Expedición a la fosa de Atacama
Tal como en una novela de Julio Verne, Victor Vescovo y Osvaldo Ulloa descendieron hasta donde nunca había bajado un ser humano: 8.069 metros bajo el nivel del mar, en la fosa de Atacama.
Por: Ángela Posada-Swafford
Periodista científica, miembro de expediciones internacionales
Un buque blanco flota en medio del océano Pacífico, a ciento sesenta kilómetros de las costas de Chile, al norte de Antofagasta. Más de ocho mil metros de agua separan su quilla del lecho marino. Aquí arriba, la cálida luz del sol, la piel del océano, lo conocido, el color azul; allá abajo, las masas de agua eternamente negras, la inmensa presión, lo menos familiar, lo más hostil.
Ese formidable abismo se llama la fosa de Atacama, o fosa de Chile-Perú, y es la mayor profundidad del océano Pacífico oriental: una intimidante hendedura vertical en forma de V, que se extiende a lo largo de casi seis mil kilómetros paralela a la costa sudamericana, rivalizando en grandiosidad con la topografía de Marte.
EYOS Expeditions
Digno de novela de Julio Verne, es este un reino de extraña geología y bizarras criaturas, donde la presión del agua es capaz de comprimir y hacer implosionar todo lo que no haya nacido allí… Razón por la cual, aunque ha sido tímidamente explorada con herramientas robóticas, la fosa de Atacama nunca ha recibido la visita de un frágil ser humano; pero, esta mañana, eso está a punto de cambiar.
De una grúa en la popa del buque pende un sumergible también blanco. Parece un enorme almohadón con los costados hundidos. Ese revestimiento es, en realidad, una espuma sintética que consiste en diminutas esferas vacías hechas de vidrio, unidas por una resina. En su interior, protegida por la carcasa, hay anidada una esfera de titanio de la más pura y perfecta geometría; sus paredes, color gris oscuro, están forradas de paneles de instrumentos, y tres pequeñas ventanas redondas dejan ver el mar a sus pies. Es apenas lo suficientemente grande para dos personas sentadas.
Dr. Osvaldo Ulloa, del IMO, Chile
Con el poco común nombre de Limiting Factor, se trata de una de las más alucinantes revoluciones en tecnología submarina; un sumergible tan singular en el mundo como lo puede ser un rover marciano. Fue concebido por Triton Submarines, en Florida, a pedido expreso de la empresa Caladan Oceanic. Su propietario y líder de la expedición es Victor Vescovo, un hombre de negocios de Texas convertido en alpinista, piloto de avión y submarino, explorador y mecenas de la ciencia de las profundidades —en ese orden cronológico—.
La expedición entera es manejada con los ojos de águila del personal especializado de EYOS Expeditions, una exótica empresa que sabe llevar expedicionarios y millonarios a los confines del mundo.
Una vez en el agua, Vescovo acciona un interruptor y una recámara vacía del sumergible comienza a llenarse de agua de mar, empujando el vehículo hacia abajo: de ahora en adelante deberá hundirse como una piedra hasta casi tocar fondo a los 8.069 metros. El trayecto durará tres horas y media, más otras tres de exploración en el fondo y otras tantas de regreso; un viaje de casi diez horas en total.
Interior del sumergible
Para el almuerzo, un emparedado. Para el alma, conversación inteligente con su compañero y la satisfacción de su logro: con esta, Vescovo, el hombre más profundo del mundo, completaría la inmersión número setenta de su correría de exploración y ciencia por las doce fosas más hondas de los mares terráqueos, los cuales albergan casi cincuenta de estas depresiones. Atacama prometía ser una de las más interesantes.
En la silla del pasajero, el microbiólogo Osvaldo Ulloa, director del Instituto Milenio de Oceanografía, de la Universidad de Concepción, en Chile, alberga una profunda oleada de emociones. Durante años, junto con su colega Rubén Escribano, estudió la trinchera de Atacama. En previas expediciones con módulos no tripulados lanzados desde la superficie, había recolectado muestras de agua y el ADN disuelto de los organismos de ese inframundo. En sus conversaciones, ambos científicos se habían imaginado una y otra vez cómo sería sobrevolar ese paisaje alienígena y virgen a ojos humanos, pero jamás entrevieron la sola idea de visitar en persona ese Hades líquido.
