Gustavo Castro Caycedo: el señor de las buenas noticias
Por Iván Beltrán Castillo
Photos: Lisa Palomino
Como el extraño personaje de una novela gótica, Gustavo Castro Caycedo empieza a funcionar cuando termina el día. Sus horarios son idénticos a los de un vampiro de leyenda, que inicia actividades a las cinco de la tarde y sólo al alba termina la tarea. Pero su finalidad dista mucho de la del bebedor de sangre mítico. Le interesa la parte diáfana y optimista de un país alternativamente bello y terrible, la memoria extraviada de algunos seres ejemplares que lo habitan, los itinerarios de personajes que engrandecen el horizonte y lo llenan de inesperada luz.
Cuando llega la noche, entonces, frente a su computador, en el agradable apartamento del norte bogotano donde vive, el autor zipaquireño se entrega al trabajo con una devoción y un escrúpulo ejemplares. Es la hora en que los ejecutivos se aflojan la corbata e intentan olvidar la ruda jornada, se escuchan los últimos murmullos de los niños y los oficinistas hacen fila ante los buses para regresar a casa. Gustavo se sienta, paladea un instante la música del silencio y empieza su batalla con los datos, palabras, cifras y recuerdos.
“No me considero un escritor en el sentido ortodoxo y tradicional del término. Más bien soy un reportero que adora la investigación. Tal vez sea eso lo que me ha permitido publicar 36 libros hasta la fecha; pero espero que sean muchos más, porque en todas partes hay, escondidos, relatos que claman por un autor. Y en Colombia, patria de las historias oscuras y de la prensa escandalosa, resulta vital recapitular nuestra amable y desconocida porción de luz”, dijo mientras se preparaba para una nueva expedición nocturna.
Jura que su labor cotidiana es más una necesidad que cualquier otra cosa. Ahora que ya no trabaja en oficina y quedaron atrás las convencionales rutinas del profesional, es como si le hubiesen insuflado una nueva juventud, un renacimiento en el que encuentra vetas riquísimas todos los días. “Las malas y nefastas influencias que ha tenido Colombia obligan a periodistas y comunicadores a establecer una vigilancia rigurosa. De lo contrario, el país colapsará sin remedio”, asegura. Y para probarlo, cuenta una anécdota por demás preocupante: hace unos meses se realizó una encuesta entre la población infantil. Se trataba de averiguar sus sueños, metas, influencias y derroteros, y el resultado fue dramático: un 36% de los chicos dijeron querer convertirse en capos de la mafia.
La caja de las desilusiones
Gustavo Castro estuvo siempre muy cerca de la televisión, llamada “la caja de la ilusiones”. Como tantos otros, fue un televidente constante y apasionado y siguió las tendencias y matices que iban llegando a la parrilla. Pero pronto se percató de que en aquella fábrica de imágenes y sueños proliferaba, subrepticiamente, la violencia, el dolo, la carga fúnebre, el comercio de las sensaciones y la banalidad.
Por eso emprendió una de sus empresas más ambiciosas, hoy traducida en una colección de libros que, mediante la metáfora de los colores, dan cuenta de preocupantes fenómenos escondidos tras la aparente ingenuidad de las imágenes: así aparecieron, uno tras otro, el libro negro, rojo, blanco, amarillo y azul de la televisión. En cada uno de esos meticulosos libros viajó hacia los fenómenos que contaminan la pequeña pantalla y que, en no pocas ocasiones, inyectan un malévolo veneno en sus mensajes.
“Lógicamente, estos títulos no le gustaron a todo el mundo, y más bien se transformaron en un peligro para aquellos que, de uno u otro modo, deseaban mantener las cosas como estaban”, afirma el autor, quien en muchas ocasiones ha sido empleado y funcionario de poder en los medios de prensa y televisión: fue director de Inravisión, un cargo que trae no pocas disyuntivas y presiones; presidente de RCN Radio y del Círculo de Periodistas de Bogotá, director del Noticiero Cinevisión, prestigioso columnista de El Tiempo y El País, asesor del Instituto Anticorrupción de la Universidad del Rosario y, hasta hace poco, defensor del televidente del Canal Capital, donde realizó una tarea metódica y escrupulosa en favor de esa hueste anónima y muchas veces indefensa que se sienta todos los días frente a su transmisor. “Nunca le he dado a mis crónicas, columnas o gestiones una impronta política ni les he tinturado con algún color ideológico. Sin embargo, con el cambio de alcalde de Bogotá, debí retirarme del cargo”.
