tuve este oficio. Más bien me llegó de carambola, porque mi marido llegó a trabajar en una finca lechera aquí en Tocancipá, y al lado estaban los sembrados de rosas y claveles. Yo veía con curiosidad el movimiento que había en los sembrados. Mis trabajos habían sido casuales y pequeños, y en ellos como que no se implicaba el alma. Y entonces conocí a don Eliseo, el dueño de todo esto, quien me enganchó generosamente, sabiendo que debería aprenderlo todo. Recuerdo la primera vez que el patrón me dijo: “Edelmira, esta será su nueva casa al lado de las flores. Seguramente entenderá cuando lleve un tiempo que lo suyo es una misión importante y que el mundo la necesita”. Y sí, al poco tiempo, descubrí que cada orquídea y cada rosa tienen personalidad propia, como sucede con nosotros, los cristianos. La llamada “gente de las flores” aprende a hablar con ellas y sabe incluso cuando se encuentran tristes.

Ahora tengo un ojo experto, diríase que clínico, para las flores, y por eso no me extraña que ellas tengan tantos y tan diversos nombres tomados de ciudades preciosas, símbolos y pasiones nacionales, estados de ánimo, colores, sentimientos, regiones, leyendas y costumbres: la Pomodoro, la Farida, la Doncel, la Betzy (Ikebana-Dankiza), la Zurgo, la Farieta, la New York, entre los claveles variados; y entre aquellos que, como los grandes cuadros del señor Picasso, son arrojadas mezclas de colores, están la Fiesta, la Minerva, la Antigua, la Hipnosis y la Belle Époque. Y entre las rosas clásicas citaría yo, tal vez porque son las que más me gustan, a la Freedom, la Vendella, la Topaz, la High & Exotic, la Limonada, la Cool Water y la Garota. Ninguna se parece a la siguiente y cuesta imaginar todas las historias de amor en que ellas participan.

Nadie que trabaje en estas lindas tareas puede ser tosco, indelicado, rudo o transportar consigo rabias y desenfados; eso se vería instantáneamente reflejado en las flores, pues ellas sienten nuestros ánimos, nuestra palpitación. Es como si tuvieran poderes telepáticos.

El gerente memorioso 1

Soy José A. Restrepo, gerente general de Ayurá SAS. Nos dedicamos a la producción y exportación de rosas y claveles colombianos hace ya muchas décadas. Pertenezco a una estirpe que ha logrado mantener el negocio y ha puesto sus bellas flores en las principales urbes de Estados Unidos y Japón. También, en menor medida, hacemos transacciones con Rusia, Latinoamérica y algunos países europeos y asiáticos. Mi padre, Eliseo Restrepo, quien murió hace apenas un año, ilustró con su itinerario la vitalidad, imaginación y pujanza de los antioqueños: trotamundos, negociante, palmero, ganadero y piscicultor, vino a recalar en esta gran meseta donde levantó, con paciencia y no pocos escollos, el gran emporio que en la actualidad nos esforzamos por mantener.

Siempre hemos sabido que la clave para el éxito de este bonito negocio está en las relaciones humanas, especialmente con los trabajadores, que son quienes traen a la vida tanta belleza y tanto primor. Por eso lo que hemos construido, con paciencia y no poca investigación, es una gran familia.

Las cifras que genera el comercio de las flores son alentadoras: la producción ha llegado ya a las 225.000 toneladas. Entre 2012 y 2016, según el Ministerio de Agricultura, tuvimos un incremento del 11% y, para decirlo con un guarismo, los despachos tan solo para el día de San Valentín superan a los 1.100 millones de dólares.

Un pueblo puede estudiarse por la forma como se relaciona con las flores. Mire: los japoneses esperan sus pedidos en el aeropuerto con el aire severo y marcial de un juez. Tienen una escrupulosa forma de revisarlas, graves pero también deleitados, cual jurado de un reinado de belleza. Su inspección al arribo de las flores colombianas es ciertamente oriental y guarda semejanzas con el sentido del honor de ese pueblo de samuráis y pacientes guerreros. Cualquier yerro o disonancia en el pedido realizado y la mercancía queda rechazada.

En cambio los norteamericanos son más amplios, quizá más democráticos, variados y ligeros como lo es su gran nación. Con frecuencia les gusta pedir que en sus cajas de flores lleguen especies variadas y no ponen demasiada atención a los detalles pequeños. Son unos compradores excelentes y adoran el perfume de las flores nuestras. Dicen que los hace soñar y los pone de un ánimo excelente.

La mujer de las flores 2

Este trabajo lo vuelve a uno psicólogo, palabrero, científico, artista y hasta poeta. Trabajar con tantas personas de tan diversas procedencias y con pasados tan diferentes resulta arduo y muchas veces no logramos comprenderlas bien. El diálogo y la observación se hacen entonces fundamentales. Yo, por eso lo digo, me he transformado en psicóloga. Y comprendo tanto a una mujer preocupada por la salud de un hijo como a un hombre venido de alguna de las violencias nacionales, con todo el miedo, la zozobra y la melancolía; a una joven que tiene problemas con su marido y a algún operario que está sumido en un mar de deudas que ya le parece imposible superar.

Colombia es el segundo exportador de flores del mundo. Para que nuestras “queridas” lleguen a su destino antes han pasado, una a una, por todas las fases necesarias, y en todas procuramos lograr el más alto grado de cuidado y exigencia. Hay en nuestro país laboratorios dedicados a surtirnos de semillas, tanto clásicas como nuevas.

La llegada al mundo de una sola flor constituye un gran milagro. Es como la espera de un niño maravilloso y prometido al que rodeará la mejor y más alerta de las parentelas.

El gerente memorioso 2

En los tiempos de mi padre, cuando las flores estaban en la cotidiana rutina del mundo, no se concebía que hubiese personas que ya no las necesitaran y para las cuales no fueran tan imperiosas. Ahora ya no es así y hasta hay pesimistas que piensan que prontamente se acabarán como pasión. Un cambio radical de las costumbres y los hábitos acecha a las cosas tradicionales, entre ellas las flores. Para corroborarlo con un hecho, solo hay que recordar que las floristerías en Estados Unidos, que antes eran parte constitutiva de su identidad, se están acabando y cierran sus puertas a un ritmo preocupante.

Tampoco se habría imaginado que llegara una generación que prefiriera, como hoy, otras formas de la comunicación, del galanteo y la amistad. Hoy, muchos prefieren obsequiar un teléfono o una tablet que un ramo de flores.

Para que nuestra presencia no decaiga debo desplazarme a Estados Unidos y a Japón una o dos veces al año. Y entonces asisto a los espectáculos más inesperados, todos protagonizados, en calidad de luminarias, por las flores criollas. Hace poco, por ejemplo, un diseñador japonés montó una pasarela completa con unas modelos increíbles y todas, a más de lujosamente ataviadas, llevaban flores colombianas.

La mujer de las flores 3

Nuestros trabajadores serán gente de las flores para siempre. Y morirán sintiendo un deleitoso perfume de rosas y claveles. Creo que debe ser una magnífica forma de subir al Cielo.

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