Y ahora Ulloa está aquí, invitado por Vescovo, contemplando a través de las ventanas cómo el sumergible es abrazado por el océano como si fuera otra gota de agua más; observando el azul cobalto de los primeros metros oscurecerse hasta convertirse en un gris diluido y, por fin, ser vencido por el negro total; sintiendo que el descenso es suave y silencioso, excepto por el murmullo de los pequeños propulsores eléctricos o las ocasionales llamadas de Vescovo al buque nodriza. “Pasando los 6.000 metros. Soporte vital bueno”.
Seis mil metros… Esta es la puerta de entrada a la llamada zona hadal. De aquí para abajo es el dominio exclusivo de las trincheras marinas, los sótanos olvidados del planeta. Si la de Atacama está a una profundidad máxima de ocho mil y pico de metros, el punto Challenger Deep, en la fosa de las Marianas, se hunde en la corteza terrestre hasta los 10.935 metros. Cada una de estas gargantas se forma cuando las placas de roca bajo los mares y continentes, moviéndose a paso de tortuga, chocan entre sí o se hunden una bajo la otra. En otras palabras, la Tierra siempre se anda tragando su corteza, como una serpiente que se traga su propia cola.
Cuarenta minutos después, una fina nube de cieno amarillento anuncia la presencia del lecho marino. Vescovo empuja el joystick a un lado y sobrevuela a pocos centímetros del piso, mientras las luces revelan un paisaje brutalmente austero, pero increíblemente sublime. Pocos cientos de metros más allá encuentran un terreno de rocas que se asoman a profundos surcos, y una pared casi vertical que se alza hasta el infinito: están frente a la bisagra donde el lecho marino se mete debajo de Suramérica, empujando a los Andes siempre hacia arriba y creando los terremotos y tsunamis que tanto azotan a esta región.
Luego comienzan a aparecer las exóticas criaturas hadales: pepinos marinos llamados holoturias, que, aunque han sido vistos en otras fosas, aquí son diferentes, con múltiples patitas cortas saliendo de sus cuerpos gelatinosos en forma de tubo. Crustáceos anfípodos rojos similares a langostinos que en minutos devoran la carnada que se les ha puesto en el fondo, cual pirañas del inframundo. Extrañas medusas que no se conocían a estas profundidades. Todos flotan, se arrastran o se entierran en el lecho marino, dejando redes de caminitos tras de sí, que dan la apariencia de estar observando una ciudad alienígena desde arriba. Y están presentes en gran abundancia, contrario a lo visto en otras fosas, lo cual abre una promisoria ventana de estudios hadales en Atacama.
¿Quién dijo que en las profundidades no hay vida? La hay, solo que, a diferencia de lo que uno creyera, no consiste en grandes monstruos (ni siquiera el calamar colosal puede existir en el fondo de una fosa, aunque se han encontrado peces hasta en los siete mil y pico de metros), dada la presión alucinante que ejerce el agua, es una fuerza comparada a tener docenas de aviones 747 aplastando cada centímetro del cuerpo de los organismos.
En cambio, hay multitud de seres pequeños que viven bajo sus propias leyes, y al calor del magma interior de la Tierra, obteniendo su alimento y energía directamente de los minerales que hay en el fondo del océano. En este reino inexplorado la vida se rige por la presión del agua, más que por la temperatura. Y cada una de las células de estas criaturas contiene valiosa información para entender la evolución de la vida en este planeta.
La inmersión en el fondo termina sin que Ulloa ni Vescovo estén emocional o intelectualmente listos para partir. Pero el portón ha sido abierto de par en par para la ciencia, gracias a la revolucionaria tecnología del sumergible diseñado por Triton y la voluntad de personas como Vescovo. Ahora es seguro —aunque aún es caro— visitar cuantas veces se quiera todas las trincheras oceánicas; pero es preciso hacerlo porque, como le gusta decir a Victor Vescovo, in profundo cognitio (“en las profundidades, el conocimiento”).
Ulloa y Vescovo return from their dive.
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