Adiós a las malas nuevas
En sus muchas correrías como reportero ávido de capturar y narrar la realidad latinoamericana, conoció la violencia de cerca. Aquellos fueron días intensos, a veces tristes, inolvidables. Gustavo reconoce su talento para investigar, rescatar historias que permanecían escondidas y trabajar con una férrea disciplina.
“Estuve en las zonas donde la metralla no dejó de sonar ni un solo instante durante las décadas pasadas. Conocí de cerca a los actores del conflicto, tanto en nuestra desangrada Colombia como en otros sitios donde también la muerte y la calamidad hicieron lo suyo”, recuerda Gustavo, quien, mucho antes de ser un escritor reconocido, fue corresponsal de guerra y enviado especial a zonas de conflicto. Aunque nunca llegó a familiarizarse con aquel infierno en la tierra y, por el contrario, guardó la esperanza de escribir relatos que nos devolvieran la fe.
Hacer el recuento de todas las buenas nuevas que nos han traído los libros de Gustavo sería una tarea copiosa. Bastará, para ilustrar su vocación, hablar de dos de sus libros más memorables, quizá los que han contado con una aceptación rotunda de los lectores: Cuatro años de soledad, reconstrucción de los días de adolescencia que pasó Gabriel García Márquez en Zipaquirá, donde hiciera la más inolvidable educación sentimental, además de saltar al ruedo como poeta, baladista, compositor e incluso actor. Como Castro Caycedo es de Zipaquirá, quiso hacer un homenaje triple: a su tierra, al escritor de Aracataca y a la infancia. Como un detective, el periodista trabajó varios años en esta creación y logró traer al presente aquellos días perdidos en las nebulosas del tiempo que los biógrafos más afamados de Gabo ignoraron.
También son memorables en el itinerario creador de Castro Caycedo: Su segunda oportunidad (historias de personas que estuvieron al borde del abismo físico, económico o moral y salieron airosas de la experiencia) e Historias humanas de perros y de gatos, crónicas protagonizadas por los animales domésticos más amados del hombre, un homenaje a una muy dulce y recordada mascota que Gustavo todavía echa de menos.
La galería sublime
Muchas fueron las noches que dedicó a su más reciente libro: Grandes momentos de Colombia (Ediciones B), además de rastreos, visitas, cruce de cartas, navegaciones infinitas en Google y en las redes sociales. “Creo que también podría llamarse ‘El libro del optimismo’, pues quien lea este sumario de la buena fortuna cambiará por completo su imagen del país y modificará su noción de patria”, afirmó el autor, quien añadió: “Yo siempre estuve tras una finalidad constructiva y por eso 25 de mis 36 libros tratan de cosas positivas”.
Esta obra es un caleidoscopio, una suma, un aleph desde donde se puede observar a profesionales, deportistas, pintores y científicos trabajando, soñando y trasnochando. Algunos son muy famosos, todo el mundo los conoce y ocupan titulares de prensa; otros apenas si son referentes de cenáculos y grupos intelectuales especializados. Allí están con su rutilancia planetaria: García Márquez, álvaro Mutis, Fernando Botero, Shakira, James Rodríguez, Santa Laura de Jericó, “El Pibe” Valderrama, el escarabajo Lucho Herrera, Antonio Cervantes “Kid Pambelé”, Martín Emilio “Cochise” Rodríguez, Carlos Vives y Fernando Gaitán.
Pero también hay otros más secretos: la tiradora de arco Sara López, el gimnasta Jossimar Calvo, el patinador Diego Rosero Calad (uno de los diez mejores del mundo) y las integrantes de la selección femenina de fútbol de Colombia. En medio de su espléndida noche creadora, Castro lanza una sentencia tan bella como definitiva: “Quiero que muchas personas ‚Äïjóvenes, niños, adultos, viejos, profesionales, amateur‚Äï avizoren esta constelación. Si el país tiene dos millones de malvados, torcidos e indeseables, el resto es maravillosa expectativa… Así que, ¿cómo, por un estigma equívoco, vamos a olvidar y desechar a 47 millones de buenos prospectos?”.
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